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Las mujeres que abandonaron el estero ahora tienen una empresa de limpieza

Parte del personal de la Asociación Adonay presta sus servicios en las instalaciones del Sistema Integrado de Seguridad (SIS) , en Samborondón (Guayas).
Parte del personal de la Asociación Adonay presta sus servicios en las instalaciones del Sistema Integrado de Seguridad (SIS) , en Samborondón (Guayas).
Foto: José Morán / El Telégrafo
24 de enero de 2016 - 00:00 - Redacción Actualidad

Fueron dependientes del Bono de Desarrollo Humano y vivían, hasta hace 6 años, a orillas del estero Salado. Ahora son emprendedores, gracias a iniciativas que les permitieron dejar atrás la extrema pobreza.  

Son más de 140 ciudadanos quienes forman parte de la Asociación de Emprendedores en Servicios y Mantenimiento Adonay, pero solo 19 son socios. Se trata de una iniciativa de economía popular y solidaria que nació en 2012 y ofrece servicio de limpieza a instituciones públicas de Guayaquil. Pero ahora pretende ampliar sus servicios a otros sectores.

Elvia Estupiñán, de 46 años, preside la asociación. Pese a su apariencia de ser una persona severa, habla de forma delicada. Explica cómo empezó esta iniciativa, hace 6 años, aproximadamente. Todo comenzó con el proceso de reubicación de decenas de familias que habitaban a orillas del estero Salado como parte de un programa gubernamental para recuperar este cuerpo de agua de Guayaquil.  “Viví cerca de 25 años por el lado del puente de la A, en la 17 y Francisco Segura (suburbio); llegué de Esmeraldas a ese lugar donde solo había agua y manglar”.

En ese entonces, rememora, el estero fue cubierto por la arena producto del dragado del río Guayas. Eso ocasionó que más personas instalaran sus casas, de  madera y caña en su mayoría.

Se vivía en condiciones precarias, más aún cuando estos asentamientos irregulares empezaron a ganarle espacio al brazo de mar. No había servicios básicos pero eso no impidió que familias provenientes de otras provincias llegaran en busca de mejores días.

El panorama no varió hasta 2010 cuando, mediante el programa Guayaquil Ecológico del Ministerio    de Ambiente, se buscó una solución para frenar el estrangulamiento del estero. Junto con la cartera de Desarrollo Urbano y Vivienda (Miduvi) se impulsó un proceso de recuperación del estuario con el desalojo y reubicación de la familias que por años se asentaron en las orillas y arrojaban sus desperdicios a las aguas.

El plan generó reacciones adversas. Las familias se mostraron reacias a desocupar la zona, pese a que serían reubicadas en el plan Socio Vivienda, en el sector de Nueva Prosperina (otro populoso sector pero al otro lado de la ciudad). Allí iban a tener viviendas de cemento construidas por el Ejecutivo.

La decisión de las autoridades fue firme, así que muchos, como Elvia, se resignaron a abandonar sus casas. En Socio Vivienda se produjo otro inconveniente: lo lejano del sitio provocó que muchas personas tuvieran dificultades en conseguir trabajo, cuenta Elizabeth Espinoza, de 34 años y miembro de la asociación. La mayoría de mujeres, por su condición económica, sustentaban a sus familias con trabajos eventuales y con el Bono de Desarrollo Humano.

El Instituto de la Economía Popular y Solidaria y el Ministerio de Inclusión Económica y Social (MIES) les presentaron 5 planes de emprendimiento.

Estupiñán, Espinoza y otras mujeres se unieron para formar la asociación, solicitar un crédito de Desarrollo Humano, que es un año de bono entregado de manera anticipada ($ 600).

“Lo que al principio fue incierto se convirtió en una realidad”, asegura Espinoza. Lo recalca porque después de que les entregaron las casas, apostaron por el proyecto de limpieza y le dieron el nombre de la asociación. “Nos metimos en este proceso aunque al principio sí nos costó mucho trabajo el trámite”.

Esto lo corrobora Estupiñán: “para legalizar el proyecto nos demoró un año; tuvimos que sacar documentos de personería jurídica, ir algunas veces al Ministerio de Trabajo a registrar a la asociación y otras cosas”.

