Ecuador, 19 de Abril de 2024
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El Telégrafo
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El costo humano del desarrollo

En la actualidad el drama de migrantes y trabajadores informales es un tema doloroso. Frente a los desplazados, gobiernos, empresas y especuladores dan respuestas ambiguas o aprovechan de su fuerza de trabajo, en la medida que los migrantes pronto entran al circuito de informalidad, que les hace prisioneros de sus destinos. El filme singapurense-franco-holandés Una tierra imaginada (2018) de Yeo Siew Hua, ganadora del Leopardo de Oro del Festival Internacional de Locarno del pasado año, es un testimonio de tal drama.

La historia es simple: la desaparición de un trabajador precario en una zona donde se gana tierra al mar lleva a una investigación detectivesca que muestra la situación de ese otro lado del desarrollo capitalista. Presentada como un filme noir –cine negro, cine policial donde se enfatiza las cuestiones psicológicas–, Una tierra imaginada gira entre la búsqueda obsesiva del detective y la historia de ese migrante chino en los confines de Singapur.

El filme desarrolla en forma paralela las dos líneas dramáticas. La que importa es la vida del trabajador precario, un migrante. Con ella aparece un mundo en el que la vida humana importa poco, donde cada cual debe sobrevivir a sabiendas que se trabaja dentro de un sistema que esclaviza.

El único escape es soñar tierras nuevas, aunque tal sueño se trunca siempre, dado que las empresas no permitirán que, aunque sea ese minúsculo ser, al que no se le paga casi nada, salga y denuncie su estado de precariedad. Una tierra imaginada pone de manifiesto ese otro lado del rostro del capitalismo tardío: no solo el de la esclavitud soterrada, sino y, sobre todo, el desaparecimiento forzado e invisibilizado.

Una tierra imaginada tiene el tono de una película onírica. El director nos hace sentir, cuando miramos las imágenes, que estamos fuera, como esos migrantes y trabajadores ignorados, que además miran el horizonte de luces, de un mundo altamente tecnológico, de un mundo de concreto que, saben, les ha cerrado sus puertas.

El costo humano de los migrantes y desplazados es su desaparición; sobre sus huesos se pone la tierra para ganar al mar y para construir sociedades de consumo. Así, Yeo Siew Hua nos lleva con sus imágenes poéticas, con el montaje en paralelo, con una música evanescente, a un estado de inquietud. Y lo logra: su filme es como un rasguño leve pero cuya profundidad causa dolor. (I)

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