El Telégrafo
Ecuador / Jueves, 21 de Agosto de 2025

La obra surge de una necesidad de Nadia Rosero, directora y escritora del guion, de debatir temas inherentes con la realidad mundial desde las artes escénicas, en este caso el teatro.

La representación del exilio y muerte de un líder en Libia (Zarafi), el peregrinaje de su hija Miranda por las calles de Buenos Aires y su enfrentamiento con los medios de comunicación han legitimado con su discurso la violencia y la muerte.

Miranda transita en diferentes espacios y tiempos, lo cual resultó un reto para la dramaturga, puesto que al exponerse como una obra totalmente contemporánea incluye escenas en video, sonidos de televisión, eco de voces, entre otros, que la obligan a establecer un hilo narrativo capaz de mostrar escenas contextualizadas y comprensibles.

La mirada directa de lo femenino, frente a la muerte y la legitimación, se da a través de una chica que clama por la presencia de su padre. Ella es perseguida por agentes de la ‘Atán’ y por la bombardeante información de los medios de comunicación, que acusan a su padre de los peores delitos.

Para esta joven, por supuesto, lo que se dice en la pantalla no cambia la necesidad de su presencia. El mundo de princesa transmuta al de la desidia y la soledad en un país que no conoce.

Una historia parecida a la realidad, aunque a veces se pueda decir que esta última es quien supera los horrores ocurridos en la mente de un guionista. A pesar de esto, no deja de ser ficción ni pierde el peso dramático en la interpretación o en la conjugación de los elementos que hacen que el público de alguna manera se identifique.

¿Cómo llegar a un público con temas que no le son inherentes a su realidad inmediata?

La actriz y dramaturga menciona que siempre habrá una empatía entre los seres humanos. Una solidaridad frente a los problemas del otro, sentimientos generados desde la mirada distante, geográficamente hablando. Entonces el teatro se convierte en una conversación con el público. El que está en la butaca.

Miranda, la protagonista, se muestra agobiada e irónica frente a la realidad y a las personas (o instituciones) que intentan fastidiar su paso por los nuevos rumbos en Sudamérica. El personaje -aunque ella no lo haya mencionado- es Nadia misma, habla en su nombre. Una de las ventajas de ese oficio: se construye y se deconstruye a partir de las imaginación y de los pesos paradigmáticos de cada artista.

“No puedo ser indiferente a estas situaciones, mi obligación como ser humano es al menos hacer este ejercicio de representación”, asevera convencida.

Entonces el público se identifica de alguna manera, sobre todo, en la parte en la que a través de los diálogos con Guillermo Santillán que hace de presentador de noticias, vendedor, séquito de Sadafi y perro de la ‘Atán’, se muestra contraria a la balacera de información constante y acelerada (casi toda falsa) proporcionada por los Mass Media.

Una crítica además frente a los contenidos televisivos de la mayoría de países, especialmente del nuestro, apegado a la espectacularización de las situaciones humanas. Un voyeurismo de los cuerpos y de las prácticas violentas por mantener la paz.

Quizás la búsqueda del personaje dentro de la obra no se despegue tanto de la realidad de Nadia, puesto que después de una maestría en dramaturgia en Buenos Aires el camino inicia a su regreso. Para reafirmar la condición femenina sobre las tablas, ya no solo como actriz sino como directora y guionista. “Lejos de querer ser feminista hay que decir que los roles dentro de las artes escénicas siguen manteniendo cierta masculinidad”, afirma.

El reto, además, se encamina a lograr el engranaje adecuado entre ser directora, guionista y actriz de la obra; pasar de la escritura al planteamiento escénico rompiendo las marcaciones de los roles de género.

La mirada femenina para Nadia es ineludible, puesto que “las mujeres no hablarán igual de los mismos temas que los hombres”. El universo femenino - como lo ha mencionado también otra actriz en su momento- está plagado de sensaciones más cercanas a los otros, dentro de ese universo está la comunidad y el bienestar de esta como primera opción.

El cuerno, elemento usado como símbolo del poder, la manipulación del mismo representa la ira frente a las instituciones que lo representan. Miranda lo amasa, lo cocina, lo rechaza, le grita, pero en algún momento también lo usa. Ironía que se convierte en el hilo conductor de la narrativa de la obra que dura poco más de una hora y que se presenta por primera vez desde su concepción.

Sobre la directora

Nadia Rosero siempre estuvo cercana al arte, gracias a que creció entre los lienzos, pinceles y colores de su padre, Carlos Rosero. Desde su niñez le tomó especial atención al cine, a pesar de haber estudiado Diseño Gráfico en la Universidad San Francisco. Formó parte del laboratorio Malayerba y estudió una maestría en Dramaturgia en Argentina. También es bailarina de danza contemporánea.