El Telégrafo
Ecuador / Jueves, 21 de Agosto de 2025

Cualquier sacrificio valió la pena para ver a Metallica

Algunos seguidores acamparon y al final del show todo estaba cerrado en quito

Henry Andrade y Fabricio Gómez de la Torre no se conocen. De hecho, estuvieron a decenas de metros lejos uno del otro, cada uno con sus panas, en medio de una marea humana en pleno parque Bicentenario. Lo único en común que ambos tienen es su fanatismo por Metallica y que ambos residen en Guayaquil.

El primero de ellos es periodista, el segundo labora en una aseguradora al norte de la ciudad.

Cuenta Henry, quien cumplió 43 años el 13 de febrero pasado, que solamente en entradas gastó 450 dólares. Él adquirió dos para las localidades de Metallica Box, valoradas en 225 dólares cada una. Eran las más caras. Una fue para él y la otra para Edward, su hijo quien celebró su 22° cumpleaños en pleno concierto.

“¡Qué mejor regalo que llevarlo al concierto de la banda que nos gusta tanto! Él la escucha desde que tenía 10 años. Su primer disco entonces fue el ‘negro’. Pero para conseguir las entradas y asistir fue toda una odisea”, revela Andrade, quien pidió permiso en su trabajo para ir a Quito.

A la izquierda, los hermanos Aldo y Bruno Carranza junto a Henry Andrade y una amiga de ellos.

“Compré las entradas desde el primer día de preventa. El problema fue canjearlas por las definitivas. Se suponía que ese proceso estaba previsto cinco días antes del concierto, pero finalmente -y enterándome por amigos míos- las cambié el viernes pasado. De ahí lo que venía era viajar. Hice un esfuerzo para hacerlo por avión. Ahí gasté 254 dólares en el pasaje de ambos. Viajamos a Quito el mismo día martes del show, a las seis de la mañana”, revela el comunicador quien solo en entradas y pasaje ya había invertido 704 dólares. Eso más los 25 dólares que gastó en taxi para trasladarse desde el aeropuerto de Tababela hacia el norte de la ciudad, sumaron 729.

Su ventaja fue en la breve estadía y el desayuno. “Tengo una tía que vive en la Avenida República, cerca del hotel Howard Johnson. Ahí me ahorré hospedaje y al menos el desayuno. A eso de las siete de la mañana estuve en su casa y comimos algo ahí. Después de eso nos fuimos al parque Bicentenario en un taxi que nos cobró 5 dólares más. Estuvimos ahí pasadas las nueve de la mañana. A esa hora habían unas tres mil personas haciendo fila. Eran unas de las tantas columnas que estaban en las afueras del parque. Estábamos en la zona frontal de lo que fue el antiguo aeropuerto. Mi hijo se encontró a un amigo y se fueron al otro lado. Encontraron un sitio mejor y fuimos todos allá. Supe que muchos de los que vinieron en bus desde Guayaquil no llegaron a la hora que planearon porque el tránsito era terrible. Se estaba aplicando lo de ‘pico y placa’, muchos tenían que esperar su turno”, sostiene.

Revela este fan que el sistema de seguridad fue intenso. “Hasta el agua nos quitaron. En los alrededores estaban los vendedores informales. Expendían pulseras de un dólares, camisetas de diez y más cosas. Para almorzar mi hijo y su amigo me cuidaron el puesto y les compré comida, había de un promedio de tres dólares. Mientras hacíamos fila hubo una llovizna que no cesó hasta la una de la tarde. Para cubrinos compramos unos protectores plásticos descartables que costaban un dólar y medio. Hicimos fila hasta las cuatro y media en que abrieron las puertas. Ahí el trajín era otro. Adentro del parque había que caminar unas diez cuadras de lo que fue la pista del aeropuerto. Vimos que en la zona central asignada para el público estaba repleta por gente que ingresó por otro lado. Estaba tan llena la localidad de Metallica Box, que yo apenas tenía un radio de acción de 40 centímetros. No tenía más espacio. Cuando llegamos estábamos a unos 25 metros del escenario y terminamos a solo ocho. No había ni cómo ir al baño porque si alguien se movía habían otros cuatro que ocupaban ese puesto vacío”, revela Andrade.

“Tras el concierto la odisea fue otra: encontrar algún sitio donde comer. Mucha gente que quiso beber y festejar no pudo hacerlo, al menos en bares, porque todo estaba cerrado. La Plaza Foch que habitualmente es concurrida solo tenía abierta dos puesto de comidas rápidas, con largas colas de rockeros consumiendo.

La historia de Fabricio Gómez de la Torre es distinta. Él viajó desde la medianoche anterior en un bus de Transportes Ecuador donde pagó 12 dólares. Fue en compañía de su amigo Paolo Monroy y una fémina. Llegaron a las siete y media de la mañana. No se complicaron mucho y caminaron a ratos. También usaron trolebús y cuando fue necesario algún taxi.

 De izquierda a derecha. El abogado Miguel Garay Severino, Jefferson Gómez Culqui, Fabricio Gómez de la Torre, Gabriel Gómez Culqui y un amigo de ellos.

Se encontraron con los hermanos Jefferson y Gabriel Gómez Culqui con quienes desayunaron café, bolón de verde, huevos fritos y jugo de naranja. Gastaron dos dólares y medio por eso.

