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El Telégrafo
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El cura que no pudo disfrutar su fortuna y que murió solo en Quisapincha en 1743

Quisapincha es una de las parroquias más antiguas del cantón Ambato. Sus habitantes conservan sus costumbres y la cría de animales para vivir, al igual que la siembra de las tierras del páramo.
Quisapincha es una de las parroquias más antiguas del cantón Ambato. Sus habitantes conservan sus costumbres y la cría de animales para vivir, al igual que la siembra de las tierras del páramo.
Foto: Roberto Chávez / El Telégrafo
14 de febrero de 2016 - 00:00 - Pedro Reino Garcés, Historiador

El Doctor Don Juan de Anrramuño debió haber llegado a Tungurahua a principios de los 1700.

Sus padres nacieron allá en los Reinos de España, como se dice en su testamento; y fueron Don Diego de Anrramuño y Doña María del Mármol. Se especifica que “de parte de la dicha mi madre, del Reino de Iriasabad”, lo que nos hace hipotetizar que fue mujer árabe.

Ya en Quito, con sus padres, se explica: “Cuando me ordené sacerdote, me ordené a título de una capellanía de mil pesos situada en unas casas principales que poseían mis padres en la ciudad de Quito”.

De la lectura de este testamento deducimos que el cura va a morir prácticamente solo y en Quisapincha, donde estuvo ejerciendo su misión religiosa.

A 4 días de haber redactado el testamento secreto, un 4 de marzo de 1743, don Esteban Egüez de la Torre, que estuvo de Justicia Mayor del asiento de Hambato, fue con testigos a verificar en la portentosa casa de Don Phelipe del Castillo, en Ambato, la existencia del cadáver y a abrir con el notario Santiago Ponce, el testamento cerrado.

En el documento pide que su cuerpo “sea sepultado en la iglesia del Convento Recolección de San Pedro de Alcántara, fundado en el asiento de Hambato, en la parte de las gradas de abajo, y acompañe mi cuerpo el cura párroco de la iglesia Mayor de los españoles, con cruz alta y doble de campanas; y si fuere hora competente, se me diga una misa cantada de cuerpo presente, y si no ocho días siguientes”.

Este sacerdote acumuló en su vida una de las más grandes fortunas, asentado en uno de los pueblos indígenas que han quedado hasta ahora en la pobreza:

“Tengo una hacienda en Tambillo (Machachi) que compré en 4.600 pesos”. Esta cantidad da a entender que fue muy grande, puesto que las haciendas oscilaban por los 1.500 pesos. La casa de Quito, de sus padres, quedó disminuida a un rédito de 500 pesos y estuvo a cargo del padre Francisco de la Carrera.  

Tenía también una capellanía  por la que recibía 5 mil pesos sobre una hacienda de Tiugua (Cotopaxi) que estuvo a cargo de Tomás López Guerrero. Otra de sus haciendas fue la de Allpamalag, en Latacunga.

Indica además que el Capitán Fernando de la Thorre Cantillana, le estaba debiendo 6.600  y más pesos procedentes de la encomienda. “Iten declaro por mis bienes toda la plata labrada que tengo en la ciudad de Quito, en poder de doña Angela Gómez”.

Contradictoriamente a estos capitales, a sus 2 sirvientas les deja 15 pesos a cada una. El secreto que encerraba su testamento, y que se abrió con el escribano ante el asombro de su compadre Don Phelipe del Castillo, fue que el testamento explicaba: “Instituyo por mi universal heredero a Don Pedro de Anrramuño, niño expósito que lo he criado para que haya y herede con la bendición de Dios y la mía”.

Una de las disposiciones adicionales dice que la hacienda de Tambillo “se le dé a Ángela Gómez. Y después de sus días, recaiga la hacienda en Don Pedro de Anrramuño”, joven que estaba cursando el colegio en procura de ordenarse sacerdote de orden sacro.

Mi conjetura está ligada a la secreta paternidad ante el joven. Actitud que además debe entenderse como absolutamente justa por sobre las humanas leyes de la iglesia.
El paso del cura por tierra fría

La plaza del juego de los toros se había convertido en un vocerío sin control. Los indios y los cholos se habían enfurecido. Los indios peleaban con los mestizos con piedras y con palos. Por todos los rincones se escuchaban alaridos.

Los salasacas y los indios de Pilagüín  habían soltado a los toros y los habían arreado hasta la plaza para tratar de arremeter contra la gente.

La nobleza se había retirado rápidamente, y con alguna prudencia, a sus casas, anunciando que tomarían contacto al día siguiente para planificarse en defensa del anunciado levantamiento de los indios.

En la oscuridad solo quedaban en el aire, los desafíos provocantes de los borrachos que echaban sus maldiciones a la historia.

Por una esquina de la plaza sombría sale el cura Anrramuño con rumbo a Quisapincha. Se mete entre la sombra como si se metiera cabalgando con su caballo negro por un libro de la notaría. Cruzando el río Grande de Hambato, por las cuestas de Pinllo, hasta llegar al mirador de Palama, va meditando:

La cabalgadura pasa por Palama entre multitud de indios que se movían desde Ambatillo en dirección a Quisapincha. Otros salían de Quindialó con sus ponchos fosforescentes y enrojecidos por la fuerza de la noche. Anrramuño es un fantasma que apenas pasa levitando por entre los árboles. Pocos indios presienten que la sombra tiene un peso que les asusta. Algunos han oído relinchar su caballo, mientras otros han visto en la oscuridad, algo así como al cura sin su cabeza, pasar montado a todo galope, en búsqueda de la puerta de la iglesia.

El pueblo frío muestra sus huesos de barro acurrucados entre los techos de paja. Las casas de adobe se engrosan hinchándose de soledad.

Todas las puertas están cerradas como los dientes remordidos de los cadáveres.

El alma del cura Anrramuño vaga de un lado para otro como buscando su propia cabeza en la noche sombría. Se acerca a la pila de la plaza y bebe en sus tazones de piedra. Suenan dentro de la iglesia las talegas de monedas y de doblones recogidos en la limosna. Alguien que oye, sabe que son cosas de los muertos.

Metidos en alguna de esas chozas de techumbres altas, 2 voces saltaban como mariposas. Se sabe que son indios que conversan entre gemidos lastimeros:

¿Viste las rayas en las hojas del papel? - Han anotado con 28 rayas las crías de navidad. Han puesto 20 rayas por los gastos de casa, 24 por las madres muertas, cinco por las crías muertas y 140 por los carneros muertos. Lo curioso es que no ponen números, sino rayas. ¿Borrarán también?, no se sabe. Yo oí que por ahí mismo han anotado. Así, ¿cuándo vamos a dejar de sofrir? (I)  

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