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La Gruta de la Paz, un lugar que se ilumina con sus creyentes y sus leyendas

Miles de fieles llegan a la gruta para pedir favores a la Virgen, todos creen que es milagrosa.
Miles de fieles llegan a la gruta para pedir favores a la Virgen, todos creen que es milagrosa.
Foto: cortesía Ministerio de Turismo
24 de enero de 2016 - 00:00 - Amanda Granda

Todo empezó con un sueño. En 1916, el sacerdote Jaramillo, párroco de La Paz, una localidad de Carchi, en el norte del país, visualizó la imagen de la Virgen María en una piedra gigante rodeada por una caída de agua. Al siguiente día, él, junto con un grupo de indígenas, visitó una gruta escondida en el cañón del río Apaquí e indicó que ese era el lugar escogido para colocar una figura de la madre de Jesús a quien bautizarían como Nuestra Señora de la Paz. Fue así como el artista Daniel Reyes tomó una piedra del Apaquí y talló en ella la imagen que 99 años después atrae a miles de fieles nacionales y extranjeros.

Es sábado, 17:00, y en la Gruta de La Paz finaliza la celebración del bautizo de Carla Chávez, de 4 años. Sus padres, oriundos de Tulcán,  viajaron 3 horas y media para bautizar a su hija.  

Según Paola, su madre, la niña no fue bautizada antes, porque esperó a que su esposo regrese de España.

Hasta septiembre de 2010, la pareja vivió en Barcelona, pero la difícil situación económica que atraviesa este país europeo los obligó a regresar a su ciudad natal.

“La idea era que mi esposo venga al Ecuador en un año, máximo, después de mi partida, pero teníamos muchas deudas y no se pudo”, dice la mujer mientras coloca una ofrenda floral en el altar. “Que mi familia otra vez esté reunida se lo debo a ella. Le pedí tanto para que llegue este día”, comenta Paola.

Historias como esta son comunes, dice Andrés Fiallos, un fiel que baja a la gruta todos los fines de semana. “La Virgencita es milagrosa. Ella es madre, por eso siempre escucha a sus hijos”, comenta.

La inmensa fe de los visitantes hizo que el 10 de diciembre de 1976, la Conferencia Episcopal Ecuatoriana y demás autoridades eclesiásticas declararan al lugar como el Santuario Nacional Mariano. Ese año también se inauguró el Monasterio de Santa Clara, el cual es administrado por la Curia de Tulcán y la Comunidad de Madres Clarisas.

Después de la ceremonia, la familia Chávez Acosta permanece unos minutos más en el lugar, luego se levantan de las sillas de madera enfiladas en la planada de la gruta. Algunas personas se acercan hasta el altar para tomar el agua que cae desde una grieta. “Es bendita”, se oye entre los asistentes.

Paola camina, en una esquina encuentra placas conmemorativas como muestra de gratitud de los creyentes. Frases como “Gracias madre bendita, por ti mi hijo está vivo” se leen en la pared.

Pero el lugar de fe no es el único atractivo del sitio, quienes se acercan hasta la imagen pueden ver el pequeño vuelo de varias golondrinas que a las 17:00 empiezan a salir de la gruta. Otros animales que habitan el lugar son los murciélagos. Aunque con temor, mucha gente se acerca para verlos de cerca.

Fiallos, uno de los fieles que desde niño visita la gruta, sabe algo más de la historia del lugar. Indica que no se sabe con precisión la fecha de la veneración a la sagrada imagen, lo que sí asegura es que fue antes de la construcción de la gruta y el camino. Recuerda que tiempo atrás no existía la cadena de escalones con soportes que hay actualmente. Tampoco había iluminación como la que existe hoy. “La gente bajaba por un camino de tierra, lo hacíamos por la fe”, explica.

En una recopilación de Segundo Paguay, secretario de la Tenencia Política de la parroquia La Paz, se menciona que la construcción de la gruta se hizo gracias a una revelación al sacerdote Jaramillo. Cuenta la leyenda que la imagen le dijo que en este lugar debía venerarse a la madre de Dios. Por ello, el padre Jaramillo trabajó una imagen de madera y la puso en este lugar. Después de algún tiempo, el religioso tuvo una nueva revelación, ahí se le dijo que la imagen no era la adecuada, que buscara en la orilla del río una piedra para tallar una nueva. Con esta revelación se procedió a una gran minga con todos los pobladores para buscar la piedra indicada.

La expedición se realizó por las 2 orillas del río hasta la quebrada de Taques. Cuando ya se agotaban todos los esfuerzos encontraron una piedra de carbonato de calcio bajo el higuerón, en la orilla del río, en donde ahora se localizan los baños. Es decir, 30 metros más abajo del altar de la Virgen. Según indican los registros de Paguay “era una piedra bastante grande, difícil de sacar, era completamente lisa y blanca como la nieve”.

En ese entonces no existía camino desde la parroquia La Paz hasta la gruta. El ingreso se hacía a pie por el sector de Taltún. “La gruta era un lugar tétrico, cubierto de vegetación con grandes árboles y payacas que colgaban desde la parte superior, de la cual se desprendía gran cantidad de agua y cuando hacía sol se formaban arcoíris”, indica el documento.

El sol se empieza a ocultar entre las montañas que flanquean la gruta, 2 enormes faroles se encienden. Algunos religiosos rezan mientras un grupo de niños juega. Es hora de volver a casa, dice Fiallos. Él y otros visitantes inician el camino de ascenso. Más de un centenar de gradas les espera. Las familias Chávez y Fiallos coinciden en que el esfuerzo físico vale la pena.

Una de las rutas para llegar a la gruta queda a hora y media desde Ibarra. La carretera es de segundo orden, apenas 2 vehículos con dirección opuesta logran pasar. El segundo acceso se encuentra a 5 minutos del primero, frente a la antigua fábrica del Kiosko; la carretera es asfaltada. (I)

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