“Tuvimos tiempo de pasear un poco. No hicimos fila desde temprano porque teníamos un amigo que vive en la ciudad a quien le pedimos que nos guardara un puesto. Además nosotros no íbamos a las primeras filas. Apenas gastamos 66 dólares para las localidades de preferencia, entonces no había apuro. Nos dimos tiempo de almorzar en el Quicentro, ahí nos costó cinco dólares la comida. Fuimos como a las doce y media del día. Descansamos una hora y a las tres recién nos fuimos al parque Bicentenario. Hicimos cola durante una hora y media. Luego entramos”, dice Gómez de la Torre, de 33 años, quien ha acudido a varios conciertos sin complicarse, uno de ellos fue al de KISS en 2009, en Lima.
“Después del show nos fuimos directo a Guayaquil. Lo hicimos en el carro de una amiga. No había buses porque estaban reservados desde el mediodía”, concluye el fan de Metallica.

Otros fanáticos de la banda norteamericana, empezaron a acampar en las afueras del parque Bicentenario desde el lunes pasado, un día antes del show.

Aquel día se divisaban unas 30 carpas en las inmediaciones de la Av. Amazonas.

Las economía se vio dinamizada desde varios frentes porque miles de personas de otras ciudades también se movilizaron hasta la capital para ver el tan ansiado show de Metallica.

El ajetreo en las terminales, tanto la terrestre como la aérea, era intenso.

Algunos rockeros llegaron en avión, como es el caso de Eduardo Andrade, quien llegó a la ciudad acompañado de su hijo de 16 años desde Manta.

Las expectativas de Eduardo no se cumplieron en su totalidad, ya que a pesar de que la interpretación de la banda fue prácticamente impecable, para este fan la organización sobre todo en el canje de entradas y en el ingreso al recinto dejó que desear. “Yo fui a Lima a ver a Metallica y la verdad no había tanto lío” precisó.

Sin embargo valía la pena ser parte de un evento sin precedentes en el país. Además de que cumplió el deseo de disfrutar el espectáculo con su hijo.

La gente llegó de todos los rincones del país, ese fue el caso de Patricio Vargas, Eduardo Villavicencio, Edison Albán y Cristian Panchana quienes viajaron desde Baños para asistir al concierto. Ellos llegaron a Quito el lunes para hacer algo de turismo y para canjear sus preventas, además de que su amigo Marco Almeida, les ofreció su departamento para que se quedaran.

Lars Ulrich,  el otro líder y fundador de Metallica,    se complementó con su batería desde fondo al trabajo que hacía el bajista Robert Trujillo.

El día más esperado, para ellos empezó a las cuatro de la madrugada, preparados con chompas y sacos abrigados se apostaron en las filas para Metallica Box. Cuentan que no la pasaron muy bien debido al clima y sobre todo a la falta de dinero. “No tenía ni para comprar una botella de agua, además las vendían demasiado caras como a 4 dólares” comenta Almeida, quien también confesó que sus finanzas quedaron un tanto afectadas por la compra de la entrada. Un esfuerzo que bien vale la pena por ver a una de las bandas legendarias dentro del thrash metal.

La estadía de los seguidores tungurahuenses fue un tanto austera, ya que sus ahorros fueron empleados para estar lo más cerca posible de la banda,por lo que pudieron comer algo ligero durante el día. La noche llegó y cumplieron su sueño esperado desde hace varios años, sin embargo sus obligaciones no les permitieron conocer más la ciudad. A la una de la mañana del miércoles ellos emprendieron viaje de retorno.

En la larga espera también se encuentra Vanessa Silva, comunicadora quiteña que también asistió al concierto. “Cuando se confirmó el concierto yo estaba con el pie enyesado, porque me acababa de fracturar el tobillo, así que cuando salieron las entradas a la venta yo estaba desesperada”, relata.

Cuenta además que se las ingenió para conseguir la preventa y canjearla meses después, puesto que su reciente cambio de trabajo no le permitían hacer estas gestiones.

“Yo iba a pedir permiso el día del concierto, pero me fue imposible”, precisa Vanessa, quien tuvo que trabajar prácticamente el doble hasta las tres de la tarde para poder llegar a la fila a las 16h00.

Su amigo Ricardo Velásquez viajó desde Guayaquil la noche del domingo para acampar fuera del recinto desde el lunes, este fue otra de la historias donde los esfuerzos fueron totalmente recompensados a la hora del espectáculo. Ya que debido a la falta de dinero tampoco pudo quedarse más tiempo en la ciudad, por lo que a la madrugada del miércoles ya tuvo que embarcarse en un bus a su tierra natal. La disposición de buses integrados y de cooperativas particulares facilitaron la movilización de Ricardo hasta el terminal de Quitumbe, donde muchos viajeros reservaron su pasaje de regreso, después del concierto.

Según los fanáticos del metal, esta experiencia y todo los esfuerzos que implicaron no se comparan con la satisfacción de ver en vivo a la banda con más de 30 años de trayectoria.

“Mucha gente dice que estamos locos por gastar tanto dinero en un concierto y en tomarnos tantas molestias, pero para mí tiene mucho significado”, reitera Vanessa, quien además viajó a Lima en noviembre del 2011 para ver a Pearl Jam, banda norteamericana de rock alternativo formada en 1990. Entonces para ella el cansancio, los empujones y la espera de esta vez fueron prácticamente nada. Ya está acostumbrada a esos trajines.

“Algunos van a discotecas a perrear, yo fui a Metallica a ‘moshear” concluye Vanessa, ahora en su oficina.

Los hoteles hicieron su ‘agosto’ en pleno marzo. Hubo mucha demanda, pero se desconoce con presión las cifras de ingresos. La asociación hotelera y Captur revelarán esos detalles la próxima semana, pero esa será otra historia.