Ecuador, 17 de Abril de 2024
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El Telégrafo
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Los pueblos segregados

Una obra capital del cine boliviano está en streaming. Es La nación clandestina (1989) de Jorge Sanjinés. Esta ganó la Concha de Oro del Festival Internacional de Cine de San Sebastián (España), el Premio Glauber Rocha y el Premio Especial del Jurado, ambos en el Festival Internacional de Nuevo Cine Latinoamericano (Cuba).

Su director es reconocido por su compromiso con los pueblos indígenas, por mostrar las atrocidades de las dictaduras militares, por sus propuestas estéticas de cine político. Desarrolló el “plano secuencia integral”, el cual representa el tiempo circular del pensamiento aymara.

La nación clandestina aborda el racismo y la segregación. Un indígena vuelve a su pueblo, cargando una pesada máscara, con el objeto de redimirse por “blanquearse” en la ciudad, para ejecutar el ritual del danzante. En las culturas indígenas negar las raíces es una traición: mucha gente, para no ser identificados como “indios”, cambian sus nombres, toman ropas occidentales, adoptan el idioma imperante, e incluso forman parte del poder, transformándose –como el protagonista– en un represor más de algún régimen. Se trataría de la denuncia del mestizaje por el que las formaciones sociales dominantes, el propio poder, subsumen a los indígenas, denigrándolos. El racismo que surge desde el mestizaje hace que unos se pretendan más “blancos” que otros.

Esa nación indígena, milenaria, con sus valores y filosofía de vida, ha sido y es aún “clandestinizada” o segregada. El problema que Sanjinés pone de manifiesto es que sin las naciones indígenas es inviable cualquier otra forma de nación. Hoy en nuestros países la transculturación, el influjo que hay entre diversos sectores sociales no se puede desconocer, lo que abre a no idealizar el mestizaje como expresión del colonialismo interno; al contrario, gracias a la transculturación se trataría de ver que las fortalezas de la cultura indígena son el capital simbólico y de poder de los países que se construyen libres y soberanos. Un modo de conjurar el cambio sería, como el danzante que se ofrece a la muerte para abrir la vía a la nueva vida, fortalecer las políticas de interculturalidad, logrando que los pueblos segregados sean, por fin, los que ayuden a hallar las soluciones a los problemas que se viven. En ellos habría los fundamentos éticos que infelizmente el mundo mestizo se encargó de desvirtuarlos.(O)

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