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Hubo una gran polémica por la autopsia realizada por Agustín Cueva

La poeta Dolores Veintimilla y su sombra en la ciudad de Cuenca

La poeta Dolores Veintimilla y su sombra en la ciudad de Cuenca
19 de octubre de 2014 - 00:00 - Ángeles Martínez D. Cátedra Abierta de Historia. Universidad de Cuenca

La historia, incluso la de la ciudad  más amada, como es para muchos de nosotros Cuenca, entraña episodios polémicos, complicados y que más de una vez han sido juzgados con rigor justa o injustamente.

El caso de la muerte de la poeta quiteña Dolores Veintimilla Carrión de Galindo, es quizá uno de los más sonados. Corría el siglo XIX —1857 para ser exactos—, y su suicidio despertó furia contra un pueblo tachado siempre con el genérico de conservador, más allá de las ideas progresistas y su gente de vanguardia.

Entre las tantas y tantas publicaciones seguiremos una, que nos pareció seria e interesante en el tratamiento del tema, pues nos remite a documentos reales como argumentos y reúne su obra, incluso la inédita. Nos referimos a La Safo Ecuatoriana… estudio histórico-literario de Ricardo Márquez Tapia. El padre del autor fue contemporáneo y amigo muy cercano del hijo de Dolores; tenía 8 años cuando la ciudad se sacudió por esta muerte. El autor incluye una interesante correspondencia con el nieto de Dolores para verificar datos, muestra de un trabajo responsable.

La poeta se instaló en casa de doña Josefa Ordóñez (Calle Bolívar). Su marido, al poco tiempo, partió a Centroamérica. Ella, mujer de alta sociedad, se quedó con 25 años y un niño de 6, con penas y problemas. Remigio Crespo Toral afirma que un momento, sea por las excentricidades o por problemas económicos, doña Josefa, “la despidió de la habitación y hasta mandó a poner afuera los muebles”. Se traslada entonces a casa de la Sra. Peñafiel (departamento segundo piso, balcón colonial). Solo 3 años duraría su estancia en la ciudad y en la vida. Hay que resaltar que la poeta fue recibida con entusiasmo por los intelectuales cuencanos. Abriría las puertas de su propia casa como centro literario para ella y sus colegas. Sin embargo, se dice que los amigos dejaron de frecuentarla poco a poco por sus “excentricidades mentales”, se le da el calificativo de altiva, orgullosa, y menos eufemísticamente el de “descomedida”.

La anécdota de la mascarada en casa del Dr. Valdivieso, quedó para la posteridad. Ella no quiso respetar las reglas de la velada: aquella cuya identidad era descubierta, debía mostrar el rostro. La poeta se negó y su amiga, dueña de la casa, intentó descubrirla, el berrinche que armó terminó con el ánimo festivo y no pudieron calmarla ni presentándole al Dr. Mariano Cueva a quien ella admiraba mucho, pero con quien terminó por ser descortés.

Sin embargo, también la fidelidad de los vates cuencanos se puede constatar; basta dar una mirada a su Álbum Literario escrito con admiración y cariño por Mariano Cueva, M. A. Corral, Antonio Marchán, Benigno Malo, Francisco Eugenio Tamariz, Luis Muñoz, entre otros.

Uno de los hechos al que más trascendencia suele dársele fue ese enfrentamiento público de pasquines entre el alma sensible de la poeta y un pensamiento misógino y lleno de odio. Cierto que no debemos olvidar que las batallas intelectuales de la época no eran precisamente blandas, sino frontales, pero nada justifica pasar un límite. Dolores escribe ‘Necrología’ en defensa del indígena Tiburcio Lucero, ajusticiado por parricidio en la plazuela de San Francisco, acto que ella mismo presenció, llama a la ley bárbara, menciona no solo a Dios sino al Gran Todo como un espíritu superior.

La respuesta no se hizo esperar, indignada, en otra hoja volante ‘Graciosa Necrología’: que refutaba a Dolores en estos términos: “una persona que dice pertenecer al bello sexo, que despedazando el idioma castellano, y manchando con frases absurdas la literatura de nuestra época ha escrito una página de memoria a un criminal justamente sacrificado”. Las publicaciones vienen y van, cada vez con tono más destemplado. El autor de las réplicas fue el Canónigo Dr. Ignacio Marchán “nativo de Cuenca, inteligente e ilustrado, pero lleno de pasiones vehementes a quien él no estimaba; en un estilo soez e injurioso a sus adversarios, porque no guardaba respeto por persona alguna”, y siguió incluso cuando la poeta prefirió callar… dudando de su decencia, hablando de las visitas de los intelectuales a su casa.

Hasta que pocos días antes de su muerte ella respondió con su ‘Al público’, pedía al calumniador que dé la cara y compruebe lo dicho. Dice Ricardo Márquez: que con esta publicación acabó la mentada polémica, con el suicidio de la poetisa, “siendo su único responsable el Sr. Canónigo Dr. Ignacio Marchán”.

La noche y mi dolor

“(…) al medio día del 23 de mayo la señora Galindo recorrió varios comercios de esta plaza y compró medias blancas, crespones de seda negros, espermas nacionales y una cantidad de cianuro de potasio”. Lo que sucedería después a las 4 de la mañana no es un misterio, arreglada, elegante como de costumbre, bebió su último trago. Al encontrarla su hijo pensó que dormía, la acomodó en su cama y se lamentó el resto de su vida, que sería corta (36 años), de no haberle proporcionado un antídoto.

Pero como la poeta misma habría escrito desde el inicio, desde su nombre, el destino estaba trazado. Lo primero que buscábamos para el empezar el tema era una carta en la que Galindo, su esposo, decía que suicidarse era lo mejor que Dolores había hecho en su vida, junto por supuesto a los versos de la poeta ‘Quejas’ y ‘A mis enemigos’.  

Las palabras finales de Dolores a su madre parecían una bofetada de vuelta: “Mamita adorada: perdón una y mil veces; no me llore; le envío mi retrato, bendígalo; la bendición de la madre alcanza hasta la eternidad. Cuide a mi hijo... Dele un adiós al desgraciado Galindo”.

No encontramos aún la carta esa, del desgraciado de Galindo, pero en el libro antes señalado, sí cartas que explican, en parte, ese terrible comentario. Hubo una gran polémica por la autopsia practicada por el prestigioso Dr. Agustín Cueva Vallejo.

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