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Paso lateral impuso una nueva comercialización

La venta de los helados de Salcedo va hasta Panzaleo

Las chicas de los negocios en Panzaleo salen a las veredas para llamar la atención de los viajeros que se movilizan en sus vehículos particulares.
Las chicas de los negocios en Panzaleo salen a las veredas para llamar la atención de los viajeros que se movilizan en sus vehículos particulares.
Silvia Osorio / para EL TELÉGRAFO
18 de marzo de 2017 - 00:00 - Redacción País Adentro

La venta de los reconocidos helados de Salcedo tuvo que trasladarse también a Panzaleo para poder mantener la comercialización en Cotopaxi. Esta decisión se aplicó hace un año, tras el funcionamiento del Paso Lateral Latacunga-Salcedo.

Desde entonces, los propietarios y sus empleados han tenido que promocionar más este manjar. No solo utilizan letreros, ellos mismos salen a las puertas y veredas para agitar las manos con el fin de atraer la atención de los viajeros particulares y convencerlos de que se detengan.

Muchos sucumben a esta invitación, pues la tradición de su sabor se remonta a la comunidad de las religiosas franciscanas radicadas en Salcedo desde el siglo XX.

Por los años cincuenta, según los historiadores, esta ciudad atravesó una crisis económica que fue aligerada por la creatividad de sor Rosa María Durán. Ella hizo un helado diferente formado por varias capas de diversos sabores como la mora, taxo, leche, tomate de árbol, naranjilla y otros.  

Alcanzó fama y se lo llamaba el ‘helado de las monjitas’. Con su venta las religiosas ayudaron a salir de la crisis a esta ciudad que está situada a mitad de camino entre Ambato y Latacunga. Como no podían salir del convento el comerciante José Medina, conocido cariñosamente como ‘José Trrutrra’ les ayudó a extender la venta.

“Colocaba los helados en una caja de madera que apoyaba a su espalda como una mochila y gritaba compre, saboree los helados con leche de las monjitas”, dice Oswaldo Navas, historiador salcedense.

Desde 1956 Mariana Franco también empezó a elaborar postres parecidos a los de las religiosas, pero, según recuerda Gustavo Soria, los helados de ‘Doña Marinita’ se hicieron más populares.

Desde entonces la familia Jijón Franco ha mantenido esta tradición y tras 60 años aún se vende con esa receta y ese tamaño en la misma casa esquinera del parque Central.

María Ester Cabezas, esposa de Jaime Jijón, cuenta que la receta es la misma de su suegra, doña Marianita, incluso el tamaño. (I)   

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