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Doña América añora ese campo que la vio envejecer

América Ortega cuida cada día de sus plantas. Sus años le permiten saber perfectamente cuándo es época de una buena cosecha y cuándo no.
América Ortega cuida cada día de sus plantas. Sus años le permiten saber perfectamente cuándo es época de una buena cosecha y cuándo no.
Foto: Karly Torres / EL TELÉGRAFO
24 de mayo de 2018 - 00:00 - Redacción Intercultural

Como todos los días, entre las 09:00 y 11:00, América Ortega, de 80 años, pasea por los bajos de su casa de caña para tomar el agradable y fresco viento mañanero que regala el campo del Litoral.

Uno de los lugares favoritos de doña América es su pequeño jardín, en donde se refugia entre sus árboles de chirimoya, cereza, tamarindo y sus plantas ornamentales y medicinales para observar el diario vivir de sus gallinas, patos, perros y su gato.

Entre ese tiempo, la escalera de madera de su casa es su lugar de descanso y desde allí contempla el paso de la gente y el verdor de los arrozales que hay en Daule.

Recuerda que años atrás se levantaba a las 05:00 para hacer el desayuno a su esposo: pan, queso, patacones y el infaltable café era lo que preparaba en su mesa.

Luego, su siguiente tarea era ver a sus animalitos (patos, gallinas, gato y perro) y las labores domésticas, hasta que su esposo retorne de su trabajo.

Hoy en día, su cotidianidad cambió. Ahora se levanta a las 06:00 y la mayor parte de los quehaceres de su hogar los hace su hija, quien está pendiente de ella.

“Antes era diferente. Había como una alegría y tranquilidad para vivir, con cosas mejores. Uno se iba a Daule a comprar cosas buenas, pero ahora ya no es así. Hasta la alimentación es distinta, porque hoy uno compra una cosita frita u otro producto y ya le hace daño”, indica Ortega.

A esto se suma el tema de la inseguridad y el problema de drogas en los jóvenes, algo que la tiene intranquila.

Aquello comparte Sandy Anzuástegui, del recinto Piñal de Al Frente, en Daule, quien comparte sus días en su casita de caña junto con sus dos hijos, uno de ellos con el 81% de discapacidad.

Como es costumbre en el campo, la jornada de Sandy comienza a las 04:00 con tener todo listo para la escuela de sus hijos, preparar el desayuno, darles de comer a sus animales (gallinas y chanchos) y a eso de las 06:00,  llevarlos a pie a sus niños hasta la escuela.

“De ahí regreso a la casa, a hacer las cosas del hogar, preparar el almuerzo, irlos a ver (sus hijos) y retornar a continuar con las obligaciones en mi casa y estar en el cuidado de mis padres”, comentó Anzuástegui.

Como las típicas casas de campesino, su vivienda de caña es alta, con el tradicional balcón y en la parte de abajo no puede faltar una hamaca, en la que descansa por las tardes con sus hijos o para charlar con sus padres, quienes viven junto a ella.

En ocasiones, con la ayuda de su padre, Marco, siembra plátano, arroz, fréjoles, yuca y otros productos para alimentar a sus familiares. Además poseen árboles frutales.

“En el campo uno puede sembrar cualquier cosa, criar un animalito para comer o venderlo y así comprar los víveres para el hogar; así vivimos acá, a veces intranquilos por la falta de seguridad, por los robos, pero felices al fin, porque esto es nuestra esencia, nuestras raíces”. (I)

Cada día, en la mañana y en la tarde, doña Sandy alimenta a sus dos cerdos que tiene en un pequeño chiquero frente a su casa.

Alimentar a sus aves es una de las actividades favoritas que realiza Sandy durante el día. Lo hace bajo la sombra de un árbol maderable y ante la mirada de su padre Marco. 

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