Publicidad
Los sabores, las artesanías y el comercio provincial seducen a los guayaquileños
Guayaquil es una ciudad para emprendedores. En el curso de los últimos 30 años, cientos de negocios de manabitas, tungurahuenses, azuayos e imbabureños se han instalado en diversos sectores del puerto con una variopinta oferta de sabores tradicionales, muebles y artesanías. Este fluir de oficios y manufacturas aporta también con fuentes de empleo.
El pan de Ambato se puede degustar en cerca de 40 panaderías de nativos tungurahuenses que llegaron para no irse. Con su actividad generan alrededor de 120 puestos de trabajo para gente local y de otras provincias. El diseño de los muebles cuencanos se exhibe en más de 20 locales. La comida ‘manaba’ atrae diariamente a miles de comensales que llegan a los restaurantes diseminados por toda la ciudad.
A la par, la artesanía otavaleña escala en la preferencia de los guayaquileños con sus finas manufacturas de hilo. Sus productos no solo se venden en los mercados turísticos de la ciudad, sino también en los centros comerciales, como el Albán Borja, el San Marino, entre otros.
Los muebles cuencanos están de moda en varios sectores de Guayaquil. Su acabado y la confección en madera de cedro llaman la atención de quienes buscan un bien perdurable, aunque no son baratos. Con un añadido: la reventa de los muebles cuencanos es creciente dada la aceptación que tiene en la ciudad. De esta manera, estos pioneros de provincias han abierto una puerta comercial para que más emprendedores ingresen al mercado de la urbe más grande del país.
El mueble cuencano atrae mucho al comprador porteño
Los muebles cuencanos pusieron en competencia a sus comerciantes. Solo en La Alborada, Segunda Etapa, hay 9 tiendas destinadas a la venta de muebles para el hogar. Cada una compite en diseño, orden e iluminación. “Al cliente hay que convencerle desde la entrada”, anota Joffre Peñaloza propietario de “La Excelencia”, especializado en este tipo de enseres. Los clientes no dejan de entrar, sobre todo el fin de semana. “Los muebles cuencanos son los mejores y más bellos”, aseguró Beatriz Castro, de 65 años, quien está interesada en redecorar su casa.
Los precios varían de acuerdo al tamaño y también dependen del acabado. Así lo explica Jorli Chele Parrales, propietario de la mueblería “Patricia”. Un juego de sala conocido como Lineal, pero hecho en Cuenca, vale $650. Éste incluye dos butacas (grande y pequeña), un esquinero, una mesa y cinco cojines. “Un lineal de las mismas características, hecho en Guayaquil, cuesta $280, pero no le damos garantía porque le puede durar de 6 meses a 1 año”.
La calidad del mueble cuencano han generado un situación peculiar: en varios sectores de Guayaquil algunas mueblerías se han convertido en intermediarias, es decir, traen muebles y los venden a un precio mayor, comparado con los de los productores cuencanos. La diferencia puede ser de hasta 30%. El diseño y el acabado llaman la atención a los clientes.
El servicio posventa del mueble cuencano es otra clave de su éxito. “Ellos nos dan garantías; si el mueble tiene algún problema inmediatamente nos atienden, lo que no sucede con las personas que nos venden muebles acá en Guayaquil”, indica Chele. No solo eso, algunos establecimientos son atendidos directamente por personal cuencano. “Está bien que así sea porque se abren incluso fuentes de trabajo”.
Sandra Ortega, de la mueblería cuencana “Imagen Muebles”, recuerda que tras la quiebra de la empresa Artepráctico (en los años 90), una de las más grandes de la ciudad, muchos trabajadores desplazados abrieron sus propios talleres. “Por esa razón no se han perdido ni el estilo ni la calidad”. Ortega confirma que los muebles están yendo en grandes cantidades a Guayaquil. “Hay un motivo –añade-: el cuencano regatea mucho, mientras el guayaquileño, en general, paga sin pedir rebaja”. No es casualidad, por ello, que esté pensando en abrir un local en el Puerto Principal.
El mueble cuencano se abre espacio en Guayaquil porque el mercado de la capital azuaya está saturado. Solo en el Centro Histórico de Cuenca hay más de 25 mueblerías, cada una con diferentes precios y facilidades de pago”.
El otavaleño considera al puerto su segundo hogar
La otavaleña Alicia Chalán tenía 10 años cuando comenzó a viajar a Guayaquil para distribuir los tejidos que confeccionaba su papá. Hoy, 30 años después, se traslada junto a su esposo y 2 hijos para seguir con una tradición familiar.
Su progenitor, José Chalán, quien pertenece a la sociedad gremial de maestros tejedores otavaleños, fue uno de los primeros artesanos que vio en la exportación una oportunidad para crecer. España, Italia y Estados Unidos les sirvieron de vitrina para mostrar la riqueza cultural de Ecuador a través de sus prendas y adornos. “Hace 48 años, mi padre, junto a 13 artesanos, se arriesgaron a viajar y les fue muy bien, pero el traslado hacia Europa era muy agotador -por las horas de vuelo- así que encontraron en EE.UU. un mercado más óptimo para sus objetivos”.
En aquellos tiempos las actividades económicas se ejercían fuera de la ley y eso tuvo un precio. “Hace 15 años viajábamos sin problemas, pero se dieron cuenta de las actividades económicas que realizábamos y nos cerraron las visas. En épocas malas nos tocó innovar y retomar el mercado nacional”.
