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Colonias felinas son exterminadas con veneno

Moradores del condominio La Primavera, sur de Guayaquil, hicieron un plantón para protestar por el asesinato de felinos y exigir un endurecimiento de las leyes.
Moradores del condominio La Primavera, sur de Guayaquil, hicieron un plantón para protestar por el asesinato de felinos y exigir un endurecimiento de las leyes.
Foto: Juan Carlos Holguín / EL TELÉGRAFO
19 de marzo de 2018 - 00:00 - Juan Carlos Holguín

Una pequeña de aproximadamente 7 años se acercó con aire triste al grupo que se manifestaba en el parque del condominio La Primavera, en las avenidas José Vicente Trujillo y 25 de Julio, sur de Guayaquil.

“A mí también me mataron mi gatito”, dijo con voz compungida y el dolor reflejado en su rostro inocente. “Yo lo rescaté de la calle y le dieron veneno. Lo encontré muerto”, relató sin que su mente infantil alcanzara a comprender cómo alguien es capaz de atentar contra un animalito indefenso.

El testimonio de la niña se unió al de los vecinos que se dieron cita para un plantón en protesta por la muerte de varios mininos pertenecientes a la colonia que activistas protegen en los mencionados bloques. En dos semanas han sido eliminados cerca de 20 felinos, muchos de los cuales ya estaban esterilizados y tenían sus respectivas vacunas. Es una colonia bajo control, que a veces crece porque gente desaprensiva abandona en el lugar a sus animales o a veces dejan gatas preñadas. Pero en los últimos días fue diezmada por desconocidos que dejaron comida con veneno. “Les pusieron arroz con veneno. Los animalitos murieron de una manera horrible, quemados por dentro. El veneno los desuella por dentro, es una muerte y una agonía terrible”, señaló Karina Maldonado, una de las activistas que protege y alimenta a esta colonia felina.

Ella, junto con Mery Cevallos Vásquez, también residente en los multifamiliares, realizan programas de esterilización, en redes sociales buscan padrinos para las cirugías y así tratan de controlar la sobrepoblación felina en el sector.

Por eso les duele e indigna la muerte de los animalitos. “Nosotros pensábamos que se estaban escondiendo por las lluvias, ya que su desaparición fue paulatina. Hasta que hallamos los cadáveres, descubrimos que murieron envenenados”. Debido a ello hicieron un plantón el sábado 3 de marzo, para protestar por lo sucedido y exigir que se apliquen sanciones más severas a este tipo de hechos.

Lo ocurrido en esta colonia felina es algo que se repite con frecuencia en muchos de los lugares donde existen grupos de gatos ferales. Para Mery Cevallos, el hecho de que el maltrato sea considerado solo una contravención y no un delito, hace que muchas personas no duden en atacar a un perro o un gato.  El Código Orgánico Integral Penal (COIP) incluyó en su artículo 249 lo referente a la protección de los animales. Según lo establecido en la ley, si alguien comete maltrato y el animal no muere, la pena máxima es de 50 a 100 horas de servicio comunitario. Pero si se causa la muerte, la sanción será pena privativa de libertad de 3 a 7 días. “En Ecuador debería ser penado como delito, con cárcel y una multa fuerte. En otros países las leyes respaldan, aquí no”, opina la activista, quien considera que el Municipio debería tomar medidas para imponer sanciones.

Con ella coincide Nathaly Toledo, directora de Bienestar Animal y Gestión Social de la Prefectura del Guayas. Esta dependencia en la actualidad realiza el rescate y control de una colonia de al menos 300 felinos existente en el Centro de Rehabilitación de Mujeres en Guayaquil.

Toledo reconoce que la presencia de gatos en la calle es general para toda la ciudad. “Nadie puede decir que alrededor de donde vive, sea donde sea, no hay un grupito de 5 o 10 gatos en un parque. La gente les da de comer, desarrolla vínculos con ellos, pero estos se siguen reproduciendo”.

Según ella, el Municipio de Guayaquil tiene la competencia en el manejo de la fauna urbana, pero nunca se ha hecho una intervención de manera técnica en el tema de bienestar animal. Aunque se organizan jornadas de esterilización y brigadas médicas para los animales que tienen dueño, una verdadera política de bienestar animal “es ayudar a los que no tienen dueño, porque son ellos los que generan todo el tema de sobrepoblación felina”.

En Guayaquil, dijo Toledo, un censo de julio de 2017 realizado por el Instituto Nacional de Investigación en Salud Pública (Inspi) señala que hay 25 mil perros abandonados deambulando por la urbe. Pero no existe un censo de gatos ferales, que es complicado hacer porque los felinos mantienen ocultos. En sitios como el Parque Forestal y la Universidad de Guayaquil hay colonias gigantescas que ya son intervenidas. En el primer lugar, activistas independientes alimentan y esterilizan a los gatos, además le buscan un hogar a los más que puedan; mientras que en el centro educativo, la Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnia adelanta el programa UGatos, para esterilizar a todos los mininos y dar en adopción a los puedan adaptarse a una vida en un hogar.

Pero en otros lugares, como en algunas ciudadelas privadas, en edificios, en parques y en los propios barrios, se opta por el exterminio de los felinos mediante el veneno. La activista Paola Ludeña relató a EL TELÉGRAFO que en la ciudadela Kennedy Norte hay terrenos baldíos en los que habitan colonias, y dichos gatos están siendo envenenados. Un ejemplo es el terreno junto al edificio World Trade Center (WTC), donde, según Ludeña, la basura que ahí depositan atrae a los gatos y se formó una colonia.

Ella los alimentaba para poder ganarse su confianza y así atraparlos y esterilizarlos. Pero a fines de 2017 empezó a encontrarlos muertos, envenenados. Lo mismo ha ocurrido con los felinos que estaban en otros lotes del sector. “Hablé con personal del Municipio para que me permitieran reubicar los gatos en el parque lineal de la Kennedy, y me dijeron que no había problema si los residentes lo permitían. Pero nadie del sector ayudó a recoger firmas”, dijo la activista.

Ella, al igual que muchos protectores de la fauna urbana, se enfrentan a la indiferencia de la comunidad y a la agresividad de quienes se oponen a que alimenten a perros y gatos de la calle. Y muchas veces estas personas que no dejan ayudar a los animales, son las que ponen el veneno, amparadas en el anonimato y la falta de sanciones fuertes. (I)

Fotos: Juan Carlos Holguín y cortesía

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