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El Telégrafo
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Humor e ironía perviven en testamentos de fin de año

Humor e ironía perviven en  testamentos de fin de año
29 de diciembre de 2011 - 00:00

“A los lectores de El Telégrafo les dejo un periódico con buena información para que no miren a los otros, que no tienen ingenio y les falta  investigación”.

La herencia del año viejo es recogida en el testamento que es leído la noche del 31 de diciembre. En él están citados todos los herederos. Cada uno recibe lo suyo, pero no es dinero ni bienes, peor propiedades, sino  frases satíricas, con chispeante humor y basadas  en la realidad, pero en verso popular.

También se da cuenta de los principales acontecimientos  durante el año que termina. “Son alusiones y críticas  a los personajes políticos y del convivir social”, dijo Daniel Torres, de 70 años, quien recuerda que los testamentos tuvieron su época de oro con la sátira y la sal quiteña que la impregnó Don Evaristo Corral y Chancleta.

Hugo Rueda, de 65 años,  afirma que los escritos que despiden el año fueron verdaderas lecciones de vida, ya que se realizaban en el seno familiar cuando los padres escribían a sus hijos y los esposos se dedicaban  mensajes de cómo fue el comportamiento durante el año.

Esto fue cambiando su enfoque,  luego se empezó a destacar los deseos incumplidos y como una proyección de lo que el pueblo espera  para el nuevo año.

El historiador Juan Pazmiño admite que  los festejos de las celebraciones por los “santos inocentes” estuvieron marcadas por el sarcasmo de los escritos, que buscaban hacer que la gente recuerde el pasado, con las cosas buenas y malas.

La plaza Belmonte fue el escenario donde los quiteños se congregaban para festejar la fiesta de los inocentes con disfraces y bandas de pueblo. Ahí se aprovechaba para ponerle el toque especial del humor con los testamentos que se preparaban para despedir el año viejo.

“Los testamentos tenían como objetivo hacer reír a la gente y esto se alargaba hasta el 31 de diciembre cuando se  quemaba el año”, dice.

En los buses y algunos lugares del Centro Histórico de Quito ya se exhiben a la venta los testamentos. Comerciantes expenden en las calles estos escritos para fin de año, como una tradición que se cumple anualmente en el país y con mayor fuerza en la Sierra.

Hace quince años, Alonso Santillán empezó a escribir sobre los hechos  sociales y políticos que son plasmados en dos entregas de testamentos que se distribuyen por toda la ciudad a un costo de 15 centavos cada uno.

Santillán, a los 12 años, vendía los testamentos que escribía  Segundo Tapia, pero como este exponente murió, se unió con un grupo de amigos y decidieron tomar la posta.  Actualmente no tiene trabajo fijo y se desempeña como despachador de  buses en la Santa Prisca.

“Un buen testamentero no debe tener ninguna inclinación política para que sus escritos no sean maliciosos ni mal intencionados”, enfatiza.

En esta ocasión se demoró quince días en escribir la edición de este año, que ya salió a la venta en las calles quiteñas. Imprimió  treinta mil ejemplares de los cuales ya se ha vendido la mitad.

Recuerda que hace dos años fueron sesenta mil ejemplares los que se comercializaban. El año pasado las ventas bajaron, pero en esta época espera colocar los treinta  mil que imprimió.

También hoy quieren hacer sus propios escritos, que presentan en  instituciones públicas y   privadas; incluso los dedican  a familias, con detalles para cada uno de sus integrantes. La intención es   iniciar con alegría y buen ánimo  el nuevo año.

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