Sting llevó su rock elegante al Bicentenario (Galería)
Quien quiso rock pop, con algo de jazz, reggae y hasta música oriental fue por Sting. Quien quiso bailar salsa y reflexionar su contenido lírico muy social fue por Rubén Blades. Tienen propuestas muy diferentes, pero hay algo que los identifica: las causas sociales. De hecho, no es la primera vez que el exlíder del trío británico The Police y el exministro de Turismo de Panamá coinciden en un mismo evento. En la década del 80 participaron en campañas benéficas.
Sting y Blades fueron los artistas estelares del festival Quitonía, que empezó a las cinco de la tarde con la percusión de Tomback, el rap de AU-D, más las baladas y pasillos con la voz de Juan Fernando Velasco, la noche del miércoles pasado, en el Parque Bicentenario, ante unas 20 mil personas.
Blades suele contar la historia de Adán García. Cita al padre Antonio y a su monaguillo Andrés. Nombra al indio Camilo Manrique, a Pablo Pueblo. Habla de Agustín, de Ernesto X, de la señora Alta Gracia, de Clara Quiñones, de Juan Pachanga, y, claro, de Pedro Navaja. En esta ocasión Blades abordó a estos dos últimos, pero sin descuidar canciones como ‘Decisiones’, ‘Amor y control’, que tienen que ver con las consecuencias al tomar opciones equivocadas y de la familia.
El también actor y abogado no cantó ‘Por tu mala maña’, ‘Chica plástica’, que tiene esa introducción de ‘slaps’ (golpes a las cuerdas del bajo muy discotequeros, o ‘Desapariciones’, acerca de las dictaduras militares. No obstante, al ‘Poeta de la Salsa Consciente’, quien cada vez se separa menos de su sombrero chato, le sobran canciones para rearmar su repertorio. Aquello se confirmó con ‘Guaguancó’, ‘Todos vuelven’, ‘Caína’, en referencia a la cocaína, que grabó en 1983 para el controversial disco Buscando América; ‘Ojos de perro azul’, inspirado en los textos de Gabriel García Márquez para el álbum Agua de luna; y su tributo a Héctor Lavoe con ‘El cantante’.
A las nueve de la noche, el equipo técnico de Sting aguardaba a los costados del escenario. A esa hora Blades terminó su show y en cuestión de media hora las congas, timbales y otros instrumentos propios de la salsa fueron reemplazados por la batería Ludwig que usó Vinnie Colaiuta, un habitual músico en las giras de Sting; un teclado y una guitarra, más cajas de parlantes situadas al frente del escenario y un telón negro que variaba de color con las luces robóticas. Era un escenario sobrio, sencillo y acogedor.
Gordon Sumner, el nombre real del músico británico, de 63 años, apareció sin mucho preámbulo tocando ‘If Iever lose my faith in you’ con su bajo Fender Telecaster, seguida de ‘Every little thing she does is magic’, el primero de los clásicos de The Police que tocó y que tuvo un final parecido al bossa nova.
Luciendo barba a medio afeitar y una ceñida camiseta gris de minúsculas mangas, Sting se dirigió al público con un forzado español (más bien leía los mensajes escritos en el piso, su mirada se dirigía ahí).
A ratos movía sus caderas, cruzaba los brazos, tomaba agua (por lo menos unos cinco vasos) y bromeaba con la complicidad del guitarrista argentino Dominic Miller, del teclista londinense Jason Rebello y la corista australiana Jo Lawry.
Juntos tocaron ‘Fields of gold’, ‘All this time’, ‘Heavy cloud no rain’, ‘Shape of my heart’ y ‘Desert rose’, con su base hindú (una cultura que apasiona mucho a Sting) y un final de batería parecido al reggaetón para darle un toque latino.
Aunque faltaron clásicos de The Police como ‘De do do do de da da da’ o ‘So lonely’, Sting supo compensar con ‘Message in the bottle’, ‘Roxanne’ y, por supuesto, ‘Every breath you take’, una de las más esperadas de la noche, con la que amagó irse, casi a las once.
Volvió para cambiar el bajo por la guitarra acústica y tocar ‘Fragile’, con la que cerró su concierto a las once de la noche.