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El sismo no afectó los cimientos de Ramón Cedeño

Antonio Ramón Cedeño Paz, de 78 años, como un celoso vigilante, llega todos los días al sector de Tarqui para observar el estado en que quedó el hotel Las Rocas, de su propiedad, construido hace 42 años.
Antonio Ramón Cedeño Paz, de 78 años, como un celoso vigilante, llega todos los días al sector de Tarqui para observar el estado en que quedó el hotel Las Rocas, de su propiedad, construido hace 42 años.
Foto: William Orellana/El Telégrafo
07 de agosto de 2016 - 00:00 - Víctor Haz

El sonido del taladro neumático, que horada la losa de hormigón de los edificios afectados de la calle 101, en el sector de Tarqui, es apenas perceptible, en esta zona de Manta.  

El movimiento vehicular es casi nulo en el lugar y solo pequeños grupos de policías y militares caminan de un lado a otro para evitar que alguien ingrese a la zona cero. Entre las ruinas y los escombros que dejó el terremoto del pasado 16 abril, en el otrora sector turístico de Tarqui, sobresale el hotel Las Rocas, un edificio de 5 pisos.

Sus paredes cuarteadas y ventanales rotos son la evidencia del daño sufrido, aunque sus bases se mantienen ahí, como si hubieran desafiado a la naturaleza. Frente al edificio se encuentra Ramón Antonio Cedeño Paz, sentado sobre un banco de cemento, casi inmóvil y con la mirada en la estructura.

Ni siquiera un bus de la Fuerza Aérea Ecuatoriana (FAE) que circula por el lugar consigue apartar su vista de la infraestructura afectada. Apenas mueve los ojos cuando la gente pasa a su lado. Al notar la presencia de un mayor número de personas junto a él sonríe y saluda. En su rostro, surcado por las arrugas, se delata un claro rictus de tristeza.

“Perdí casi todo el hotel, ahora tengo que cuidar lo que está adentro y esperar a ver qué dice el Municipio, porque pago predios urbanos”.

Cuenta que él es el propietario de este inmueble al igual que del edificio Arena Mar, situado a pocos metros del lugar.  Aclara que algunos enseres del hotel están almacenados en la terraza, por eso se da el trabajo de pasar por allí todos los días, a diferentes horas, para cuidarlos. Incluso en la noche acude al lugar para constatar que sus pertenencias continúan en el mismo lugar.

Cuando recuerda cómo lucía antes su inmueble, respira profundamente, pero no pronuncia palabra alguna, se le hace un nudo en la garganta; sus ojos brillan y las lágrimas ruedan por su rostro surcado por sus 78 años a cuestas.

El silencio es breve; apenas dura unos segundos. Sus manos cubren su rostro para enjugar sus lágrimas. Tras un largo suspiro se pregunta: “¡No sé por qué Dios nos ha castigado así!”.

Cobra el aliento casi de inmediato. “Sé que Dios así lo ha querido y nos dará fuerza para levantarnos”. Con un hálito de esperanza agrega que se aferra a la fe y que, después de solo unos años, todo será un recuerdo. “Solo le pido a Dios que me ayude a salir adelante”.

Un silencio profundo precede la conversación, pero sus ojos continúan fijos en el hotel. Permanece inmóvil, a pesar de que ya es mediodía y el intenso sol castiga a los pobladores.

Este mismo silencio reina en la zona. Tampoco se escucha el ruido del taladro y de la soldadura autógena que corta el hierro de los inmuebles afectados.

Es hora del almuerzo y los obreros se toman su descanso. Ramón Cedeño sigue sentado, a pesar de que nos alejamos del lugar. Antes aclara que pronto vendrá una de sus hijas para llevarlo a almorzar.

Un rayo de esperanza

Jesenia Cedeño es una de las hijas de Ramón Antonio. Asegura que el hotel funcionó por 42 años y hasta antes del terremoto era uno de los más antiguos del sector de Tarqui. Al igual que su padre, no pierde la esperanza de que a mediano plazo vuelva a funcionar.

“Esperamos que se haga la demolición parcial, ya tenemos la respuesta de los ingenieros (que inspeccionaron el edificio) y nos dijeron que las bases están bien, pero el mismo peso del hotel Pacífico (al lado), afectó parte de la estructura”.

Recuerda que su padre, hizo levantar la edificación con una base para soportar 10 pisos, porque tenía la intención de construir una piscina en la terraza; “por eso aguantó el peso del otro hotel y del mismo terremoto”.

Ahora le preocupa no contar con los recursos suficientes para iniciar el proceso de demolición de ese inmueble. “Las autoridades nos piden una demolición total, así que, por el momento, estamos esperando una ayuda para solventar los gastos”.

Comenta que hace poco se reabrió el paso vehicular en la calle 101, una obra que alegró a muchos habitantes que tienen propiedades en la zona. “Ya se accede al Hotel Arena Mar, que también es nuestro; no le pasó nada y está listo para abrir”, sostiene la mujer. El obstáculo principal es la carencia de servicios básicos, pues aún no hay energía eléctrica, agua potable ni servicio telefónico. “Esperamos que para el próximo feriado (10 de agosto) ya funcione todo”.

Ahora solo aguardan un crédito de la Corporación Financiera Nacional (CFN), pues calcula que los gastos para la reparación del hotel serían de $ 1,2 millones. Dice que este es uno de los patrimonios que adquirió su padre con esfuerzo. “Por eso lo vemos de lunes a viernes todas las mañanas sentado. Al mediodía lo recojo para que almuerce y ahora también va por las tardes”.

Cerca del lugar se han acumulado un montón de fierros retorcidos; el panorama es desolador, pero al pasar a diario por allí, las personas parecen acostumbrarse. De hecho, los escombros ya forman parte del paisaje de la ciudad.

Carlos Román López, un lugareño de 23 años, detiene su triciclo, saca una sierra y corta el hierro para embarcarlo en su vehículo. “Vendo en $ 3 el quintal de varilla de hierro, esto me sirve de sustento porque estoy sin trabajo y tengo 2 hijos que mantener”. Una mujer policía se acerca y le invita a retirarse.

El joven asiente con la cabeza y acelera su labor, se embarca en su triciclo con el cargamento y se aleja por la avenida, mientras el sol, lentamente, se oculta entre las nubes. (I)

En el sector de Altagracia se han adecuado contenedores para que pequeños comerciantes expendan sus productos. Foto: Leiberg Santos / El Telégrafo

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Las réplicas son cada vez menos frecuentes

En Manta, el comercio y el turismo recobran lentamente su dinamismo

Son las 14:00 de un miércoles cualquiera y el bullicio de la calle 13 (centro de Manta) es evidente. Negocios de todo tipo, como almacenes, restaurantes y agencias bancarias atienden al público, como es habitual.

En los propios mantenses existe el deseo de superar la tragedia que sufrieron en abril pasado; las réplicas del sismo son cada vez menos frecuentes y, de a poco, la zona del balneario empieza a acoger a los turistas como antes.

“Queremos dar vuelta a la página, con la ayuda de Dios Manta se levantará pronto”, asegura Eloísa Bazurto, administradora del hotel Albatros. Lo mismo sostiene Merly Ortega, quien atiende un negocio de comidas en el balneario de Tarqui. “Queremos que nos visiten, que no nos olviden porque Manta se superará con el esfuerzo de todos”. (I)

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