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Patricia Chávez / comerciante y estudiante de Derecho

El bienestar de sus hijas la motivó a realizar diversos trabajos informales

Patricia Chávez (d), junto con una de sus hijas (i), y 2 nietas, en la vivienda donde residen. Ella dice que, como en toda familia, suele tener desacuerdos con ellas, pero son “situaciones superables” y siguen juntas, apoyándose en “las buenas y en las malas”.
Patricia Chávez (d), junto con una de sus hijas (i), y 2 nietas, en la vivienda donde residen. Ella dice que, como en toda familia, suele tener desacuerdos con ellas, pero son “situaciones superables” y siguen juntas, apoyándose en “las buenas y en las malas”.
Foto: Miguel Castro / EL TELÉGRAFO
14 de mayo de 2017 - 00:00 - Redacción Sociedad

Patricia Chávez Atocha tiene 53 años. Por las mañanas estudia el sexto año de la Facultad de Jurisprudencia en la Universidad Estatal de Guayaquil y en las tardes labora en una fundación de rescate de menores trabajadores.

Cuando sus necesidades económicas son apremiantes, no repara en ir a vender agua embotellada de forma ambulante en las inmediaciones de la terminal terrestre de Guayaquil, los fines de semana.

Por las noches, aquella mujer de carácter fuerte, forjado con los golpes que le dio la vida, se convierte en la tierna madre que se encuentra con sus hijas Katiuska y Patricia Hurel (33 y 28 años) y con los 8 nietos que le dieron ambas, en el hogar situado en una zona suburbana de la urbe.

No importan los años que ellas acumulen y si tienen o no formado un hogar. Patricia considera que una madre siempre estará pendiente de lo que necesiten sus hijos, aunque aquello signifique mucho sacrificio y  dejar sueños a un lado.

Eso Patricia lo sabe de sobra. A los 21 años tuvo a su primera hija y 5 años después a la última. Las aspiraciones de ser ingeniera comercial, carrera que estudiaba en la mencionada universidad, quedaron relegadas para darle prioridad a su familia. Años después, el destino se encargaría de convertirla en madre soltera de sus 2 niñas.

La urgencia de solventar las necesidades básicas de sus pequeñas la llevó a trabajar lavando ropa ajena, luego vendiendo pan, y más tarde en la bodega de una cadena de supermercados. Después vendía fichas telefónicas en la terminal terrestre, donde, en 1998, accedió a un puesto para venta de confites.

Las jornadas de trabajo empezaban muy temprano en la mañana, luego de dejar a las menores  en la escuela y finalizaba al caer la tarde. “Al comienzo mis hijas se quedaban con mi mamá, pero después ella se enfermó de diabetes y debía dejarlas solas en la casa, al cuidado de una vecina o a veces las llevaba al trabajo”.

La venta ambulante de agua embotellada le ayudó a pagar sus cuentas

Sin embargo, por el 2009, la baja en las ventas la empujó a completar en la calle el dinero que faltaba para pagar el arriendo de la casa o los servicios básicos. “Cerraba el local y salía de la terminal a vender botellas de agua en la calle”, expresa con esa voz que se volvió ronca de tanto vocear el producto en los últimos años, bajo la lluvia o el sol canicular, mientras evadía las “batidas” de los policías metropolitanos.

A veces las jornadas se extendían hasta las 21:00 y cansada llegaba a atender a sus niñas y a tratar de suplir esas horas de cariño ausente que ellas reclamaban. Así pudo darles alimentación, salud, educación, vestimenta y estar pendiente de los eventos escolares.

“De tanto trabajar, ni cuenta me di que mis hijas habían crecido. Perdí de pasar con ellas algunos cumpleaños por el trabajo. Pero los domingos se los dedicaba por entero y nos íbamos a comer a la calle”.

Hasta ahora su hija menor le recuerda que se quedaba sin festejo y sin regalo. “Su cumpleaños coincidía con fin de mes, cuando las ventas eran más altas y debía quedarme más tiempo trabajando”.

Todavía con pesadumbre Patricia rememora que sus hijas le decían que más le importaba su trabajo que compartir con ellas un feriado o fin de semana completo. “Esos se perdió por la responsabilidad de trabajar para darles lo que necesitaban”.

Las “injusticias” que la llevaron a estudiar leyes

No obstante, el tiempo transcurrió y Patricia se dio la oportunidad de estudiar. Comenta que las injusticias que veía contra los comerciantes la involucró en las causas sociales.

Entró a la universidad a estudiar Jurisprudencia hace 6 años y conformó la Asociación Forjadores del Trabajo para evitar “atropellos” contra sus colegas. En ese lapso adquirió una diabetes congénita, enfermedad por la que perdió a su madre en junio de 2016.

“Estudiar y trabajar al mismo tiempo es muy sacrificado. Algunas veces se pasa mala noche, pero yo quiero tener una profesión y ejercerla cuando me gradúe. Cuando empecé en esto mis niñas ya estaban grandes y es una decisión que las incentiva a iniciar sus estudios universitarios y que en todo momento les inculco”.

Desde 2014, cuando perdió el puesto de confitería en la terminal, la venta de agua fue su única actividad económica.

Hace poco más de un año se vinculó laboralmente con una fundación que la lleva a recorrer sectores vulnerables del cantón Durán, para realizar un estudio de las condiciones socioeconómicas de la población de este cantón de Guayas.

Con más tiempo para sí, Patricia se refugia en la casa del esposo de su hija menor, de la que nunca se ha separado. “A veces nos peleamos, pero son cosas que pasan y seguimos viviendo juntas, pese a los inconvenientes”.

Allí mima a sus 4 nietos y también llega su hija mayor, quien reside cerca, junto con sus 4 hijos. “Cuando podemos nos reunimos y salimos todos a comer”.

Para este domingo de las Madres, aún no sabe qué sorpresa le tendrá su familia. Patricia prevé ir al cementerio, pues será el primer año sin la presencia de su mamá, quien fue el pilar más importante en su vida.

De ella, dice, adquirió su fuerza  para salir adelante pese a las adversidades que le pone el destino. (I)

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