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Los “marihuaneros” aún no convocan a sus masas

Los “marihuaneros” aún no convocan a sus masas
11 de mayo de 2012 - 00:00

Marihuana, Mary Jane, weed, ganja, hierba, cannabis... Como sea que llamen a esa planta de verde intenso, eso era  lo que los había convocado allí, al pie de las escalinatas de Las Peñas, donde en las noches nunca falta la música y la gente. 

Pero acá no eran miles como en otros países que se unieron a la iniciativa “Global Marihuana March”. Los asistentes apenas llegaron a 30, muchos de ellos en el albor y entusiasmo de sus veintitantos.

La convocatoria para la marcha -que con el paso de las horas se convirtió en una simple reunión de personas con una afinidad- estaba prevista desde las 16:00, tal como se había difundido por medio de la red social Facebook.

Allí, casi puntuales, estuvieron Cheo, Joss y Daniela, tres amigos entre 18 y 23 años, que esperaban sentados en una banca de cemento a que la gente llegara y que la caminata arrancara.

Mientras aguardaba, Cheo -que llevaba una camisa verde con las mangas recogidas, gafas cuadradas que ocupaban gran parte de su rostro y una sonrisa festiva- metió su mano derecha al bolsillo de su jean oscuro para sacar una  fundita transparente mínima rellena con hojas verdes, unas más secas que otras, de aspecto similar al orégano.

Daniela sostenía un papel blanco, semitransparente, cuadrado y pequeño, parecido al que utilizan los arquitectos para realizar los planos, con el que armarían el “porro”, como se denomina a los cigarillos de marihuana.

Allí mismo, sobre sus piernas, Cheo tomó parte de la planta y la colocó en medio del papel y con algo de torpeza lo enrolló, mientras se desparramaba por los costados, para luego sellarlo dificultosamente con la saliva de la punta de su lengua. Como resultado quedó un fino y amorfo tubo de papel que encendieron y fueron pasándose una y otra vez.

“La marihuana realmente no le hace daño a nadie. No debe ser considerada una droga, sino una planta medicinal”, decía Joss, mientras consumía el cigarro. La tos que el humo le producía se mezclaba con el sonido de los autos que ingresaban al túnel del Cerro Santa Ana.

Luego, otra   joven,  robusta y de cabello rizado, blusa roja con un generoso escote y lentes de contacto en tono gris, dice que sufría de convulsiones y que la hierba le ha ayudado a superar este y otros problemas de salud.

-Yo fumo para mi depresión, no porque quiero sentirme “high” ni porque quiero vacilar. Yo creo que debe ser usada por alguna razón, porque tú sabes que es una planta que te ha dado Dios. Porque Dios creó todas las plantas existentes aquí, entonces es obvio que Dios también creó la marihuana.

-La depresión que me dices, ¿es diagnosticada por un psicólogo o psiquiatra?

-No. Yo me siento... bueno, yo leo mucho: libros, Internet, lo que sea y allí veo los diagnósticos de cómo es una persona depresiva. 

Ella acudió, al igual que los poquísimos presentes para marchar a favor de la legalización de la marihuana. Se trata de una iniciativa emprendida este año por la Coalición Latinoamericana de Activistas Cannábicos (CLAC), que busca  “realizar un reclamo en conjunto que evidencie la cantidad de personas que exigen normalizar la situación legal de la planta y terminar con la criminalización, estigmatización y persecución de sus usuarios y cultivadores, teniendo en cuenta las particularidades propias de cada país”, según afirman en el sitio web de las movilizaciones, que este año se realizaron en países como Argentina, Brasil, Costa Rica, Chile, México, Paraguay, Perú y Uruguay.

Aunque, según consta  en la página, la iniciativa se realiza desde 1999, esta fue la primera vez que se planeaba en la ciudad, pero la ausencia de un organizador y de suficientes asistentes impidió que la marcha se realizara en  algún momento de la tarde.

“La intención de la guerra contra las drogas no es ganarla, sino más bien sostenerla”, decía el cartel pintado con letras verdes que llevó Frank Salazar, de 22 años, y que había decorado con una hoja de marihuana, dibujada por él mismo.

“Este mundo genera mucho dinero... los gobiernos se aprovechan de esto y la gente solo tiene la información que le ha dado el sistema, el Estado, y dicen que las drogas son malas. Eso genera más violencia y no es una solución verdadera. Y no sé, tal vez mejoraría el hecho de que al  legalizarla te dejen tener un cultivo, que sería lo correcto”... es el argumento de Frank para su asistencia aquella tarde.

De hecho, él ha intentado tener sus propias plantas. “Todas se me mueren. Eso es toda una ciencia”, suelta entre risas, mientras saca del bolsillo delantero de su mochila una hoja volante de un centro de estudios superiores donde tiene envuelto un puñado de hierba.

“Ésta, por ejemplo, es del cultivo de un amigo, que me regaló”, relata el estudiante de fotografía de un instituto local. “Pero me hubiese gustado mejor hacerme biólogo”, complementa, y todos ríen.

Son las 17:00 y las primeras cervezas aparecen. No así algún líder de la supuesta marcha. Unos cuantos más se unen a la espera, formando un grupo de aproximadamente 20 personas, que a su vez se dividen. Varios han ido entre amigos y se juntan con los que son más cercanos.

Agrupados cerca de un puesto de venta de agua y caramelos, un conjunto de jóvenes con “rastas” conversa y se ríe  mientras beben  cerveza en grandes vasos trasparentes. Algunos fuman tabaco y otros se pasan el “porro”, mientras desenvuelven una bandera con los colores de Jamaica y la estiran entre todos, para agitarla, como acomodándola.  

Un poco más hacia el sur, cerca de la Plaza Colón, se encuentra  otro grupo de amigos, entre ellos un joven de 19 años, delgado y también de gafas, que se identifica como “Shagui”. En sus manos sostiene una manzana amarillenta, pero no se trata de una común y corriente... En la zona central tiene un agujero que se conecta a su vez con otro, en una parte lateral de la fruta.

“Yo la uso como una pipa. Le hacemos un hueco arriba, donde colocamos la marihuana y el huequito del costado es para poder fumar”, precisa “Shagui” con desconfianza, mientras una joven de cerquillo lo hala hacia ella.  “Bueno chicos, vamos a reunirnos para ver qué mismo va a pasar con esto”, dice  un flaco de camiseta verde y ojos rojos.

“Yo me llamo Carlos. Aprovechemos que estamos acá ya que nadie se ha pronunciado para nada, ni han venido los organizadores para que esto sirva al menos para conocernos y tomar acciones más adelante. No sé si alguien quiera proponer ideas o decir alguna cosa...”, expresa en voz alta, a lo que surge un silencio, roto a los pocos segundos por Joss.

“Es importante que creemos una conciencia al menos en Guayaquil, ya que aquí hay poca cultura cannábica. Sería bueno realizar foros, encuentros o algún tipo de evento, ya que nosotros tenemos al menos una idea de cómo es esto”, dice, seguido de aplausos.

Carlos, de 24 años, saca un cuaderno de su bolso, escribe su nombre, su correo electrónico y empieza a pasarlo de uno en uno para armar un improvisado registro de asistencia. “Acá nadie saca la cara por nadie”, se queja Robert, otro de los asistentes; “la gente no ha venido porque tiene miedo. Como era una marcha, pensaron que habría cámaras y todo eso y no quieren ser tildados de escoria o marihuanero, como nos dice la gente a veces. Hay mucha discriminación”.

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