En su natal Peguche (Imbabura) –revela-, el 95% de casas tiene un taller. La mayoría de su población es experta en tejidos (vestidos, bufandas, carteras), tapices o instrumentos musicales. Esta gran fuerza creativa les permite a los otavaleños llegar a Guayaquil no solo como proveedores de un mercado intenso, sino que lo sienten como su segundo hogar.
“Hemos crecido en esta ciudad, nuestras artesanías no solo se venden en mercados turísticos, también tienen gran demanda en los centros comerciales. Eso satisface nuestro orgullo como microempresarios; sentimos que avanzamos”.
Luis (no quiso dar su apellido), quien se siente parte de la tercera generación de artesanos textiles, opina que lleva el oficio en su sangre. “Desde que nacemos ayudamos, aunque sea a empacar, aprendemos del negocio y nos va bien, tenemos asesoría en contabilidad para que todo lo que vendamos sea legal”.
En 2014, el Ministerio de Industrias y Productividad les ofreció el programa Exporta Fácil, lo que les permite un acompañamiento técnico para aumentar sus exportaciones. En Ecuador, la comunidad indígena otavaleña es considerada como una potencia económica por su inmensa capacidad artesanal. Según Chalán, los artesanos tienen la capacitación adecuada sobre el manejo del Registro Único de Mipymes (RUM) y el Registro Único Artesanal (RUA), requisitos que exige el Ministerio de Industrias para legalizar la actividad.
La comidad manabita tiene “algo de magia”
La cazuela, el ceviche con maní, el banderazo, los encebollados, las tortillas de maíz y de yuca y otros productos manabitas consienten el paladar de los guayaquileños y de quienes llegan al puerto principal. En calles y avenidas, en centros comerciales, en mercados, barrios y en la terminal terrestre reina ‘la sazón perfecta’, al decir de Kléver Martínez, guayaquileño que siempre consume comida manabita. “Es que en las manos de quienes lo preparan hay algo de magia”.
Uno de los tantos locales que él visita es Pepe 3, de Gabriela Lino, jipijapense domiciliada en el puerto principal. Fue tan rotundo el éxito de este local que, en 2015, se ubicó entre las tres mejores huecas guayaquileñas. Y eso es mucho decir porque Guayaquil es un mercado muy competitivo y exigente. “Pero cuando uno los atiende bien es muy grato”.
Los platos de curtido tienen nombres como el “ecológico”, que incluye: pescado, vegetales y cilantro. El “desnudo” es solo pescado curtido, y el “pornográfico” incorpora como extras maní y aguacate. “Esta es una mezcla afrodisíaca”. Estos platos cuestan entre $3,35 y $ 5, 25.
Luis Gutiérrez, otro manabita oriundo de Jipijapa, provee del pescado fresco, chifles y maní. Él es el dueño de la picantería Pepe, una cadena de comidas que tiene locales en Jipijapa y Portoviejo. “Los fines de semana –dice Gabriela- son abrumadores: vendemos 400 platos en promedio”. Ella estudió administración de empresas, y junto con su novio dirigen el local con capacidad para 14 comensales. Hoy llega a 50 y piensan abrir otro restaurante a finales de año. Atienden los 365 días del año, desde las 08:00 hasta las 15:00.
El bolivarense Edwin Sánchez dice que la comida manabita es muy buena, por ello la prueba al llegar a Guayaquil. El santanense Darwin Vinces, propietario del Restaurant Milagrito, hace 10 años puso atención a la sugerencia de familiares que habitaban en Guayaquil: dejar su tierra donde era agricultor y abrirse nuevos horizontes. Comenzó ayudando a su tío Juan Vinces en su picantería, en el centro de Guayaquil. Pronto vio que el negocio de encebollados era tan bueno que se abrió el suyo en La Alborada, 2ª etapa. “Me ha ido bien. El guayaquileño gusta mucho de la sazón manabita”. La demanda hace que su local esté abierto todos los días del año de 07:00 a 15:00.
“Me convencí de que en Guayaquil es bueno ponerse un negocio. Les he dicho a mis amigos y primos que se vengan acá a trabajar. Es importante decir que la atención y la sazón atrae al guayaquileño, porque si usted no tiene uno de estos dos elementos no hay nada”.
Él y sus colaboradores preparan a diario 150 platos de encebollado cuyo valor es de $ 1,50 con pescado albacora fresco, que lo adquiere en el mercado de marisco Caraguay. Asegura que a la picantería que gerencia llegan de todos los rincones del puerto.
La demanda amplió la oferta gastronómica. Ahora venden también ceviche de camarón y concha, guata, cazuela y bandera. Este último cuesta $4. Es un plato mezclado de todo lo que vende en el lugar.
Los manabitas residentes se suman a la lista de clientes, como María Cristina Bermeo, de Bahía de Caráquez. “Nosotros buscamos encebollado en Guayaquil y este es el que más nos gusta”. Lo corrobora el mantense Oswaldo Zambrano, quien acude todos los fines de semana. A Pablo Flores, de La Península, literalmente se le hace agüita la boca cuando se trata de saborear la gastronomía de Manabí. “Todo es rico”.
El centro de la urbe ha sido aprovechada por otros manabitas. Los habitantes de otras partes de la urbe hacen un viaje especial para comprar tortillas de maíz y de yuca y los corviches al local de Productos al horno del choneño Felipe Rivera Palma.
Rivera es distribuidor de estos productos en la ciudad, vende a 20 locales y expende más de 4.000 tortillas al día. Él junto a otros manabitas como Kléber, Darwin, Alicia de Otavalo y Sandra de Cuenca muestran que Guayaquil es sinónimo de oportunidades. (I)