En cine, o se trabaja el sonido como el importante elemento narrativo que es, incluso desde la etapa de guion, o se hace el sonido directo, su edición y mezcla para que la producción audiovisual suene. Desde que el cine ecuatoriano cogió su segundo aire —con el estreno de Ratas, ratones y rateros de Sebastián Cordero— se ha optado por lo primero gracias a una generación de editores y técnicos de sonido nacidos o radicados en Quito. Allí podemos oír los nombres de Juan José Luzuriaga y Esteban ‘Estebanoise’ Brauer, que eran los únicos responsables del sonido de las producciones nacionales, y ya desde hace unos ocho años consolidados en Bunker Sonido. Otros nombres son los de los músicos y editores de cine, ahora directores, Iván Mora Manzano y Mateo Herrera, ambos responsables de nuevos hitos para el cine ecuatoriano: Mora Manzano por Silencio nuclear (2002), primer cortometraje ecuatoriano en presentarse en el festival de cine de Venecia, y Herrera porque con su filme Impulso ganó el Coup de Coeur en el Festival de Toulouse, en 2009. Los sigue la editora Carla Valencia Dávila que, como directora de Abuelos, logró el premio al mejor documental en el festival de Biarritz de 2011.
Cinco nombres parecen poco, pero su experiencia detrás de cámaras en los principales filmes ecuatorianos de los últimos años los ha convertido en los marcadores de la cadencia —o ritmo— del cine nacional, tanto en ficción como en documental. El cine ecuatoriano es un buffet rico en percusión, fuerte en bajos, y con un bouquet marcado por la experimentación para darle vida a las ciudades que se usan como locaciones: el Quito de Impulso y el Quito de Tinta Sangre, ambos de Herrera, y el Guayaquil de Sin otoño, sin primavera, de Mora Manzano. Esas locaciones no son tales sin los diseños sonoros de Luzuriaga, profesor de taller de sonido, escucha, y montaje sonoro de Incine, y Brauer, técnico de sonido en diferentes áreas en casi todas las producciones de Sebastián Cordero y Tito Molina.
¿A qué suenan?
Herrera fue el coeditor de Ratas, ratones y rateros con Sebastián Cordero; Mora Manzano fue el editor de Crónicas, Qué tan lejos, Prometeo deportado y coeditor de Con mi corazón en Yambo, en el que compartió el trabajo con Carla Valencia, editora también de Cuba, el valor de una utopía. Luzuriaga, formado en Artes del Espectáculo en la Universidad Paul Valéry de Montpellier y sonidista diplomado en la prestigiosa escuela de cine La Fémis, de París, ha realizado el sonido directo, el diseño de sonido y la mezcla de varios largometrajes —más de veinticinco películas de ficción y documentales—; algunos de ellos son: Mono con gallinas, Resonancia, Sin otoño, sin primavera, Mejor no hablar (de ciertas cosas), Feriado, En el nombre de la hija, Más allá del mall, Prometeo deportado, La labranza oculta, La muerte de Jaime Roldós, Cuando me toque a mí, Ochentaisiete, Qué tan lejos, 1809-1810: mientras llega el día. A la par, ‘Estebanoise’ Brauer ha sido el diseñador de sonido de Pescador, Ruta de la luna, La bisabuela tiene alzhéimer, Mono con gallinas, Feriado, Ochentaisiete, La muerte de Jaime Roldós. Las coincidencias entre los dos más reconocidos diseñadores de sonido ecuatorianos se deben a que la encargada del trabajo sonoro de dichos filmes fue la empresa conjunta Bunker Sonido, que en ocho años ha sido responsable de más de cuarenta largometrajes.
Estas películas han recorrido múltiples y diversos festivales; han ganado o han sido nominadas a importantes premios de cine iberoamericano; se han visto en muestras de cine ecuatoriano en Europa o Estados Unidos y, en el país, han aparecido en el reciente Festival Internacional de Cine de Guayaquil y algunas han ganado premios Colibrí, que entrega CNT. Pero su recorrido no es lo que las vuelve un punto de referencia para la esencia sonora del cine ecuatoriano. Lo que las hace pilares de la ontología y deontología del sonido de los audiovisuales es el compromiso con el que los profesionales asumieron el sonido para un filme. El quiteño Herrera, quien toca la guitarra desde los doce años y ha formado parte de las bandas El Retorno de Exxon Valdez e Historias de Robots, vendría a ser el bajo —un bajo electrónico o un contrabajo— del cine ecuatoriano. Su buen amigo, el guayaquileño Mora Manzano, formado como pianista y guitarrista de sus propias composiciones para banda de rock de su filme Sin otoño, sin primavera, suena más a la percusión que marca las figuras (motifs) que se repiten, evolucionan y forman algún orden progresivo emocional, es decir, el ritmo de la producción local. La colega de ambos, Valencia Dávila, por su sensibilidad y voz poética, sería la directora de orquesta, la que lleva todo el compás, o tal vez el cello, viola o violín, con el metrónomo en la cabeza, del cine nacional.
Luzuriaga y ‘Estebanoise’ Brauer han tenido la oportunidad de ser también mezcladores de sonido, editores de sonido, compositores para varias de las múltiples producciones en las que han colaborado como individuos o como Bunker Sonido. Luzuriaga, recordando su colaboración de diez meses con Herrera en el sonido de Impulso, es un perfeccionista y obrero como lo son los vientos maderas y vientos metales de cualquier ensamble. Con su trabajo, Luzuriaga busca lograr un resultado tanto funcional como impresionante. Brauer, un sonidista formado en el plató, que abandonó el colegio y empezó a trabajar en audiovisuales —hace quince años— para ‘colarse’ poco a poco en el estudio de sonido en el que se trabajaba el audio de una película, sería como el factor experimental en una composición o en una tocada, como un instrumento ocasional en la orquesta: el piano o el arpa. Brauer prefiere involucrarse desde el guion para ver si hay momentos donde el sonido podrá aportar algo, y eso lo establece y pone en claro desde la etapa de preproducción.
