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El afilador de cuchillos aún tiene clientes en el noreste

Felipe Toala tiene 40 años recorriendo las calles de los barrios periféricos. Sus principales clientes están en los mercados y tercenas.
Felipe Toala tiene 40 años recorriendo las calles de los barrios periféricos. Sus principales clientes están en los mercados y tercenas.
Foto: Julio Jiménez
18 de agosto de 2018 - 00:00 - Julio Jiménez. Estudiante de la ULVR

Es un día nublado y de clima cálido con pocos rayos de sol golpeando las calles de la cooperativa Guerreros del Fortín. Por ellas camina un hombre que con mucho esfuerzo ejerce uno de los oficios que ya está en declive: afilar cuchillos.

Felipe Toala, de 57 años, comenzó en esta actividad desde los 17 años.

Recuerda que empezó el día que se compró un solar en la Balerio Estacio (noreste de Guayaquil). Un amigo del sector tenía una herramienta de madera y metal para afilar sus cuchillos.

Eso lo motivó a construir uno propio, y así tener un poco de ganancias afilando los cuchillos, tijeras y machetes.

Felipe camina cada día por diversas zonas de la ciudad con su afilador y un rondador con el cual alerta a las personas de su llegada.

Su jornada de trabajo se inicia  a las 06:00 y concluye cuando regresa a casa, a las 15:00. Los lugares que recorre son: Mapasingue, Bastión Popular, La Prosperina, El Fortín, Montebello, y Balerio Estacio.

Debido a la difícil situación, él y su hijo ejercen el mismo servicio. Son el sustento de su casa, tiene que trabajar de lunes a domingo pero este último día lo hace más cerca de su hogar para desocuparse temprano e ir a descansar.  Cobran  $ 0,60 por cada afilada pero algunas personas me pagan $ 0,50.

“Por necesidad tengo que aceptarlo. Hay días buenos que gano $ 25 a veces $ 18, pero tengo que caminar toda la tarde. Un día malo logro sacar $ 8 para la comida”.

A pesar de que camina al menos 100 cuadras al día, él tiene lugares fijos en donde presta su servicio.

Sus principales clientes los encuentra en los mercados, afila las hachas y cuchillos de los carniceros, vendedores de pescado y pollos.

Su cuerpo ya está acostumbrado a este ritmo de vida, pues son 40 años realizando esta labor y seguirá en ella hasta que ya no logre resistir las arduas caminatas y los rayos del sol.

“Mi trabajo es caminar ofertando mi oficio. La gente me conoce y me llama. Otros me contactan a través del teléfono”. (I) 

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