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Investigadores analizaron el comportamiento de 74 preescolares

Jhon y Enna, dos ejemplos de generosidad en medio de carencias

Un grupo de niños rescató a una cachorra de un basurero, en la cooperativa Sergio Toral, en el noroeste de Guayaquil. Ellos compartieron lo poco que tenían. Foto: Alfredo Piedrahíta / El Telégrafo
Un grupo de niños rescató a una cachorra de un basurero, en la cooperativa Sergio Toral, en el noroeste de Guayaquil. Ellos compartieron lo poco que tenían. Foto: Alfredo Piedrahíta / El Telégrafo
15 de julio de 2015 - 00:00 - Redacción Sociedad

Los pequeños Jhon y Enna estaban emocionados con la presencia de ‘Chiripa’, una cachorra que habían encontrado hace pocas horas en medio de un basurero.

En una tarrina de mantequilla improvisaron un platito para la mascota y le dieron parte de la sopa que tenían en casa.

‘Chiripa’ estaba en un nuevo hogar, en una vivienda de construcción mixta ubicada en la Cooperativa Sergio Toral 2, en el noroeste de Guayaquil.

En la casa en donde habitan los niños viven 3 familias: Doña María Delgado con su hija y 3 nietos, al igual que sus 2 hijas con 7 nietos más.

Delgado destaca en los infantes la solidaridad, una virtud que tuvo su origen en su familia, según cuenta. El rescate de ‘Chiripa’, llamado así por que fue encontrada de ‘chiripazo’ (suerte), sería un ejemplo de los actos generosos y sin cálculos que los menores suelen hacer.

“Cuando hay cómo ayudar a una persona, si no tenemos económicamente, ayudamos a conseguir algo. Ellos (los niños) son bien colaboradores y cariñosos”.

Casos de generosidad como los de Jhon y Enna no serían coincidencia. Un estudio realizado en la Universidad de California, en Estados Unidos y publicado en la revista Psychological Science, demuestra que los niños de familias pobres se comportan de una manera más altruista que los infantes con más recursos económicos.

Un experimento de generosidad

Para demostrar que los niños con menos ingresos son más generosos, los investigadores reclutaron a 74 pequeños en edad preescolar y mediante un juego les explicaron que iban a ganar fichas que podían cambiar por premios al final de su visita.

También se les dio la oportunidad de donar una parte o la totalidad de ellas a niños enfermos ficticios, que no eran capaces de llegar al laboratorio. Los datos revelaron que los niños de las familias ricas compartían un menor número de fichas que pequeños de hogares con menos recursos.

Además, los infantes fueron sometidos a un análisis con electrodos en el torso para recolectar datos fisiológicos, incluyendo información sobre la frecuencia cardiaca y el tono vagal.

Esto indica la influencia del nervio vago, que conecta el cerebro con otros órganos regulando las respuestas de estrés y empatía.

Los niños que sacrificaron fichas para ayudar a los enfermos mostraron una mayor flexibilidad vagal durante la tarea encomendada, lo cual indica que tienen mejor comportamiento y destrezas sociales.

Este alto sentido de empatía con el prójimo compensa la falta de dinero que podrían tener los pequeños más pobres.

Un ejemplo aplicado a la realidad

El barrio en Guayaquil en donde habitan los nietos de Delgado, Jhon y Enna, aún no cuenta con los servicios básicos.

El agua potable por tuberías es un anhelo lejos de concretar, por lo que siguen comprando el líquido a los tanqueros que recorren el sector. Cada día gastan $ 1, solo para llenar un tanque.

Tampoco existen instalaciones de alcantarillado, ni de servicio telefónico. Las únicas redes instaladas son las eléctricas.

Muy ajenos a las necesidades básicas y del piso sin pavimento, la decena de pequeños que habitan en la vivienda disfrutan de su niñez jugando, sin eximirse de las tareas que deben cumplir en el hogar; también destinan tiempo para lavar los platos, la ropa y ayudar en el arreglo de la casa.

Ellos, al estar en una situación de pobreza y vulnerabilidad, reciben ayuda psicológica de la Fundación Junto con los Niños (Juconi). Esta organización visita el barrio 2 veces por semana para identificar las necesidades de las familias.

Paola León, una de las capacitadoras, señala que los niños con menos recursos económicos tienen un gran espíritu de resiliencia, “a pesar de todo lo que sucede alrededor y los problemas siguen adelante”.

Mientra que Merly López, coordinadora de programas de Juconi, señala que una de las generalidades de las familias más pobres es que son capaces de quedarse sin lo poco que tienen con tal de compartir.

Agrega que eso se puede evidenciar más entre hermanos. “Si bien es cierto las mamás se encargan de repartirles la comida, en algún momento el hermano mayor identifica que el menor se quedó con hambre, entonces da de su plato un poco a sus hermanos sin necesidad de que el adulto responsable lo diga”.

Ninguna de las 2 capacitadoras había leído antes el informe de la Universidad de California, pero no demoraron en coincidir en que los niños menos favorecidos económicamente son más altruistas.

Para la directora de Juconi, Martha Espinoza, los pequeños que viven carencias aprenden a ser empáticos con otros niños. ¿Por qué?

Jonas Miller, conductor del estudio, lo responde: “Ciertos aspectos de estratos socioeconómicos elevados observados en adultos, como la búsqueda del bienestar propio y la poca sensibilidad social, se refleja en pequeños de apenas 4 años. Ellos aprenden lo que ven de sus padres”.

La psiquiatra María Luisa Meneses también opina: los infantes que crecen en un ambiente de riquezas podrían ser más egoístas, en especial cuando no hay un modelo de dar y recibir en su entorno.

La especialista dice que cuando una persona más tiene, se vuelve más ciega ante la necesidad de otras. “Los pobres no han desarrollado el sentido de posesión porque al no poseer, no pelean nada, dan todo lo que tiene; pero el que acumula, desarrolla el deseo de tener más, quiere defenderlo”.

Aunque faltarían más estudios para validar la teoría de la Universidad de California, los consultados indican que la generosidad de Jhon y Enna, y de otros pequeños, tendría su origen tanto en el hogar como en el ambiente donde viven. (I)

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