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La preocupación por la salud impulsa lAs VENTAS de frutas

Indígenas en Guayaquil, minoría emprendedora

Alberto Ñamo atiende a sus clientes, a los que llama vecinos. Su rutina se da de lunes a domingo. Foto: Alfredo Piedrahita / El Telégrafo
Alberto Ñamo atiende a sus clientes, a los que llama vecinos. Su rutina se da de lunes a domingo. Foto: Alfredo Piedrahita / El Telégrafo
26 de junio de 2014 - 00:00 - Redacción Sociedad

Los llaman María o Manuel. Pero sus verdaderos nombres son Alberto Ñamo y Ana Auquillas, una pareja de jóvenes indígenas que llegó a Guayaquil hace más de 15 años. Ambos decidieron dejar su natal parroquia Cacha, ubicada en Riobamba, para buscar mejores condiciones de vida. Ella ayudaba a su padre en las ventas de productos y él trabajaba como cargador en un puesto del mercado de la ciudad. Hace 5 años la pareja emprendió su propio negocio de venta de frutas.

Según el último censo poblacional del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC), en Guayaquil 31.548 personas se autoidentificaron como indígenas. Una cifra que dista de las 300.000 personas que estiman dirigentes indígenas evangélicos.

Según Loretta Moreira, docente de la Espol, la forma acelerada en la que crecen los emprendimientos dedicados a la venta de frutas o bebidas saludables radica en la perseverancia y buen manejo de las finanzas de los pobladores indígenas.

“Para tener éxito, hay que tener mucha imaginación, la misma que es originada por la necesidad y práctica. Para muchos profesionales resulta inverosímil que un negociante informal obtenga más ingresos que ellos, ya que para los propietarios de negocios de frutas, para desenvolverse, solo es indispensable saber las 4 operaciones básicas de las matemáticas: sumar, restar, multiplicar y dividir. El resto es imaginación, dedicación, experiencia para prosperar en sus negocios informales”, asegura.

Vestida con su anaco de color azul, Ana relata que la iniciativa del negocio de frutas surgió con la venta de un par de cajitas de manzanas y uvas, en la 17 y General Gómez, en el sur de la ciudad. Con el pasar de los meses se transformó en un local lleno de frutas (melones, uvas, peras, papayas, duraznos) al que diariamente llegan a comprar sus ‘vecinos’, como llama a los clientes.

Admiten que sin proponérselo, el negocio no solo les ha permitido mejorar su economía sino convertirse en promotores de la ingesta de frutas en pro de la salud. “Llegan de todos lados pidiéndome granadilla para que su hijos -de un año- empiecen a hablar pronto, la pitaya para los problemas de colon y la guanábana para el cáncer. Los taxistas y buseteros compran piña y sandía para refrescar los riñones”, dice Alberto.

Verónica Damián, quien también es originaria de Riobamba, lleva 3 años con la venta de frutas en Sauces II.

Para la joven, que es madre de un niño de 5 años, la apuesta por las frutas le permitió mejorar los ingresos en el hogar. “Mi esposo se había dedicado a la construcción toda su vida, como asistente y con el sueldo que percibía ($ 50 semanales) no alcanzaba para la comida. Como antes había trabajado con una prima en el mercado en la venta de frutas, sabía cómo era el manejo. Es así que con unos ahorritos buscamos la forma de ponernos el local”, cuenta Verónica.

Allí permanece hasta las 22:00, cuando cierra. Así lo hace de lunes a domingo. Para no correr el riesgo de que se dañen las frutas -así como se venden rápidamente también se descomponen-, cuando se las compra hay que observar que estén pintonitas, no maduras”, agrega.

Aunque Verónica extraña su parroquia, admite que si continuaba allá no cambiaría su situación. “Como allá ellos cultivan sus frutas no necesitan comprar, tampoco hay movimiento como aquí”.

Es precisamente en las noches donde las ventas aumentan, según Alberto. Explica que esto ocurre porque las madres prefieren comprar las frutas y tenerlas listas en el día para el lunch de los niños o los batidos en el desayuno.

Agrega que trabajar todos los días, para él que se turna con su esposa Ana, solo representa el camino para brindar a sus futuras generaciones lo que él no tuvo cuando era un niño.

Ana y Alberto aún no tienen hijos, pero ya piensan en que cuando lleguen, deberán enseñarles el éxito del emprendimiento.

Otras de las zonas en las que se ve este tipo de negocios son algunas etapas de la Alborada y la cooperativa Juan Montalvo. Allí Julio Guamán, siendo un adolescente empezó con la venta de manzanas en los colectivos. Hoy el joven de 20 años cuenta con su local de frutas, cuyas ganancias le permitieron comprarse una camioneta, uno de sus grandes sueños en la adolescencia. “El negocio es duro porque no se puede parar. Si lo descuidamos, la fruta se pierde. Siempre tiene que estar fresca para que el casero regrese”, cuenta entre risas.

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