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Los bonsáis son las esculturas vivas de un museo en Quito

En el Jardín Botánico de Quito se exhiben más de 80 especies de bonsáis, entre ellas cipreses, pinos, nogales, arrayanes, buganvillas, casantos y otras.
En el Jardín Botánico de Quito se exhiben más de 80 especies de bonsáis, entre ellas cipreses, pinos, nogales, arrayanes, buganvillas, casantos y otras.
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El arte de sembrar un bonsái –que viene del japonés bon, bandeja y sai, cultivar– no es sencillo. O, al menos, así describen los cultores que vienen realizando este oficio por más de 30 años en el país.

Para María Gloria Kraljevic, coordinadora de eventos del Jardín Botánico, cultivar un bonsái es como “cuidar a un bebé cuando está dormido”, por ello cada “pinino” (primeros pasos) que da su arbusto le otorga felicidad. Los seguidores de este arte  formaron en 2010 la Asociación Bonsái de Quito, que reúne cerca de 50 personas.

Freddy Vivero, presidente de la asociación, explica que los unió la afinidad y la pasión por las plantas. Muchos de ellos se conocieron en el Jardín Botánico de la capital, hasta donde acudían anualmente para aprender “de los otros” las técnicas para sembrar, lo que motivó a que los directivos del Jardín Botánico, en conjunto con la Asociación Bonsái Quito, decidieran crear el primer museo dedicado al bonsái.

Este espacio –que abrió sus puertas al público el 5 de mayo– fue catalogado por el venezolano Nacho Marín, uno de los más reconocidos maestros del arte, como el mejor museo de Latinoamérica.

Marín -quien ha expuesto sus obras en diferentes partes del mundo, como EE.UU., México y Canadá, se quedó “encantado” con este museo, sobre todo con una especie de laurel de indias (ficus microcarpa), que es el centro de la exhibición.

Este arbusto tendría más de 80 años y, según Kraljevic, sorprende por su porte,  la magnificencia activa de su tronco, así como el tamaño de las hojas. A su criterio, el bonsái es un arte que “busca la perfección, armonía y estética”. Los expertos aprecian en estos arbustos la frondosidad y las técnicas; es decir cómo se dirigió el crecimiento de las hojas para lograr la perfección en la forma.

El  museo está construido con bambú, que es un material ligero y moldeable, pero a la vez muy resistente. Se exhiben 80 ejemplares de diferentes tipos como cipreses, pinos, nogales, arrayanes, buganvillas, casantos, entre otros. Sobresale el laurel de indias, del cual Vivero se jacta de ser su “papá”. Mide alrededor de 80 centímetros. Lo compró hace 20 años al taiwanés Tsai, que se dedicaba a traer especies de ese país. Este arbusto ganó el primer lugar en un concurso del Jardín Botánico. “Este reconocimiento le permite a la especie tener estatus”.

Le costó alrededor de$ 2.000. Lo pagó por cuotas. “Económicamente tuve que ajustarme. El bonsái es una pasión, es un arte porque tratamos siempre de juntar la armonía y la belleza en una planta, prácticamente es una escultura viva a la que tenemos que darle forma”.

Freddy Vivero tiene más de 1.000 especies de bonsáis en su casa. El laurel de las Indias le costó $ 2.000; mide 80 centímetros. Ha ganado varios premios. Foto: Miguel Jiménez / EL TELÉGRAFO

El cuidado del bonsái

El cuidado de cada arbusto es por sí un arte de precisión. ¿Cómo lo hacen? Vivero explica que para hacer un bonsái se prefiere árboles de hojas pequeñas y de madera sólida (maderables). Para darle la forma perfecta de un arbusto usan alambres de cobre, que envuelven en cada rama. Esto permite que el árbol no se expanda hacia arriba. El tronco ya no crece porque le cortan la raíz principal (pivote). Cada 4 años le cambian la maceta y el sustrato (minerales y abonos), además les cortan las raíces.

La asociación está empeñada en convertir especies nativas en bonsái, ya que la mayoría de las que hay en el país son importadas. Piensan cultivar, por ejemplo, el casanto. A esta clase se la encuentra en las quebradas de los alrededores de Quito.

Vivero recolectó uno hace unos 4 años al filo de una quebrada en la hacienda de un amigo en el sector de Pintag.

La variedad tenía unos 2 metros de altura; al ver que la parte superior se estaba secando decidió llevarla a la casa. Tendría unos 40 años de vida. Durante estos 4 años ha tomado forma, pero todavía le falta. “Nunca está terminado”, confiesa el bonsaista, pues cada día ajusta las ramas de su obra maestra.

“Buscamos armonía en la figura”. Cada artista define a la perfección cada diseño. Deciden sacar el alambre de cobre de las ramas cuando ya tiene la forma  deseada y cuando observan que este material se está incrustando en la corteza del árbol. Tsai fue el primer maestro de Vivero. Fue quien le motivó a trabajar con las especies nativas. En su taller fue el primero en experimentar con el casanto. “Él nos motivó a trabajar con los arbustos ecuatorianos”.

Este bonsaísta tiene alrededor de 50 especies. No calcula cuánto ha invertido, pues, así como el laurel de las Indias le costó $ 2.000 consiguió otras especies hasta por $5.

