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Niños cambian el trabajo en las calles por el juego

Las niñas escribieron y colgaron este jueves sus deseos para el próximo año en el árbol de los sueños ubicado en el Parque Samanes (Guayaquil).
Las niñas escribieron y colgaron este jueves sus deseos para el próximo año en el árbol de los sueños ubicado en el Parque Samanes (Guayaquil).
Foto: Alfredo Piedrahíta / EL TELÉGRAFO
28 de diciembre de 2018 - 00:00 - Redaccion Sociedad

Romina, de 10 años,  escribió en una cartulina que todos los menores de edad necesitan una casa y no realizar trabajo infantil.

Su deseo lo colgó en el árbol de los sueños que está en el Parque Samanes de Guayaquil. Allí, entre cánticos de villancicos, 300 niños y adolescentes rescatados del trabajo en las calles compartieron una fiesta comunitaria.

En ella jugaron ajedrez, saltaron la cuerda y pidieron sus deseos para 2019.

La actividad se desarrolló en el marco de Misión Navidad, que vela por los derechos del colectivo.

Alain Vélez, coordinador zonal 8 del Ministerio de Inclusión Económica y Social (MIES), agregó que les ofrecen un momento de esparcimiento.    

La entidad atiende cada año a 1.200 miembros del grupo etario que labora y 120 en situación de mendicidad. Vélez explicó que en diciembre atendieron, en ocho puntos informativos, a 70 niños, personas con discapacidad y extranjeros vinculados que piden dinero.

A ellos se los sensibiliza sobre los peligros a los que están expuestos: accidentes de tránsito, trata de personas, abuso sexual y explotación laboral.

Abel Mideros, quien  hoy tiene 27 años, pasó de trabajar en la calles a convertirse en educador de niños.

Durante su infancia, en  Borbón (Esmeraldas), cargó madera y cuando emigró a Durán, junto  a su hermano, pedía dinero en las noches o en la mañana.

En Guayaquil el trabajo continuó: sacaba la basura de las casas de los vecinos, por eso le daban dinero. Hace más de 15 años recibió en el colegio la visita de una brigada.

“No me asusté, al contrario, me alegré porque sabía que mi vida cambiaría”.

Desde entonces su madre recibe un bono estatal y él es parte de la organización Rafama. “Aprendí que la mejor vacuna contra la pobreza es la educación. Yo no quiero que ningún niño viva lo que a mí me tocó sufrir”.

Como él, Mike, de 9 años, ya no pide dinero. “No me gustaba porque me quemaba mucho por el sol y no podía jugar”. (I)

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