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El Telégrafo
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A Jinsop lo escuchaban rockeros

A Jinsop lo escuchaban rockeros
01 de julio de 2012 - 00:00

En el adiós de Jinsop estuvieron quienes escuchaban sus temas cuando estaban en la escuela y aquellos que lo vieron  en una de sus últimas presentaciones efectuadas hace unos meses.

Incluso hubo un rockero que se las ingenió para inmortalizar el rostro del cantante coreano en una tela negra, que posteriormente, con ayuda de sus amigos, colgó en la bóveda que reposa el cuerpo del artista, ubicada en la puerta número ocho.

Se trataba de Andrés Espinoza, quien recordó que escuchaba sus canciones, entre ellas “Estrellita solitaria”, de adolescente, porque a su padre le gustaban. “Cuando lo escuchaba me impresionaba su ritmo y su interpretación que era única.

Las guitarras tenían mucha influencia rockera de los 60”. Precisamente, eso fue que lo llevó a tenerlo como su cantante favorito y conservar un disco de acetato y una foto -que logró tomarse tras un concierto- que está colgada en una de las paredes de la sala de su vivienda.

Otra seguidora de su música que acudió a despedirlo fue la soprano Leonor Mantilla, quien lo conoció y lo describió  “como un ser especial, muy humano dedicado a su música, porque cantaba con pasión y sentimiento. Tenía una voz muy matizada y selecta cuando interpretaba las canciones.

El Municipio debería construir un escenario o un parque que le dedique a los cantantes, como el Paseo de la Fama; que les hagan un monumento a todos estos artistas que han hecho gloria, como lo hizo Jinsop”.

Y esa admiración que muchas  personas sentían por Jinsop, según Luis Padilla, autor de uno de sus éxitos, “Estrellita solitaria”,  se  debía a que era un fenómeno, “porque siendo un artista  que no hablaba español fue el más destacado artista nacional”. Al punto de ser el único en conseguir que Ifesa le alquilara el Teatro 9 de Octubre con orquesta en vivo.

Según Padilla, todo lo que causaba se podía comparar a lo que sucedía con Elvis Presley. “Igual que él, a las mujeres les gustaba como Jinsop movía sus caderas. Siempre que se ponía traje de cuerina, brillosos, era  una euforia”.

Cuenta que lo conoció en la época que no había piratería y la fábrica Ifesa estaba en su apogeo. “Efrén Avilés me pidió que compusiera un tema para Jinsop, entonces escribí “Mi bella niña” y “Estrellita solitaria”, de la que, dice, guarda un cariño especial, porque  surgió  en un viaje a  la Sierra a las tres de la mañana cuando todo el mundo dormía y el cielo estaba estrellado”.

Quizás a eso se deba  el aire andino que el tema, del que Padilla asegura, “emula a un charango y quena. Una canción con un  fondo nostálgico que cada vez que él interpretaba lo imprimía”. 

Otro que también conoció a Jinsop, dentro, pero mucho más  fuera de los escenarios fue Gustavo Pacheco. Él  cuenta que con el cantante coreano no solo compartió durante seis meses el mismo techo de la casa de su padre -ubicada en Urdaneta y Tungurahua-, sino la “chirez” en una época dura.

“Había días que no teníamos un real, con un sucre comprábamos diez guineos y ese era nuestro almuerzo. Él se convirtió en un hermano más cuando mi padre lo acogió en su casa. Ya después Efrén Avilés lo llevó a grabar su primer  cover, como Poppy love”.

Precisamente, esa estrecha amistad que cultivaron desde el 72 tras conocerse en un mano a mano cuando Jinsop formaba parte del grupo Los Apóstoles y él como Bodega hizo que tras enterarse de la noticia de su fallecimiento se hiciera cargo de los trámites de su sepelio.

“Sabía que había fallecido en un momento económico mal, pero no imaginaba que la situación era tan mala y que no había ni para el entierro. Y cuando  llegamos a Santa Elena lo vi sobre una mesa de cemento, sin congelador. Había que decidir si regresaba con o sin él”. 

Pacheco asegura  que si bien Jinsop supo manejar su fama “no era un tipo narcisista, se acostumbró a ella. Era común para los autógrafos”, no supo sacarle provecho a su fortuna, “era uno de esos hombres bohemio y amiguero que se ganaba la plata y la despilfarraba. No administró bien el dinero”.

“Tener un buen carro. Ganar 50.000 sucres que fácilmente obtenía de los  ocho show que realizaba al mes lo cogió muy joven. Le faltó prepararse y preocuparse por su salud y la descuidó”.

Ahora solo queda el recuerdo de un cantante entregado cada vez que interpretaba sus temas. Ese que cuando estaba cerca del público se cohibía, por su timidez, pero asimismo se crecía cuando subía a un escenario grande.

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