Luis Chandi es otro experto en especies nativas. Empezó a domesticar árboles como el arrayán, el cholán, el molle, los polylepis, entre otras. Recolectó el material en travesías que realiza por todo el país. Por ejemplo, la polylepis la encontró en los páramos de los Illinizas sobre los 3.200 metros sobre el nivel del mar (msnm).

A Chandi le apasionó el arte en miniatura cuando tenía 15 años. A esa edad empezó a practicar artes marciales en una academia ubicada en el norte de Quito. Fue este maestro de origen japonés quien le recomendó dedicarse a este oficio.  No dudaba en ayudarle tanto con el cuidado de los arbustos y el jardín. “Al maestro le parecía perfecto el clima del Ecuador para cultivar bonsái; nos llamaba el país de la eterna primavera”.

A este artesano le gusta cultivar las especies desde que son semillas, a diferencia de otros bonsaístas que recolectan ya el árbol crecido. Lo hace de esta forma porque, “me gusta ver cuando el arbusto florece y brinda sus primeras hojas”.

Cree que este oficio es muy importante porque ayuda al hombre a estar en contacto con la naturaleza. Por ello ve, además, un beneficio terapéutico. “Te autodisciplina, ayuda en la contemplación y meditación, que es parte de la ideología que nace en China y Japón”.   

Para Chandi, domesticar con especies nativas es “una nueva experiencia para la investigación”. Sin embargo confiesa que es muy difícil trabajar con los nativos, “porque son celosos”. Por ejemplo, cuenta que cuando se coloca el alambre para darle forma, algunos se marchitan. “Hay que tener mucho cuidado, sobre todo en las especies de capulí y aliso”.

La semana pasada perdió un bosque de arrayanes y aliso. El cuidado del bonsái es diario. Se les coloca agua todos los días.

Luis Chandi cultiva especies nativas de bonsái, entre ellas el capulí, el aliso y los arrayanes. El alambre de cobre es su aliado para dar forma a cada arbusto. Foto: Miguel Jiménez / EL TELÉGRAFO

Sonia de Salvador, de 65 años, tiene la tienda Hogar y Bonsái. Trabaja con especies nativas de hoja como cholanes, molles y capulí. Prefiere sembrar estas plantas porque “es más fácil conseguirlas y no están divulgadas como bonsái”.  Hace 35 años adquirió un arupo en un vivero, pero le floreció recién hace 7 años. “Es espectacular verlo florecer”.

Tiene en su colección cerca de 120 árboles. Su negocio empezó hace 40 años. Trabajaba en una agencia de viajes y en una de sus travesías llegó al Japón y allí conoció sobre este arte.

“En Japón es algo místico, es un respeto a la naturaleza y ese amor le transporta al árbol, amor a la perfección”. Luego de ese viaje realizó varios cursos de bonsái en Argentina. Insiste en que el reto de cada artesano es “aprender cada día; el bonsái no es solo sembrar un árbol, es encontrar la perfección cada día”.

El primer árbol de Kraljevic fue un ciprés. Lo tiene en el balcón de su casa. Para ella, este es “un arte de paciencia y concentración”. Piensa que es “el mejor hobby para quitarse el trajín de la vida diaria porque toda la atención se centra en moldear la pequeña planta”.

El cuidado del bonsái es minucioso. Los expertos cambian periódicamente el abono y minerales. Diariamente les colocan agua. Foto: Miguel Jiménez / EL TELÉGRAFO

Juan Lamiña, de 48 años, decidió montar la Casa del Bonsái, en Nayón,  en 2000, tras la crisis económica del país. “Aparte de ser mi negocio, me sirve para relajarme y un hobby”.

Lamiña es jardinero y con este cultivo educó a sus dos hijas, ahora de 20 y 21 años, en escuelas privadas. Recibe al mes aproximadamente $ 1.000. En su negocio tiene más de 15 variedades. Las acacias, juniperus  y guayacanes son los que más prefiere la gente.

“Siento satisfacción porque aparte de ser un hobby, es mi negocio”. También cultiva especies nativas como el casanto. En la carretera a Papallacta hace 10 años recolectó algunas especies que ahora cultiva.

Hace 2 años vendió 2 de estos árboles, que cuidó por 15 años, en $ 5.000. En esa época estaba construyendo su casa y  esos ingresos le ayudaron a terminarla. Realiza mantenimiento de estas especies porque en la mayoría de los casos quienes los compran no saben cuidarlos. Los poda, arregla las macetas, cambia de abono. En su tienda hay árboles desde $ 5.

Quienes siguen este arte lo miran como un oficio de “búsqueda de la perfección”. Vivero es odontólogo de profesión, y gracias al bonsái tiene “paciencia”. Se detiene a mirar sus más de 1.000 creaciones. Aún no están perfectas, sigue podando. (I)

Los especialistas en bonsái dan forma a cada uno de los arbustos con alambre de cobre. Lo quitan cuando ya su creación está lista. Foto: Miguel Jiménez / EL TELÉGRAFO

DATOS

Sonia de Salvador recomienda  que, para comprar un bonsái, el interesado debe acudir a un sitio especializado, donde le brinden información sobre cada especie.

La experta sugiere comprar arbustos, como acacias, mimosas, guayacanes, además de la variedad de ficus, que son más fáciles de cuidar.

Un bonsái necesita sol y mucha  agua. Dentro de casa se aconseja ponerlo en las ventanas. (I)

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