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HASTA HOY SE REALIZA UNA FERIA TAURINA EN LA PLAZA BELMONTE por las fiestas de la capital

En las corridas, un toro sufre tanto estrés que anula su capacidad de defensa

Foto: El Telégrafo
Foto: El Telégrafo
06 de diciembre de 2015 - 00:00 - Redacción Sociedad

El propio sustantivo matador suena incómodo en una sociedad en la que en 2011, mediante consulta popular, dijo sí a la prohibición de espectáculos que tengan como fin la muerte de un animal. Cuatro años después el tema sigue en debate, pues desde el 2 hasta el 6 de diciembre se desarrolla una feria taurina en la Plaza Belmonte, en el centro de Quito.

Si bien ahora el toro no muere en la arena, sí sufre durante el ruedo, indica el veterinario e integrante del colectivo Acción Ecológica, Luis Pillajo. Él explica que el toro es un mamífero altamente desarrollado y como tal cuenta con un sistema nervioso evolucionado. Por ello, durante la lidia, estos animales desarrollan estrés, pues están sometidos a una serie de acciones que anulan su capacidad de defensa.

Las banderillas que se clavan sobre el animal desgarran su piel y se enganchan con fuerza en los tejidos internos (ver infografía).

Un estudio realizado por la Universidad de Barcelona, en el que se analizó a más de 6.000 toros, sugiere un gran número de lesiones que sufren estos animales durante el desembarco del camión, la espera previa a su salida a la plaza y la lidia.  

El informe indica que en el 23% de ellos se encontraron úlceras de córnea, desprendimientos de retina, luxaciones y subluxaciones de cristalino, fractura del borde orbitario en el arco superciliar y hemorragias intraoculares.

La animalista y bióloga Claudia Buenaño agrega que uno de los argumentos de los taurinos es que el toro carece de memoria y que no sufre durante el ruedo. Desde su experiencia como investigadora sostiene que cualquier mamífero tiene 3 memorias: la sensorial, que opera en un tiempo inferior a un segundo; la de corto plazo, que no se prolonga más allá de 15 a 20 segundos, y la de largo plazo. Las 3 interactúan conjuntamente y se envían información; es más, tienen una función definida.

La primera de ellas está fuera del control de la conciencia y actúa de manera automática y espontánea en todos los mamíferos. Buenaño realizó su trabajo de tesis sobre el daño físico y emocional que viven los toros durante las corridas. En su investigación señaló que cuando el torero va a dar su estocada final intenta seccionar la médula espinal del animal, a la altura de las primeras vértebras: atlas y axís.

“Cuando esto pasa, el toro se paraliza, no puede mover los músculos y en la mayoría de los casos aún entra vivo al desolladero. ¿Qué ser humano puede decir que este cruel proceso es cultura o que la finalidad del toro de lidia es morir en la plaza?”, cuestiona la bióloga.

La indignación de Buenaño es compartida por varios quiteños que el pasado 1 de diciembre se concentraron en los exteriores del Ministerio de Agricultura, Ganadería, Acuacultura y Pesca, en el norte de Quito, para marchar hasta la Plaza Belmonte en rechazo a las corridas previstas por las fiestas de fundación de la capital.

Durante el recorrido (10 kilómetros), Juan José Ponce, representante del colectivo “Abolición es evolución”, comentó que todos los animales merecen el reconocimiento de valores básicos como la vida y el derecho a pasar sus días dignamente y con integridad.

Mientras colocaba sobre su rostro la máscara de un toro, dijo que desde un punto de vista racional y moral no existe ningún fundamento por el cual el ser humano proteja y mime a algunas especies como los animales domésticos y olvide los derechos más básicos de otros.

Con esto concuerda Pillajo, quien se refiere al toro como un animal con valor ambiental. “Su supervivencia en un entorno natural no debe estar ligada a su explotación económica y a la tortura”.

María Cristina Hidalgo, estudiante de sociología de la Universidad Central, también participó de la movilización antitaurina. Ella indicó que incluso organismos internacionales como la Unesco reprochaban la realización de este acto.

En 1980 la máxima autoridad mundial en materia de educación y cultura dio su opinión acerca de las corridas: “La tauromaquia es el malhadado y venal arte de torturar y matar animales en público y según unas reglas. Traumatiza a niños y adultos sensibles; agrava el estado de los neurópatas atraídos por estos espectáculos y desnaturaliza la relación entre el hombre y el animal”.

¿Quién disfruta de matar a un toro?

El psicoanalista de la Universidad Politécnica Salesiana Miguel de la Torre, sostiene que la mayoría de los espectadores de una corrida rechazan la idea de que van con fines cruentos. “Cuando los asistentes dicen que padecen con el sufrimiento y se alarman si el torero resulta herido por el animal, no son conscientes de que estos sentimientos son reactivos a sus ocultos deseos sádicos”

Explica que cada vez que un toro sale a la arena, el aficionado experimenta 2 deseos en conflicto: que el torero sea cogido y que el lance no tenga consecuencias sangrientas. Solo el último suele ser consciente.

Estos deseos contrapuestos satisfacen en el espectador 2 instancias psíquicas: el Ello de los instintos y el Superyó de la conciencia.

De la Torre concluye que el bienestar animal debe abordarse bajo bases científicas verdaderas. La percepción errónea de los animales como seres que no sienten y que por lo tanto son incapaces de sufrir motiva actitudes negativas que se reflejan en conductas de negligencia, crueldad o trato irrespetuoso. (I)

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¿Cómo surgieron las novilladas?

Las corridas en Belmonte, una práctica elitista

A partir de la época de la colonia, los toros eran parte de las fiestas populares de la capital y, con el pasar de los años, fueron cambiando de escenarios. Pero, ¿es realmente una tradición que marca la historia de la capital, su gente y de sus rincones? Juan Paz y Miño, cronista de Quito, refiere que los toros populares sí.

La fiesta con toreros profesionales -dice- llegó después, hacia las primeras décadas del siglo XX, y se constituyó en una práctica de carácter más elitista.

La Plaza Grande, donde actualmente acuden adultos mayores y donde 15 lustrabotas han hecho su lugar de trabajo, fue uno de los primeros escenarios. Las cornadas quedaron lejos del contorno del monumento a la Independencia (1909). Paz y Miño explica que este escenario cambió su uso en la época republicana. En 1920 se inauguró la Plaza Belmonte, ubicada en las calles José Antepara y Vicente León, en San Blas.

En 1960, las corridas se trasladaron a la Plaza de Toros Iñaquito, en el norte de la urbe. Para Paz y Miño, en el mundo contemporáneo la tradición con la que muchos taurinos se sienten identificados está perdiendo significado histórico.

En cuanto al origen mundial de la tauromaquia, la historia refiere que este tipo de espectáculos se realizaba desde la antigua Roma, cuando en los coliseos se ponía a hombres a medirse contra grandes animales. En España empezó a constituirse durante el siglo XVI y la época dorada fue de 1910 a 1920. (I)

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