Una vez en marcha el negocio y con la ayuda de las entidades gubernamentales, que les entregó los implementos, ofrecieron sus servicios a través del portal de compras públicas. “Ahora tenemos contrato con el Consejo Nacional de la Judicatura Norte de la Florida y del complejo del Albán Borja, en el edificio del Sistema Integrado de

Seguridad (SIS), y en 3 centro infantiles del Buen Vivir (CIBV) en el norte; fueron nuestros primeros clientes”, recuerda Estupiñán.

Iniciaron con 52 personas como socios, luego el número disminuyó a 41 y ahora son 19, pero con los trabajadores a su cargo suman 130 personas en total.

A esto se añade el cambio. “Al principio llorábamos porque no queríamos irnos del estero, ahora estamos seguros, aunque es algo lejos  (en Socio Vivienda) tenemos escuela, un parque y las Unidades de Policía Comunitaria (UPC)”, narra Espinoza, quien se ufana de que ahora ya no dependen del bono porque ahora tienen un trabajo. (I)

Doña Elvia huía de los metropolitanos cuando vendía peluches en la calle

Lo que parecía un sueño imposible se convirtió en una realidad para  Elvia Estupiñán. Fueron su entusiasmo y persistencia los que permitieron que su vida diera un giro cuando, luego de batallar, finalmente vio cómo la asociación que ella dirige no solo que le genera ingresos, sino también le proporciona trabajo a otros.

Vivía hasta hace pocos años en una casa de caña a orillas del estero Salado y con 4 hijos bajo su responsabilidad asumió el rol de padre y madre. No ahonda en esos detalles, solo narra que en esas circunstancias se dedicó al comercio informal para subsistir con su familia.

Se dedicó primero a la venta de mercadería que ella mismo elaboraba en su vivienda. Hacía  muñecos de peluche que vendía luego recorriendo las calles de la ciudad.

Ofrecer sus productos no era el problema, sino que al hacerlo en las calles temía que su mercadería fuera incautada por los policías metropolitanos. A veces los uniformados intentaban llevársele sus productos, había momentos en que podía evadirlos, en otros no y se resignaba a perder el sustento de su familia.

Luego cambió de producto por la ropa interior con similares resultados, pues lo que ganaba apenas le alcanzaba para el sustento diario. Así cambiaba de acuerdo a la época, pues también vendía zapatos y hasta velas perfumadas que ella misma  elaboraba en su hogar. Esa experiencia le sirvió para impulsar el emprendimiento que ahora tiene a su cargo.

A sus hijos les inculcó la importancia de educarse. Aprovechó la gratuidad una vez que se eliminó la contribución de $ 25 que antes de este gobierno era cotidiano en los planteles fiscales.

Como resultado, sus hijos mayores ingresaron a la universidad, uno de ellos, según su relato, ganó una beca para estudiar Medicina en una universidad de Cuba y ahora cursa el cuarto año.

Una de sus hijas se forma en la Universidad de Guayaquil, mientras otro apenas se graduó de bachiller se unió a la asociación Adonay y es uno de los supervisores.

Sobre la asociación asegura que gracias a esta, ella y sus integrantes tienen un salario fijo con los beneficios que la ley exige, a más de estar afiliados al Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social (IESS). Por eso la ahora empresaria afirma que no ha sido fácil, pero al comparar el antes y el ahora le sobran razones para estar orgullosa. (I)

Datos

La Asociación Adonay comenzó en 2012. Los socios accedieron a un Crédito de Desarrollo Humano. El dinero sirvió para comprar las máquinas, hidrolavadoras, pulidoras, químicos y uniformes.

Los proyectos propuestos tenían que ver con el servicio de limpieza y mantenimiento, catering de comidas, costuras, agua y elaboración de fideos.

En octubre del año pasado el Ministerio de Inclusión Económica Social (MIES), en la zona 8, organizó una jornada con 5 asociaciones de la economía popular de Guayaquil, Durán y Samborondón.

A más de la Asociación Adonay asistieron de las asociaciones de Servicios de Nutrición, Panadería y Catering Delicias Esmeraldeñas; Emprendimiento con Amor,  Asociación de Producción de Mobiliarios en General; y de Producción Textil 16 de Octubre.

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