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La rutina de la ‘reina del hornado’ inicia a las 02:00

La rutina de la ‘reina del hornado’ inicia a las 02:00
24 de mayo de 2015 - 00:00 - Mishel C. Rojas R., PUCE sede Ibarra

Con la cabeza inclinada, las manos temblorosas y los pies firmes, Rosario Tabango Ormaza aguarda junto con 11 concursantes de diferentes provincias en la carpa blanca que cubre 80 m² del parque Guayaquil del centro de Riobamba, en los Andes del Ecuador.

Cierra los ojos, ora y escucha quién recibe el tercer lugar. El reconocimiento recae en la provincia del Carchi, precisamente su representante es Narcisa Maldonado, su compañera.
Rosario aún no pierde las esperanzas de ganar el concurso gastronómico. De pronto, como un guerrero sin armadura, su cuerpo empieza a tornarse débil y los nervios la dominan.

Escucha los latidos de su corazón, como fuegos artificiales en el cielo; ha llegado la hora, el segundo lugar es anunciado. Sí, es para la provincia de Tungurahua. Sonia Llerena recibe los reconocimientos del jurado.

Rosario, con mirada triste, dirige su cabeza hacia abajo y se convence de que el primer lugar es para Sangolquí, en la provincia de Pichincha.

Sus esperanzas casi desaparecen. En aquel instante, cierra los ojos y escucha el primer lugar que va para la provincia de Imbabura. Le cuesta creer que ha ganado el premio.
Escucha su nombre por el micrófono. Alza las manos con fuerza y entre lágrimas de felicidad recibe el galardón. Abraza al presidente de la República, Rafael Correa, y levanta la copa dorada.

Cierra los ojos y recuerda su infancia: Son las 05:00, el frío cala en los huesos, y la alarma del reloj suena fuerte. La niña la apaga, se levanta de su cama y calza sus pies en las sandalias. Se dirige al baño, se asea, y está lista para ir a la escuela.

Las horas del día transcurren raudas. Su madre, Rosa Ormaza, le sirve un pequeño plato de comida; y Rosario come mientras le recita a su madre un poema que escribió durante el día.

“Vamos a trabajar”

La niña toma algunos canastos de comida y sale de la casa con su madre para emprender lo que ella llama “una aventura”. Se dirigen juntas a la estación del bus. Al subir a uno de ellos, empiezan su trayecto hacia la parroquia González Suárez, en Otavalo.

Al llegar, observa la corrida de toros que se realiza en una plaza, y empieza rápidamente a vender las fundas de chochos con tostado que su madre ha preparado.

Se arriesga a entrar a la arena donde hay varios toros. Su interés es ayudar a su madre a vender las fundas de comida, pero no se percata de los riesgos.

De pronto, un toro grande y negro corre con furia y velocidad, dirigiéndose hacia ella. La niña, asustada y temerosa, bota las fundas de chochos y sale corriendo. Ha logrado escapar y librarse de la muerte. Este episodio está guardado en su memoria como el día en que se enteró de su embarazo.

Es un día frío en Otavalo y Rosario regresa del colegio República del Ecuador en el cual estudia.
Lleva más de un mes sin la regla y presiente que está embarazada

Cuando lo confirma decide vendarse el vientre durante 8 meses para que su madre no se entere de la noticia. A partir de ese momento, su vida cambió.

Han transcurrido varios meses y, desesperada, decide abandonar su casa. Apenas tiene 14 años y está a punto de ser madre. Llega a la casa de su tía, golpea la puerta y espera, llorando. Al enterarse de la historia, su tía decide acogerla.

Rosario opta por trabajar y abandona sus estudios. Han transcurrido 3 años, su hija, Consuelo Ormaza Tabango, ha crecido. Es una niña inquieta y llena de energía.

Con el tiempo, Rosario consigue aprender de su madre la preparación del hornado y empieza a trabajar en el mercado 24 de Mayo de la ciudad de Otavalo.

Mientras conversa con sus compañeras, llega un señor de 1,80 de estatura, tez trigueña y ojos verdes. Este se sienta en la banca de madera ubicada en el puesto de venta de Rosario. La saluda con cordialidad y pide un plato de hornado.

Rosario lo atiende con esmero. Al terminar de comer, el hombre se levanta y se marcha, pero regresa con frecuencia. Después de un año, Rosario se enamora de él y a sus 31, decide casarse. Siente el amor por primera vez, y a pesar de que su hija tiene ya 17 años, viven los 3 juntos y continúan trabajando.
Byron, su esposo, la ayuda con la venta del hornado y se ocupa de otras labores. Ahora él es quien mata al porcino y Rosario lo hornea.

