Publicidad
"Campaneros", guaridas y tanquetas: una noche en Bastión Popular
Donde algunos jamás pondrían un pie, otros hacen vida. Allí, el ruido de las tricimotos se mezcla con el griterío de los vendedores en las calles y el olor a aceite y el verde frito se adhiere a la piel como una segunda capa, espesa y pegajosa.
Podría ser un día como cualquier otro pero el miércoles 11 de junio de 2025 es distinto en Bastión Popular. Esa noche, la presencia militar sacude el ambiente con murmullos, atisbos de sonrisas y personas que se acercan tímidamente a ofrecer pan, café y bendiciones a una tropa militar.
A nueve kilómetros del centro de la ciudad se erige este populoso barrio del norte de Guayaquil, que nació en la década de 1980 con la ocupación de tierras mediante asentamientos informales. Lo que hasta hace pocos años era una zona marginal con cientos de casas de caña y caminos de tierra hoy poco a poco se transforma en una compleja fauna urbana con viviendas de bloque, caminos asfaltados, canchas y negocios que ofrecen desde los platillos tradicionales de la gastronomía porteña hasta pequeños comercios y farmacias.
Es un barrio que trata de crecer y salir adelante, pero que también convive a diario con un conflicto armado entre mafias que buscan el control de las zonas para cometer extorsión y microtráfico.
Dos días antes de este recorrido, cuatro personas entre 20 y 35 años, fueron baleadas con rifles de asalto en una vivienda. Según versiones policiales, se trató de un supuesto ajuste de cuentas entre bandas.
En el Distrito Pascuales, que alberga a Bastión Popular 1 y 2, Montebello, Pascuales, Mucho Lote y Las Orquídeas, 204 personas fueron asesinadas entre enero y mayo, según cifras del Ministerio del Interior.
Este incremento de las actividades delictivas en la zona obligaron una intervención focalizada del Bloque de Seguridad, con miembros del Ejército, en labores de patrullaje, rastrillaje, control y operaciones, que incluyen allanamientos, recorridos diarios y aprehensión de personas sospechosas.
Desde entonces cada operación ha recolectado evidencias para desmantelar a las bandas y sus economías: droga, armas, combustible, explosivos e incluso vestimenta de agentes de tránsito empleada para supuestas actividades delictivas.
Las noches tienen camuflaje en Bastión
Son aproximadamente las 20:00, cuando ocho miembros de un batallón de la Brigada de Infantería Guayas, perteneciente al Ejército Ecuatoriano, se alistan para ingresar a la profundidad de Bastión Popular.
Cubiertos sus rostros con máscaras negras de calaveras, con el casco en la cabeza, la vestimenta de camuflaje, chaleco antibalas, botas y un rifle de asalto en sus manos, los militares suben a una tanqueta en donde se acopla una ametralladora en la parte posterior y es operada por una persona encargada de divisar las posibles amenazas.
En caso de detectar sujetos que amenacen al personal militar con armas de fuego se realizará una neutralización inmediata, según lo dicta la Ley Orgánica que regula el Uso Legítimo de la Fuerza.
El objetivo es claro: una operación de patrullaje y rastrillaje para identificar "campaneros", microtraficantes y guaridas que ocultan a presuntos miembros del crimen organizado, armamento, drogas y dinero proveniente de extorsiones.
Los "campaneros" son aquellos que alertan a los capos sobre la presencia policial y militar en el sector. Adictos, habitantes de calle, "gatilleros" e incluso adolescentes y niños, son parte de esta red de "informantes" que encubre a los verdaderos cabecillas criminales de la zona.
La operación inicia con un control de armas y explosivos. Los militares identifican vehículos sospechosos y realizan inspecciones. Se abren las puertas y portaequipajes, se realizan "cacheos" y se revisa cada detalle sospechoso.
Algunos colaboran con amabilidad y agradecen que los militares estén en esta localidad. A unos metros, la vendedora de una pequeña tienda menciona en voz baja que la presencia del Ejército también persuade a posibles "vacunadores".
