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El Telégrafo
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Alcohol, del bebedor social a la enfermedad letal

Alcohol, del bebedor social a la enfermedad letal
14 de abril de 2013 - 00:00

Jorge C. tiene 58 años y empezó a consumir alcohol desde los 18 años. A los 25 se convirtió en un bebedor social y más tarde “sin darse cuenta” ya era un alcohólico. La esposa y los tres hijos de Jorge vivían sumidos en el pánico que representaba ver llegar a su padre borracho y agresivo. “Yo había hecho sufrir tanto a mi familia. El alcohol me suprimió la conciencia, se adueñó de mis actos. Golpeaba a mi mujer, ella estuvo a punto de abandonarme”, recuerda.

Según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Ecuador es el segundo país en América Latina con mayor consumo de alcohol per cápita. En nuestra nación se ingieren 9,4 litros de alcohol por habitante al año.

A Jorge le recomendaba su familia que buscara ayuda, que tratara de “poner fuerza de voluntad”.  Pero para los alcohólicos, según comenta, no hay fuerza de voluntad que valga, “pues uno ya no se gobierna, a uno lo gobierna ese líquido llamado alcohol”, asegura.

Jorge es taxista desde el inicio de su matrimonio y recuerda que a causa del  licor protagonizó más de un accidente de tránsito. Considera que la sociedad es “un arma de doble filo” con respecto al consumo de licor debido a que en las reuniones, fiestas, celebraciones y demás acontecimientos sociales se incita a beber  y aquellos que no lo hacen son apartados. Pero cuando alguien se vuelve dependiente, también le dan las espaldas.

A sus 46 años, la situación se volvió incontrolable y de la mano de un amigo llegó hasta el grupo de ayuda Alcohólicos Anónimos (AA) de Latacunga. “Aquí aprendí que esta es una enfermedad que no se cura con amenazas ni con desprecios, se maneja con apoyo y comprensión”, dice.

Al grupo AA de Latacunga asisten al momento 30 personas, cuatro son mujeres y todos son de estratos sociales diferentes; unos jóvenes, otros adultos, “hay de todo”, pues el alcoholismo no diferencia edad, sexo, religión ni posición social.

“Los ricos toman whisky y se quedan dormidos en sus carros; ahí vomitan y dan espectáculos. Los pobres toman puro, se quedan dormidos en las veredas y como no tienen carro su espectáculo es público; finalmente el rico y el pobre presas del alcohol pierden la conciencia y la voluntad de sus actos por igual”, reflexiona con un gesto de reproche en su rostro.

Ahora Jorge está rehabilitado y tras 12 años de no haber probado una sola gota de licor  tiene el propósito de ayudar y apoyar a todos aquellos que como él viven momentos de angustia y dolor por causa de la adicción. Por ello invierte tiempo y dinero en salir adelante con el grupo Siempre unidos de AA.

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