Los seis grados de separación
Herrera y Mora Manzano integraron juntos la banda Norman Bates, y el segundo ha musicalizado cortos universitarios y filmes del primero, mientras que sus colegas músicos Juan Fernando y Javier Andrade, el primero cronista y guionista de Pescador y el segundo director de cine, también han ‘tocado’ sus obras. El principal foro de exhibición de la filmografía de Herrera, en documental, es el festival EDOC, y uno de sus principales organizadores es Alfredo Mora Manzano, guitarrista y productor, hermano de Iván. Con Juan Fernando y Alfredo, Iván conformó la banda de rock que puso parte de la música original de Sin otoño, sin primavera, y Javier lo ayudó a decidirse por el tagline de ‘balada punk’ para ese filme. Javier y Mateo se conectan, pues como directores han tenido a Luzuriaga como diseñador de sonido.
Valencia Dávila fue diseñadora de producción de Sin otoño, sin primavera.
1809-1810: mientras llega el día fue el filme que reunió a Luzuriaga y ‘Estebanoise’ ya que uno fue el mezclador de sonido para la producción y el otro colaboró en sonido directo.
Alfredo León es el director de Mono con gallinas y el diseño de sonido de ese filme estuvo a cargo de Bunker Sonido. León y Luzuriaga son docentes en Incine, donde también impartió cátedra Mateo Herrera. Nuevamente aparecen los EDOC, ya que su principal organizador, Manolo Sarmiento, fue el codirector de La muerte de Jaime Roldós, que tiene como diseñadores de sonido a Luzuriaga y Brauer; y en la edición 2015 de ese festival, Herrera estrenó su último documental, El panóptico ciego.
Gabriela Calvache, directora, productora y guionista, es otro importante punto de enlace para los editores-músicos y los técnicos de sonido. Calvache fue la productora de Alegría de una vez (primer largometraje de ficción de Mateo Herrera) y una de las guionistas de Impulso, mientras que Luzuriaga fue el sonidista del documental La labranza oculta, de Calvache, que a su vez fue también coproductora del documental When Clouds Clear que editó Mora Manzano y que editó sonoramente Brauer; y en la coproducción con Lisandra Rivera, Hay cosas que no se dicen, escrita y dirigida por Calvache, Mora Manzano fue el cinematógrafo y Herrera el editor.
Calvache también fue coordinadora de producción de Crónicas, productora supervisora de Con mi corazón en Yambo, productora de Jaque de Mateo Herrera y productora de Asier ETA biok, documental codirigido por Amaia Merino, conocedora excepcional de la música y la teoría musical, editora de Resonancia y El panóptico ciego. Merino fue la editora de Más allá del mall y 1809-1810: mientras llega el día.
Visiones
Para Herrera, quien suele involucrar a su camarada de Historias de Robots, Pablo Gordillo, en la edición, cinematografía o musicalización de sus proyectos fílmicos, su interés por el cine viene siempre desde la música, porque la manipulación del sonido y de las imágenes dentro de la computadora al editar es algo parecido a lo que se hace con la música electrónica, con los loops. Iván Mora Manzano considera que el cine y la música se llevan muy bien, son cercanos, como hermanos, y por ello le ha ayudado mucho para entender el tiempo cinematográfico, aunque el cine no lleve un ‘beat’. Al referirse al trabajo de Valencia Dávila, hay que recordar lo que dijo el jurado de Biarritz 2011 sobre su documental Abuelos: “Cuenta una historia instaurando un clima poético, de magia y horror al mismo tiempo, con hermosas imágenes y testimonios cotidianos, íntimos”.
Es importante saber que ‘Estebanoise’ Brauer trabaja con una Consola Cooper Sound CS106+1, grabadora Sound Devices 778t para el sonido directo, también sobre su dominio de Pro-Tools en el estudio junto con una gran sonoteca grabada por Bunker Sonido, además del uso de Live para diseñar sonido. Pero más importante, es su visión del sonido como herramienta principal de narración y el mucho cariño que pone en sus trabajos, es no solo que trabajara el sonido de Silencio en la tierra de los sueños, de Tito Molina, en 74 pistas durante la posproducción para darle forma a su propio diseño de sonido o que en Ochentaisiete diseñara el sonido junto a la edición de Javier Andrade para lograr la sutil transición entre una época y otra en un trabajo que combinaba el montaje, el sonido y el retoque de imagen como querían los directores.
La obra de Juan José Luzuriaga habla por sí sola, aunque él es muy académico en explicar la importancia del sonido en el audiovisual, como se nota en Resonancia, documental en el que desarrolla la importante ‘musicalización’ que en realidad es la manipulación del sonido directo en un trabajo sobre la construcción de una guitarra.
El Ecuador que se retrata en los filmes nacionales no suena solo a naturaleza o a lo mismo que se oye en la campaña ‘All You Need is Ecuador’, sino que retumba internacionalmente con los diseños visuales y sonoros de estos cinco creativos. En esta corta lista están algunos de los nombres más importantes a la hora de ver los créditos de una película nacional. Tanto los trabajos individuales como aquellas obras audiovisuales en las que confluyen las manos de dos o tres de ellos cargan al cine ecuatoriano de unos matices identitarios esenciales y existenciales, tanto visuales como sonoros.