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Una de las metas es evitar la deserción escolar de los chicos

El Centro Juanito Bosco le cambia la vida a 350 niños

Un grupo de niños pasea por el patio del recientemente inaugurado Centro Comunitario en Nigeria. Foto: Alfredo Piedrahíta / El Telégrafo
Un grupo de niños pasea por el patio del recientemente inaugurado Centro Comunitario en Nigeria. Foto: Alfredo Piedrahíta / El Telégrafo
18 de febrero de 2015 - 00:00 - Redacción Sociedad

Por el amplio patio de cemento del Centro Juanito Bosco algunos niños de la Cooperativa Nigeria (sur de Guayaquil) corren, juegan, mientras se realiza la ceremonia de inauguración del lugar, que antes funcionaba en una casa prestada por un dirigente comunitario.

Desde hace 5 años moradores de Nigeria hallan en este centro un espacio en el que sus hijos pueden reforzar sus conocimientos en materias como Matemáticas y Gramática, pero también han encontrado una escuela para padres.

El padre Marcos Paredes, coordinador  del programa del centro comunitario Juanito Bosco, cuenta que el proyecto nació a raíz de la visita  de la fundación KNH de Alemania que aprobó el proyecto de tener un comedor y un espacio para que hagan sus tareas.

Él no es ajeno a la labor social: su trabajo inició en 1993 con el proyecto Chicos de la Calle del Padre Amador, luego en 1995 creó Mi patio, mi pana, en el que iban los chicos de la calle; la mayor parte de la Isla Trinitaria y Nigeria.

“Eso nos impulsó a visitar y conocer cómo vivían. Allí antes las casas eran sobre el agua y por lo tanto entrábamos sobre los puentes de caña. Poco a poco entramos en la comunidad y no podíamos esperar que los niños salieran a mendigar, o dormir a las calles a pedir dinero, era necesario trabajar en el lugar”.  

Paredes revela que la construcción del centro comunitario tuvo una inversión de $ 480.000, que financió la Fundación Jugend Eine Welt, y prevé tener una capacidad de más de 300.  

Otra de las fundaciones que también ha prestado su colaboración es Leopold Bachmann, de Suiza. El Ministerio de Inclusión Económica y Social los ha ayudado con los almuerzos para los chicos 1993 con el albergue de Padre Amador.

José Godoy, de 15 años, es uno de los beneficiarios del proyecto. Estudia en el colegio Antonio Amador vía Daule y agradece la explicación que le dan de las materias en las que tiene bajas notas.

Elizabeth Mina tiene 4 hijos. Una de ellas tiene lupus, de 14 años. “Aquí he aprendido a no maltratar a mis hijos. Creía que era golpe tras golpe. Ya ahora no los castigo con golpes sino con lo que más les gusta, no los dejo ver televisión”.

Según el párroco Paredes se ha hecho énfasis en fomentar y darles a conocer a los padres los derechos y deberes de los niños “bajar el índice de maltrato que había en la comunidad”.

Estima que aún existe un índice del 90% de violencia en el hogar. Cerca de 80 madres participan en los talleres que son impartidos por psicólogos.

Marcela Carrión, coordinadora técnica del proyecto, explica que a las madres se les enseña la Educación del buen trato. “Ellos aceptan que son violentos, es común escucharles decir: cuidado que yo soy negra. No te metas conmigo. Lo que hacemos es que vamos a cortar esos ciclos de violencia porque si hay niños de por medio y en el hogar hay violencia ellos van a aprender de eso y la violencia no se queda en casa”.

Una vez al mes inicia la escuela para madres y padres. “Ellas aprendieron a ser más amigas, mejorar la vecindad. Ellas no se quedan con el aprendizaje sino que lo comparten con la vecina, familiares...”.

Teresa Arboleda, madre de 3 niños, admite que usaba el golpe con sus hijos para que ‘entendieran’. “Yo sí que les daba duro a los condenados cuando no me hacían caso, ya ahora no lo hago, les quito lo que más les gusta”, señala.

Agradece que a través de los talleres le hayan impartido que el maltrato no era la solución para un conflicto en la casa. “También nos han enseñado a elevar nuestra autoestima, a que nos valoremos más, a ser emprendedoras”, asegura Elizabeth Mina.

El padre Paredes explica que un grupo de madres ha emprendido microempresas: “eso les permite estar en casa, cuidar a sus hijos y tener ingresos”.

Otros de los objetivos es rescatar la identidad cultural a través de la danza. Por eso cuenta con las escuelas de marimba, en las que los niños aprenden no solo a bailar y cantar sino la historia, los valores y a sentirse orgullosos de su raza.

Con las nuevas instalaciones del Centro Juanito Bosco, Paredes asegura que continuarán con el reforzamiento escolar que imparten en varios turnos. Cerca de 350 niños son los que acuden a las clases que dan educadores voluntarios, que son del sector. “Buscamos así evitar la deserción escolar y que estén solos en las calles o en la casa”, dice.

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