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Una ruta de fe y sabores

La iglesia de Biblián está como impregnada en la montaña. La construcción de esta estructura religiosa comenzó el 26 de agosto de 1
La iglesia de Biblián está como impregnada en la montaña. La construcción de esta estructura religiosa comenzó el 26 de agosto de 1
Fernando Machado / EL TELÉGRAFO
26 de marzo de 2018 - 00:00 - Rodrigo Matute Torres

Degustar de una sabrosa fritada de chancho, pasando por unas habas con queso y terminar con un ceviche no está lejos de hacerse realidad. Esto es posible si se viaja desde el cantón Biblián, en la provincia del Cañar, hasta la ciudad de Machala (El Oro) en tan solo cuatro horas.

El periplo comienza desde el cantón cañari, donde el lácteo y las habas predominan en las mesas de sus habitantes. Al llegar al sector de San Camilo hay la opción de consumir un plato de sancocho, acompañado de la sabrosa cascarita, mote, llapingacho (tortilla de papa), siempre con un buen ají del sector.

A 5 minutos de este sitio está Biblián, considerada como la ciudad del emprendimiento. En este lugar la mujer campesina elabora los tradicionales sombreros de paja toquilla. Desde cualquier sitio de la ciudad es factible divisar la iglesia, la misma que está incrustada en la montaña y tiene un estilo gótico. La capilla se construyó sobre una peña en 1894.

Al llegar a Azogues, capital provincial, lo primero que se distingue es la iglesia de San Francisco, una basílica administrada por la comunidad de los sacerdotes Franciscanos. Su fiesta religiosa es el 1 de enero, cuando miles de peregrinos llegan hasta este sitio para venerar a la Virgen de la Nube, cuyo monumento se ha instalado en el sector llamado Abuga, que es la parte más alta de la ciudad y desde donde se divisa toda la capital cañari.

Ya en la provincia del Azuay van a encontrarse con una cadena de cafeterías en la vía Cuenca-Azogues a la altura del sector de Challuabamba, donde muchos visitantes buscan tomar un buen café con un tamal o un chumal (humita) para seguir con la travesía.

Se puede pasar por el Centro Histórico de Cuenca o, para simplificar el viaje, seguir la vía rápida: Cuenca- Azogues y luego por la Panamericana Sur. Saliendo de la ciudad comienza el verdor de los pastizales que están en el sector de Tarqui, zona considerada de gran potencial lechero. Desde este sitio se envía el producto al mercado cuencano y también de la provincia de El Oro.

En una hora ya se siente el calor. En el Valle de Yunguilla, a 56 kilómetros de Cuenca, se puede hacer un “tambito” (parada), como dicen los cuencanos, para disfrutar de un mapanagua (mezcla de jugo de caña, limón y un poco de licor con bastante hielo). “Aquí también se degustan los sabrosos pollos al carbón”, indica Ángel Chérrez, quien suele ir con su familia los fines de semana a este sitio.

Pasando Santa Isabel, el último cantón azuayo, está el proyecto hidroeléctrico de San Francisco. Esta obra también se ha constituido en un atractivo. Los viajeros se toman fotografías junto a la represa y también en el túnel que se construyó.

Desde el sector de San Sebastián se encuentra la venta de frutas. Guineo de seda, piñas, maduros, zapotes, limones, oritos, mangos y sandías, que se exhiben a un costado de la vía. María Suárez dijo que trabaja desde hace 30 años vendiendo la fruta al pie de la carretera. “De esto he vivido, ya tengo mis clientes de toda la vida que me visitan cuando pasan por este lugar”, dijo la mujer, quien pese a su edad (79 años) aún se dedica al trabajo de lunes a domingo.

Kilómetros más abajo y antes de llegar a la parroquia Quera están ubicados dos balnearios que tienen gran acogida los fines de semana. Pero el río del mismo nombre sirve de balneario para los habitantes de esta zona, incluso para los que viven en el cantón Pasaje. Antes de llegar a Machala en la vía están las denominadas ‘huecas’ de los ceviches.  Eulalia Patricia Sigüenza tiene sus encebollados mixtos (camarón y pescado), a un valor de $ 2 y los acompaña con un buen ají y un jugo de maracuyá bien frío.

Ella no solo que vende, sino también que cuenta su historia. “Busco a mi padre desde hace muchos años, me dicen que puede estar en Cuenca. Lo único que sé es que fue panadero por la calle Mariscal Lamar”, narra mientras atiende a sus clientes que le piden un ceviche con bastante limón y con tostado.

Agrega que a los 10 años fue vendida por su madre porque ella no tenía dinero para dar de comer a sus hijos. “Yo regresé a casa cuando tenía 37 años”, indica la mujer que no pierde su alegría mientras sus clientes se van multiplicando en su puesto de venta. (I)  

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