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Todo vale para estacionar en el hospital del IESS

En la calle 18 de Septiembre, en el Hospital Carlos Andrade Marín, en el centro norte de Quito, hay tres estacionamientos. En cambio, en la parte posterior de ese centro de salud operan otros seis lugares para guardar vehículos.
En la calle 18 de Septiembre, en el Hospital Carlos Andrade Marín, en el centro norte de Quito, hay tres estacionamientos. En cambio, en la parte posterior de ese centro de salud operan otros seis lugares para guardar vehículos.
Foto: Carina Acosta / EL TELÉGRAFO
07 de abril de 2019 - 00:00 - Redacción Política

Todo vale para los trabajadores de los parqueaderos privados aledaños al Hospital Carlos Andrade Marín de Quito.

A gritos, con un silbido o interrumpiendo el tránsito, como si fuese policía, busca ganarse un cliente, en una de las zonas más concurridas del centro capitalino. El Andrade Marín es el hospital más grande del Seguro Social en Quito y 15.000 personas lo visitan diariamente.

Para Xavier, un migrante venezolano de 32 años, es su oportunidad para ganar un poco más de dinero. Él tiene una destreza para parquear en espacios reducidos. “Jefe, si no puede, le ayudo a parquear”, le dice el extranjero, para convencer a un conductor en un estacionamiento al frente de la entrada de emergencias del nosocomio.

Este parqueadero es un inmueble adaptado a la fuerza para este negocio, Xavier hace maniobras complejas para ubicar los vehículos. Ya lleva haciendo lo mismo ocho meses. Por ese trabajo gana un dólar la hora, el mismo valor de una hora de parqueo.

Ese negocio ubicado en la calle 18 de septiembre, es parte de los 11 parqueaderos privados que hay alrededor de esta casa de salud. En su mayoría operan las 24 horas. Estos no son parte del Sistema de Estacionamientos aprobados por el Municipio de Quito (ver infografía).

En esa calle también hay otros dos negocios. En uno de ellos, el administrador es Sebastián, otro venezolano.

Antes de que entren los vehículos a ese lugar, advierte a los usuarios que únicamente pueden dejar el auto si dejan las llaves.

Algunos se rehúsan y piden explicaciones: “Tenemos que acomodar los vehículos a medida de que vayan saliendo los otros carros”, contesta Sebastián.

“No me dan mucha confianza”, reconoce un usuario que prefiere no ser identificado. Los que trabajan allí dicen  que la seguridad está garantizada al mostrar los permisos de funcionamiento.

La seguridad la proporcionan los mismos captadores de clientes, quienes se turnan cada 12 horas para trabajar en los estacionamientos.

Ganarse la vida cerca de un hospital no es fácil. Ellos han sido testigos del dolor de perder a un ser querido.

Miguel, compañero de Sebastián, cuenta que causa dolor el ver a padres que traen a sus hijos enfermos y que piden que acomoden al vehículo en el estacionamiento.

“Una vez vino un señor con un dolor de barriga y nunca lo volvimos a ver. Luego de unos dos días, su hijo retiró la camioneta y nos dijo que su padre había muerto”, recuerda aún con tristeza Miguel.

Algo parecido pasa en la calle Portoviejo. Allí funcionan seis estacionamientos. Sin embargo, en esos negocios, no se les pide las llaves.

Esto, debido a que dichas instalaciones están mejor adecuadas para ese servicio. Uno de ellos es administrado por Liz Alberca, de 34 años. Ella trabaja junto con tres mujeres más.

Ese estacionamiento de 25 plazas, está abierto al público desde las 06:00 a 20:30. Incluso tienen espacios para personas con discapacidad y una tienda de snacks.

Aunque su negocio está lleno, los administradores dicen que tienen una competencia desleal.

Los señalados son los 45 vigilantes (con chaleco naranja). Ellos cobran 50 centavos la hora o fracción. Así lo reconoce Luis Chulca, uno de sus coordinadores.

Él cuenta que la mayoría de trabajadores son adultos mayores y personas con discapacidad. Operan en tres turnos: de 06:00 a 15:00; de 15:00 a 19:30 y otro grupo trabaja en la noche.

Chulca  solicita al Municipio que regularice dicho servicio de cuidado de vehículos, porque advierte que también tienen nueva competencia.

Señala a ciudadanos que no pertenecen a ninguna asociación y que lo único que hacen es ganar dinero para “la droga y el cigarrillo”.

“Hay gente que nos señala, pero nosotros no somos malos. Incluso ayudamos a la Policía en la vigilancia. Mandamos un WhatsApp a los policías comunitarios para que vengan”, dice Chulca, mientras lee un tríptico del Municipio de Quito donde advierten a la ciudadanía que no pague a cuidadores de vehículos no regularizados. (I)  

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