Son las 17:00. La jornada del viernes 27 de octubre termina. El silbido del viento y el choque de las olas es contundente a esa hora. Las bulliciosas motosierras se apagan en el conocido sector El Astillero de Manta, ubicado entre los balnearios de Tarqui y Los Esteros noroeste de Manta.

Ahí, en la parte alta de la estructura de un barco de madera, seis carpinteros navales descienden y abandonan el lugar. Entre ellos aparece Fulton Escalante (60 años). Sonríe. Se presenta como esmeraldeño que llegó a los 15 años a Manta junto a su familia.

Cinco años antes aprendió el oficio de artesano naval en el astillero de su localidad, lo hizo de la mano de su progenitor.

Es ingeniero civil desde 1991, oficio que ejerce en segundo plano. “Me hostiga estar encerrado en una oficina, prefiero espacios abiertos con el sol y el olor a madera, ese es mi trabajo”. 

Este constructor fabrica un barco en 4 meses. Trabaja con 12 personas cuando hay dinero. Hoy se concentra en un nuevo barco. Va despacio porque el dueño dijo que no hay mucho recurso. También da mantenimiento a otras 20 embarcaciones (de pesca blanca).

El año 1985 lo lleva presente cuando los barcos eran elaborados en los patios de las casas. “Solo había el astillero del maestro Panchana, frente a la Base Aérea. Falleció y se cerró el lugar”.

Luego pasó al astillero donde actualmente labora. Desde hace 10 años, utiliza la fibra de vidrio para impermeabilizar  los barcos, algo similar hacen otros  300 carpinteros que laborn en el lugar.

Está pendiente del Día del Artesano que se celebra mañana. Para él esa jornada es mejor celebrarla trabajando, lo mismo sugiere a sus compañeros para que sientan el amor a la profesión. Asegura que “en el país en cada familia hay un artesano”.

La misma pasión de ser artesano la tiene José Méndez (37 años),  propietario de la Zapatería La Económica en el barrio Jocay. Sentado,  toma entre sus manos unos zapatos de taco negro y los deja como nuevos. Méndez, que es agremiado a la Asociación de Zapateros, se familiarizó con este oficio a los 7 años.

Kléver Navas le dio la oportunidad de aprender en el Mercado Central. El primer zapato que arregló fue el taco cubano que había en ese tiempo. Estuvo en el lugar cerca de una década y luego pasó a Tarqui, al ingreso de la calle 109. Ahí vivió 8 años hasta que el 16 de abril de 2016 el terremoto lo dejó sin lugar y lo separó de sus amigos Ramiro Mendoza y Limber Vélez. Ellos se encuentran en la zona comercial el Nuevo Tarqui.

Todo el trabajo que hace es a mano. “No tengo máquina industrial”. Lo que más usa es el croché.

Tiene una variedad de clientes. Sus trabajos van desde $ 3. También hace zapatos sobre todo de damas. El más económico es de $ 15. Uno de los sueños de José es que el Gobierno los apoye y tengan un seguro. Se siente orgulloso de ser artesano, se nota en cada palabra que fluye de sus labios.

Lo mismo sucede con el artesano Wilmer Cusme (42 años). Este maestro albañil,  oriundo de Alajuela (Portoviejo) lleva 10 años construyendo casas. Gusta de su oficio “porque es dueño de su tiempo”. Por ahora tiene un contrato en el sector La Florita de Los Esteros donde le acompañan sus hermanos, Iván y Lenín.

No sabe cuántas casas ha construido, “pero son algunas”, dice. Relata que el valor de una jornada diaria es de $ 40 para el maestro contratista y $ 20 para los oficiales.

Se ha interesado por capacitarse en su oficio. Después del terremoto —dice— hay que tener más cuidado a la hora de construir, para que la estructura pueda soportar un movimiento fuerte. La dirigente de los artesanos de Manta, Glenda Saltos, cuenta que este año celebran con una fiesta de integración. (I)