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El huerto urbano además de alimentos produce virtudes

Claudia Salem considera que aquella creencia sobre la “mala mano” de algunas personas para las plantas es un mito. Aclara que todos podemos sembrar y que solo debemos fijarnos en las cantidades apropiadas de luz, agua y abono.
Claudia Salem considera que aquella creencia sobre la “mala mano” de algunas personas para las plantas es un mito. Aclara que todos podemos sembrar y que solo debemos fijarnos en las cantidades apropiadas de luz, agua y abono.
Foto: José Morán / EL TELÉGRAFO
03 de marzo de 2019 - 00:00 - Néstor Espinosa

El eneldo se muestra vigoroso, frondoso. El viento de la tarde del lluvioso sábado lo contonea elegantemente de un lado a otro. A ratos parecería que lo quisiera sacar del macetero, pero está lleno de vida, florido, imposible  de doblegar.   

Al paso, su dueña arranca una flor y se la lleva a la boca.

“Es deliciosa y muy digestiva”, comenta con una gran sonrisa e invita a quienes la acompañan a probarla. Efectivamente, el dulce y anisado sabor de esta hierba rememoran el gusto de la comida del Mediterráneo oriental. ¡Deliciosa!  

Las cajas de madera reciclada del huerto de Claudia Salem tienen en su interior, además de eneldo, especies como girasoles floridos, albahaca, romero, tomillo, cilantro, pimientos, recao (chillangua) y plantas ornamentales o alimenticias como la hortensia o la remolacha. Sí, la beterava también, una hortaliza que creíamos que solo crecía en climas fríos pero que “en Guayaquil se da muy bien”.

Salem es la dueña del blog #YoSiembro, una cuenta en Instagram con más de 44.000 seguidores dedicada a la promoción y enseñanza del valor de los huertos urbanos. Una actividad que, en momentos de tanta deshumanización por la tecnología, invita a fijarnos en cosas más sencillas.   

Es un espacio en el que destaca la producción de alimentos en el patio de la casa, el pórtico, el balcón de un apartamento o en el peor de los casos en el filo de una ventana o una simple pared con suficiente luz.

Las razones para iniciar un huerto sobran. Para unos puede ser la más básica: el ahorro en las compras del supermercado, para otros, la búsqueda de productos específicos que no se encuentran fácilmente en las tiendas, pero para muchos la motivación es contar con alimentos orgánicos, libres de químicos y preservantes. En el caso de Claudia Salem,  su hijo mayor desarrolló una pequeña intolerancia al gluten, lo que la empujó a llevar el campo, del que ella disfrutó en su infancia, hasta el balcón de su apartamento, en pleno centro de Guayaquil, donde escasean los árboles y las áreas verdes.

Salem se maravilla cuando recuerda cómo empezó su huerto urbano.

Respira, sonríe y detalla que de la casa de su mamá tomó una planta de albahaca y la plantó en el balcón de su apartamento; entonces motivó a sus hijos a cuidarla, regarla y desbrozarla cada vez que fuera necesario. De ahí pasaron al tomate, al cebollín, al oreganón, al cilantro...

La experiencia, cuenta, germinó virtudes en sus hijos: paciencia, porque debían esperar que las plantas y las semillas crecieran; orden y estrategia, ya que deben conocer las características de cada especie. Pero por sobre todo aprendieron a reciclar.

Cada vez que veían una botella de plástico la recogían para convertirla en macetero.  

Mientras trasplanta una mata de albahaca, en la sección de hierbas medicinales del Parque Histórico de Guayaquil, donde conversa con el equipo de EL TELÉGRAFO, reconoce que su huerto no produce tantos alimentos como los que consume, pues ahora su familia es más grande: tiene tres hijos y la última de ellos nació ya en medio de la diminuta “granja”, en el balcón de su apartamento.

Aclara eso sí que el principal problema de la nutrición en Ecuador no es la falta de alimentos sino la mala elección de los mismos. “Vivimos en uno de los países más megadiversos, pero no conocemos lo que tenemos y dejamos perder plantas que tienen alto valor nutricional. Deberíamos comer lo que crece en nuestro medio, eso es más sano”, sostiene. Explica que lo que nos hace daño no son los productos naturales sino los que son sobreprocesados (conservantes, aditivos, concentrados, fertilizantes y pesticidas). Luego de tener alimentos frescos en la mesa, recogidos del propio jardín, lo importante, aclara, es lo otro que se obtiene por sembrar: alegría, disciplina, trabajo en equipo, fe y compromiso.

Precisamente por ello, Claudia Salem colabora con escuelas e instituciones que trabajan con niños para que ellos vuelvan a poner sus ojos en el campo.

Claudia no es ingeniera agrónoma, tampoco nutricionista; es una madre graduada de Filosofía en la universidad. Trabajó  12 años en telecomunicaciones, pero vive enamorada del campo y parte de su vida es comer sano.  Con el Municipio de Guayaquil colaboró en la elaboración de una colección de folletos que enseñan cómo construir un propio huerto urbano. (I)  

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