Una galena del Instituto de Neurociencias de Guayaquil revela que la mayoría de sus pacientes que padecen depresión son personas que pertenecen a dos grupos definidos: jóvenes víctimas de abusos, maltratos y acoso; y personas mayores a cargo de nietos, sobrinos o parientes con problemas de drogadicción.

Esto deja entrever también dos asuntos muy graves en la sociedad local. El primero, que a pesar de las campañas para frenar cualquier tipo de agresión a menores, esto sigue ocurriendo; y el segundo, que en la mayoría de casos, sucede al interior del hogar o en los establecimientos educativos, donde se supone son los sitios más seguros para los niños y adolescentes.

La profesional en psiquiatría cuenta que en casa aún hay papás que ofenden y maltratan a sus hijos o se burlan de ellos. Estas personas pareciera que no están conscientes del daño que le hacen a esos muchachos, los cuales se convierten en seres tímidos, temerosos e inseguros; potenciales víctimas de otras personas que seguramente también las maltratarán.

En el caso de los mayores, este trastorno en su salud mental se da porque a pesar de sus esfuerzos no pueden lidiar ni ayudar a los menores que se quedaron bajo custodia por encargo de los verdaderos progenitores. A estos ciudadanos, entre los 50 y 60 años, les toca sufrir el infierno en que viven los adictos. Incluso son objeto de amenazas de los microtraficantes.

Es una carga muy pesada para ellos y de la cual no son los responsables directos. Ellos también viven con miedo. Las alternativas de solución están en la propia casa y deben surgir de padres que deben guiar por el camino correcto a sus hijos y no endosar esa responsabilidad a otros. (O)

HENRY ANDRADE JIMÉNEZ
Editor SD
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