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En 3 años conoció gran parte de las 4 regiones del país

La japonesa que también enseña música en quichua (Galería)

Akiko Morita (der.) trabajó en 2 períodos en Fundación EINA de Quito como profesora de música. Toca piano. Foto: Andrés Darquea/El Telégrafo
Akiko Morita (der.) trabajó en 2 períodos en Fundación EINA de Quito como profesora de música. Toca piano. Foto: Andrés Darquea/El Telégrafo
21 de noviembre de 2014 - 00:00 - Redacción Sociedad

Su carisma la hizo ganarse desde el primer momento la simpatía de los alumnos. La japonesa Akiko Morita logró descubrir en cada niño y joven con discapacidad intelectual ese potencial que tienen para la música.

La nativa de Kobe tiene 31 años y es voluntaria de la Agencia de Cooperación Internacional de Japón (JICA).

A través de ellos llegó a Ecuador hace 4 años para poner en práctica los conocimientos de Educación Especial que posee. En la maleta que trajo desde Asia a más de su ropa guardó las campanas musicales con las que acompaña su enseñanza. Cada una representa una determinada nota musical.

Su primer enlace con la cultura ecuatoriana se dio en la comunidad de Tisaleo, en la provincia del Tungurahua. Aquí hablan esencialmente quichua, lengua que ‘Aki’, como todos la llaman, no conocía, mas su afán por ser parte de ese grupo la llevó a aprender enseguida. “Tuve algunas dificultades al inicio pero poco a poco las superé. Aprendí las palabras básicas relacionadas a la naturaleza para poder componer algunas canciones”, comenta la japonesa, que domina casi a la perfección el español.

Nunca recibió clases particulares de este idioma. Todo lo que sabe es gracias a su autoformación y a la lectura constante de revistas y periódicos en sus momentos libres.

En la provincia de la ‘Mama’ Tungurahua, la japonesa vivió dos años. Se asombró al conocer animales como las llamas o las alpacas que no existen en su país, pero sobre todo se encariñó con los cuyes, que en su país sirven solo de mascotas. “Aquí los comen y yo sinceramente no pude hacerlo, tenía mucha pena. Por eso cuando me regalaron dos cuyes los tuve de compañía y al retornar a mi país los regalé. No sé finalmente qué destino tendrían”.

Tras esa primera experiencia en territorio nacional quedó encantada con toda la cultura, paisajes y gastronomía. Por eso volvió a postular para trabajar en el país a través de la Agencia Japonesa y en esa ocasión (2013) le destinaron a Quito.

Se enroló como profesora de música en EINA (Fundación de enseñanza individualizada para niños, niñas y adolescentes con discapacidad intelectual). En este espacio encontró su segundo hogar. “En Japón hay mucha atención a los chicos con estos problemas. Los tratan con calidad, pero no hay ese cariño y cercanía de familia que experimenté aquí”, comenta ‘Aki’, quien terminó su contrato y debió retornar a suelo nipón.

En los 3 períodos que estuvo en el país, ‘Aki’ pudo conocer varios lugares de las distintas regiones ecuatorianas. Incluso ya estuvo en las Islas Galápagos. “Este país es realmente muy lindo y con muchas cosas que ofrecer. Por eso, salvo mi familia y alguna comida japonesa, no extraño realmente mi país”.

Akiko no tiene inconveniente con la movilización en la ciudad. El bus escolar que recoge a los alumnos también la lleva hacia la institución. Su domicilio está en La Carolina (norte de Quito) y la fundación en Pusuquí, vía a la Mitad del Mundo. Ella aprovecha esos minutos para compartir y acercarse más a sus alumnos.

En la fundación no hay ni un solo chico de los 125 alumnos matriculados que no simpatice con ‘Aki’. Por eso todos se mostraron tristes por la partida de la profe japonesa.

En los 9 meses que permaneció este año en la fundación pudo entablar una relación de mayor amistad con Angelita, una joven autista que como parte del homenaje de despedida le dedicó una canción en quichua.

Con su delicada voz arrancó sonoros aplausos de los presentes, que a gritos corearon ‘otra, otra’. “Angelita me parece una chica  muy dulce y entusiasta. Se empeña mucho para aprender. No importa si está cansada, igual quiere continuar. Es un ejemplo”, cuenta Akiko.

Manuelito, otro de los estudiantes, mostró una perfecta armonía tocando el bajo que acompañó la melodía ‘A mi lindo Ecuador’. “Se puede ver el gran trabajo de la profesora, es una lástima que deba marcharse. Su carisma le ayudó mucho a mi nieto. Aquí veo que él progresó y eso me deja contenta”, confesó doña Mary, abuela de Pablo.

A diferencia de otras fundaciones, EINA es una institución regida por el Ministerio de Educación, con el mismo número de días laborables y como es la norma en estos casos hasta décimo de básica.

“La formación académica no es la más importante sino el desenvolvimiento en la vida diaria y para ello creamos una serie de actividades que los acerca a la cotidianidad. Tenemos desde una oficina de informática hasta un taller de carpintería, corte y confección. Lo que queremos es que los muchachos se independicen y hasta puedan emprender microempresas”, refirió Lilia Pelaya, gerente de EINA.

La institución funciona con el pago que hacen los padres de familia y a través de donaciones; es algo que siempre requieren para no tener inconvenientes económicos.

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