El esposo de Rosario también trabaja como conductor de la ambulancia del centro médico de la ciudad de Cotacachi, a 10 minutos de Otavalo.

La vida de Rosario y su familia transcurre sin mayores contratiempos. A sus 45 años, la mujer trabaja por la mañana en el mercado y se traslada a su casa por la noche. Prepara la comida para su familia y horas después se recuesta para reponer fuerzas.

Uno de esos días, una noticia rompe con la rutina diaria. Suena el teléfono y le dan una noticia que la paraliza. Es una tragedia: Su esposo acaba de tener un accidente, un choque en la vía a Natabuela. Rosario sale de la casa apresurada, no deja de orar en el camino. Cuando llega al hospital San Vicente de Paúl de Ibarra, el médico le informa que el accidente de tránsito provocó la muerte de Byron. Rosario quiere morir también y en aquel momento recuerda las palabras de su cónyuge. “Mija, no haga fuerza (mientras ella intenta alzar del suelo un cerdo muerto). Solo cuando yo me muera, tendrá que hacer fuerza”.

La vida le ha enseñado a Rosario a trabajar desde pequeña y a sobreponerse para salir adelante. Dice que “el dolor es lo que nos hace sentir vivos”, y ahora, se siente más viva que nunca. Rosario se repuso de este golpe y enfrenta cada día con el mejor de los ánimos.

Sus días empiezan a las 02:00. Se levanta, muele los aliños en piedra, vigila el horno, para que el cerdo no se queme, y después de 6 horas, cuando verifica que está  cocido, se cambia de ropa y se traslada  al mercado 24 de Mayo de Otavalo, donde la esperan sus clientes en el puesto número 260.

Al llegar se coloca el mandil blanco y la gorra; se lava las manos, se pone sus guantes, enciende las hornillas y empieza a trocear la carne con sus manos. Enciende las ollas que contienen mote, coloca las tortillas de papa en una sartén, prepara la ensalada de lechuga, tomate y cebolla y, finalmente, coloca en un recipiente el agridulce que acompaña el hornado.

Sus clientes aseguran que su sazón es exquisita. Además, su forma de atender, su sencillez y amabilidad atraen a las personas que se sientan a servirse un plato típico de hornado.

Silvia Arteaga, amiga y vecina de Rosario, la motiva a participar en el Campeonato Mundial de Hornado 2014, que se realizaría como primera etapa, en la provincia de Imbabura. Rosario acepta la propuesta y se inscribe en el concurso gastronómico, en el que participan representantes de Ibarra, Atuntaqui, Andrade Marín y Otavalo.

Gana la primera etapa, su primera copa. Ahora, es la representante de la provincia de Imbabura, para participar en la final.

El viernes 17 de agosto de 2014, Rosario alista los utensilios para llevarlos a la final del evento gastronómico que se realizará en Riobamba. Lleva 5 cerdos, platos, aliños molidos en piedra, la ensalada de sal y el agridulce; guarda su mandil y su gorra blanca. En una pequeña maleta deposita todo su esfuerzo.

Llega a Riobamba, y observa una enorme carpa blanca que cubre 80 metros del parque Guayaquil de esta ciudad, observa en la lejanía una mesa de madera alargada con un mantel blanco; en ella se encuentran sentados los jurados del concurso. Hay 3 chef reconocidos a escala mundial, un cantante, un general, los representantes del Ministerio de Turismo, y el presidente de la República, Rafael Correa.
Rosario abre el concurso. Tiene que preparar el hornado con la sazón que la ha caracterizado.

Coloca las porciones en los platos, y el olor exquisito del hornado llega a todos los rincones. Finalmente, el plato llega al  jurado que se lo lleva a la boca para decidir cuál es el mejor platillo.
Varias veces escuchó que los sueños se pueden hacer realidad, si uno piensa en ellos con fuerza. El sueño de Rosario se cumplió.

Sábado 10 de enero de 2015

Han transcurrido algunos meses desde que se realizó el campeonato y Rosario continúa con su vida.
Miles de personas visitan su puesto, degustan de su hornado y le felicitan por el triunfo obtenido.
Con una licra y zapatos negros, un buzo celeste, un mandil y una gorra blanca, Rosario se coloca los guantes y empieza atender a sus clientes con cariño, como siempre lo ha hecho. El premio no cambió su forma de ser.

Se dirige al cliente y le dice: “¿Cómo esta mijito? ¿Le sirvo el hornadito con agridulce?”. (E)

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