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La alegría viene con los villancicos

La alegría viene con los villancicos
14 de diciembre de 2020 - 00:00 - Kléver Antonio Bravo

No hay Navidad sin regalos ni Novena sin villancicos. Así es. Aunque resulte pesado decir que esta fiesta decembrina se convirtió en el boom comercial, vale reconocer que en el fondo, la Navidad es un tiempo de dar y un tiempo de celebrar el nacimiento de Jesús al son de villancicos, estas melodías angelicales que reafirman el sentido de paz, de prosperidad, de calor familiar.

Según el significado etimológico, villancico es la “canción de la villa”. No existe una precisión en el origen, apenas se sabe que este tipo de canción popular apareció en el siglo XIII y que tomó la melodía navideña en España, allá por el siglo XVI, llegando a Latinoamérica en el siglo XVII, precisamente para celebrar la venida del Niño Dios.

En el mundo católico, el villancico más cantado es Noche de paz. Fue escrito en 1818 por el joven sacerdote Joseph Mohr y adaptado a la música por el organista y maestro de escuela Franz Xaver Gruber, en Oderndorf, un pequeño pueblo austriaco. Hoy en día, Noche de paz es cantado en 300 idiomas. También han sido parte de la tradición navideña otros villancicos como Campana sobre campana, de origen andaluz; El tamborilero, de origen checo; Rodolfo el reno, de origen estadounidense; Mi burrito sabanero, del músico venezolano Hugo Blanco…

Ahora lo nuestro. Según el análisis musical, nuestros villancicos tienen un aire combinado entre el sanjuanito, el albazo y la tonada. El más antiguo resulta ser Dulce Jesús mío, compuesto en Quito, a mediados del siglo XVIII, por el sacerdote franciscano Fernando de Jesús Larrea. De allí nos saltamos al siglo XX, tiempo de mayor producción musical navideña, teniendo como máximo exponente en la composición de este género al músico lojano Salvador Bustamante Celi (1876 – 1935), cuyo nombre lleva el conservatorio de música de la Centinela del Sur.

En cuanto a Salvador Bustamante Celi, la música había heredado de su padre, don Teodosio Bustamante Vivar, compositor y organista, y de su madre, doña Mercedes Celi Fernández, cantante. Estudió música desde niño con el maestro Miguel Agustín Cabrera, teniendo como instrumento favorito el piano. De joven era muy solicitado por el gobernador Virgilio Guerrero para apoyar con la música en las actividades sociales y culturales de la provincia. Años más tarde migró hacia Macará, donde fue maestro de capilla, luego tomó el rumbo hacia Lima. Allí perfeccionó su arte en temas como armonía, melodía, instrumentación, contrapunto y composición.

Ante la amenaza de un conflicto bélico Ecuador – Perú, en 1910, regresó a Guayaquil para desempeñarse como organista de la Catedral y de la iglesia de San Francisco. Tres años más tarde regresó a su tierra natal para dedicar todo su tiempo y entusiasmo a la producción musical reflejada en himnos, marchas militares, música popular y los tradicionales villancicos como: Ya viene el niñito, En brazos de una doncella, No sé niño hermoso, Venid pastores, La Virgen y San José, Lindo Niño, El leñador, Claveles y rosas, entre otros. Este bello repertorio -al que se suma el villancico Desde el alto cielo, del músico otavaleño Guillermo Garzón-, fue grabado en la casa disquera guayaquileña JD Feraud Guzmán, en 1961, con las voces de tres niños: Oswaldo, Luis y Juan Trujillo Echanique, conocidos como Los Pibes Trujillo, bajo la dirección y arreglos del maestro Segundo Bautista, nativo de Santa Ana, cantón Salcedo.     

A pesar de la crisis sanitaria, seguro que en este mes de diciembre ya empezamos a escuchar y cantar estos lindos villancicos, sintiendo en lo más profundo que esta música angelical nos llena de esperanza, de fe y de alegría. Ahora más que nunca lo necesitamos. Feliz Navidad. (O)

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