La unidad militar señala que la extorsión es una de las problemáticas que afecta al Distrito Pascuales. Las famosas “vacunas”, es decir exigir dinero a comerciantes y pobladores a cambio de no atentar contra sus vidas, es cosa de todos los días.
Grupos criminales como "Los Lobos", "Las Águilas" y "Los Tiguerones" se disputan la zona calle por calle. Buscan controlar negocios e incluso viviendas, que pueden ser usadas como guaridas para ocultar otras actividades delictivas, como el secuestro extorsivo.
El recorrido de la tanqueta inicia por calles estrechas, irregulares y poco iluminadas. Después de cinco minutos de trayecto, la intervención militar empieza en el punto más alto del lugar, cerca del sector conocido como "la Iglesia del Padre Chicho".
Abandonado y poco iluminado desprende un olor a carne podrida y basura acumulada. Entre la maleza, los militares mencionan que allí se han hallado cuerpos en estado de descomposición que son lanzados desde vehículos. Es como un mensaje que se envían entre bandas rivales.
En las viviendas de los alrededores las personas no hablan y pocas son las que se acercan. Algunos se asoman desde las ventanas y balcones; les llama la curiosidad. En unas gradas que dan hacia una calle, un hombre observa desde una motocicleta y se apresura a acelerar cuando ve a la patrulla.
El teniente a cargo de la unidad militar -cuyo nombre se mantiene en reserva por seguridad- explica que algunos habitantes de la zona tienen miedo a represalias de los delincuentes. La colaboración ciudadana llega con mensajes no verbales y llamadas anónimas que les permiten identificar guaridas, cámaras de seguridad y posible presencia armada. Algunos, con señas desde lo lejos, les agradecen por acudir.
Los jóvenes, el blanco de las organizaciones delictivas
El siguiente punto del patrullaje es el sector cercano al puente peatonal de Bastión. A diferencia del anterior lugar, hay mayor actividad. Los negocios están abiertos, las personas conversan en las calles, un grupo practica deporte en una cancha y se escucha música urbana a todo volumen desde dentro de una de las casas.
El primer control es en la cancha donde se practica ecuavóley. Los militares interrumpen su juego y anuncian un chequeo de rutina. Ellos acceden a ser revisados. Uno a uno los militares observan que no tengan tatuajes, armas, accesorios o implementos relacionados a asociaciones delictivas.
En medio del cacheo, una madre de familia llega al lugar y recrimina a uno de sus hijos por jugar en la calle hasta altas horas de la noche. El pequeño se quedó atrapado en un chequeo de rutina y los militares tratan de calmar a la mujer. Ella, entre manotazos y reprimendas, se lo lleva a casa, y como toda madre, le prohíbe salir en la noche.
El teniente explica que parte de la intervención integral también implica el trabajo con otras carteras de Estado para salvar a los menores de edad. Son los más vulnerables. En zonas como estas, son captados por los criminales desde los 12 años hasta los 18 años para cometer delitos como robo, extorsión y hasta sicariato.
Al ser inimputables, no pueden ser juzgados por jueces penales ni se les aplicará las sanciones correspondientes por cometer varios delitos, según lo establecen el artículo 305 y 307 del Código de la Niñez y Adolescencia. A cambio se realiza un internamiento preventivo, que incluye medidas socioeducativas.
Una reforma para que se modifique la normativa y los menores puedan ser juzgados como adultos se trata actualmente en la Asamblea Nacional, con el Proyecto de Ley de Integridad Pública enviado por el Ejecutivo y que ya fue aprobado el martes 24 de junio con 84 votos a favor.
La jornada de rastrillaje culmina por un recorrido en la tanqueta alrededor de otras calles peligrosas del barrio. La inteligencia militar ha establecido posibles lugares para efectuar los allanamientos y operaciones del siguiente día. Regresan al primer punto y continúan con el control de armamento, que se extiende hasta la madrugada.
Los militares aseguran que su presencia será permanente en los sitios más conflictivos. Desde hace 15 días las intervenciones se realizan día y noche con el objetivo de devolver la paz y seguridad a uno de los sectores más turbulentos de Guayaquil donde las rutinas persisten, aferradas al bullicio y al pulso de una población que resiste y confía.