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El Telégrafo
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Mujeres y hombres realizan las mismas tareas y ejercicios

Durante un rescate, los bomberos no tienen tiempo para los lamentos

Un grupo de voluntarios y bomberos desarrolla un ejercicio en el sur de la ciudad. Estas simulaciones se realizan todos los días.
Un grupo de voluntarios y bomberos desarrolla un ejercicio en el sur de la ciudad. Estas simulaciones se realizan todos los días.
Foto: Miguel Jiménez / El Telégrafo
15 de octubre de 2016 - 00:00 - Wilmer Torres Peña

Durante un siniestro, “los bomberos no se pisan la manguera” y actúan como si fueran un puño. “Somos una hermandad. Si entramos 5, salimos 5”, es una regla que tratan de poner en práctica los integrantes de la ‘casaca roja’ cada vez que enfrentan una emergencia.

No obstante, en algunas ocasiones solo logran salir cuatro, tres, dos, uno. A veces, ninguno.

Para evitar aquello “debes hablar con tu compañero para conocer las fortalezas y las debilidades”. Al teniente Pablo Andino eso le permite identificar las potencialidades de los bomberos y ejercer sin “dificultades” la profesión.

Tampoco tienen tiempo para lamentos. En minutos, incluso en segundos, deben tomar decisiones que conllevan rescatar personas y animales con vida; aunque en algunos casos, lo que hallan son muertos o heridos.

Pero esa hermandad y destreza no se construyen de la noche a la mañana. Se necesita al menos un año para saber cómo enfrentar un incendio o lo que fuese. Además de conocimientos también se requiere vocación y carácter.

La idea es saber de todo; sin embargo, también hay especialistas. Andino, por ejemplo, es experto en rescate: en estructuras colapsadas, alta montaña, subacuático, acuático, aguas rápidas, vehiculares, etc.

Esos conocimientos lo llevaron a la Costa tras el terremoto del 16 de abril pasado. Allí, junto a otros de sus compañeros, rescató a 99 personas vivas y encontró 162 cadáveres.

En ese tipo de escenarios, los bomberos demuestran que para ser parte del oficio se requiere de una vocación que nace desde pequeño y, a menudo, por influencia de los familiares.

En el caso del teniente Jorge Caiminagua, de 35 años, su padre lo motivó para que se involucrara en la profesión cuando tenía 23.

El instructor y encargado de la escuela de formación Pablo Lemus, en Quitumbe (al sur) no se anda con rodeos. Dice que ingresar al Cuerpo de Bomberos de Quito (CBQ) es muy difícil y que se requiere de mucha capacidad.

La estación se convierte en escuela, colegio y universidad. Allí se realizan simulacros todas las semanas, sobre los posibles escenarios que pueden enfrentar los bomberos en la vida real.

Las tareas se clasifican en 4: combate de incendios; labores de rescate y salvamento; rescate en estructuras confinadas y atención prehospitalaria. “¡Auxilio!, ¡auxilio!, me quemo”, grita una de las supuestas víctimas en un simulacro realizado en una infraestructura idónea para este tipo de ejercicios. Aunque se busca que las sensaciones sean lo más parecidas posible, en la vida real los gritos son desgarradores, “es un infierno”.

Los bomberos, como si se tratase de la vida real, serios (sin risitas) y concentrados, ingresan al predio, observan y apagan las llamas. Usan sus herramientas, todo lo que tengan a la mano para socorrer.

Mientras tanto, otro grupo prepara la ambulancia para atender a los heridos y, de ser necesario, trasladarlos a una casa de salud. Nadie ríe. Todos trabajan por igual.

Tanta es la exigencia que, en cada ejercicio, los bomberos terminan extenuados, sudando y con sus trajes afectados por los escombros y por el fuego, principalmente. Terminan literalmente “con la lengua afuera”. Tras varios minutos y luego de hidratarse y comer algo ligero, retoman otras tareas.

Andino no para en el ejercicio de rescate. Revolotea, se sacude y sigue. La experiencia le permite manejar “de mejor manera” las emergencias, aunque en cada una se aprenden nuevas cosas.

“Los simulacros son diferentes; en la vida real no hay espacio para simulaciones. Por más que entrenes, que estudies y  te prepares, enfrentarse a la vida es muy duro y diferente”.

Durante los ejercicios y en la vida real, los bomberos, aunque sean de tropa, capitanes o tenientes, trabajan y se arriesgan por igual.

Diego Almeida, subdirector operativo de la Escuela de Bomberos, es uno de ellos. “Para las posibles víctimas así como para nosotros el tiempo es oro y debes actuar rápido, buscar soluciones en el momento”.

Ellas trabajan por igual

No es un tema de liberación femenina, pero a Yolanda Pavón le toca trabajar igual o aun más que sus compañeros. Y en la institución bomberil lo saben ya que es un tema de vocación y servicio.

Acostumbrada a que la llamen por el apellido, Pavón (35 años), quien lleva 11 años en la institución, se dedica actualmente a las tareas prehospitalarias. Reconoce que en el oficio tiene la oportunidad de vivir y sentir el dolor de otras personas.

La madre de 3 hijos está orgullosa por ser parte de las filas bomberiles y de ser una de las pocas mujeres que se dedica a este oficio.

Yolanda confirma que no por ser mujer le toca un trabajo diferenciado. “Si los hombres hacen 50 sentadillas, las mujeres hacemos las mismas o más. Si un hombre carga una manguera, nosotras también hacemos lo mismo o más. Por cierto, no importa el género, nadie se pisa la manguera”.

En la Estación N°. 6, donde funciona la escuela de práctica, también tienen el apoyo de 4 canes, especializados en búsqueda y rescate. Allí resalta Cratos, un labrador, que fue parte del contingente de trabajo en el terremoto del 16 de abril. (I)

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