Ecuador, 01 de Mayo de 2024
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El Telégrafo
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El rostro de la desolación

El serbio Emir Kusturica nos desafía nuevamente con su película En la Vía Láctea (2016), aprovechando un ritmo frenético, una ambientación a veces barroca y unas imágenes que rayan en el surrealismo.

En la Vía Láctea es la historia de un lechero que recorre un trecho de camino que conecta la vida pastoril y un mundo desbocado por la guerra. Por lo tanto, el eje narrativo es una “vía láctea”, donde este personaje, un demiurgo, es acompañado por animales, sueña con ellos y alimenta con leche a una serpiente.

Con ello, Kusturica plantea una hipótesis sobre el mito de la vía láctea apartándose de la tradición Occidental: el camino de leche es una ruta entre la vida y la muerte en la que se observa la condición humana. Pero la película no es una cátedra mitológica sino la representación de dos instancias, metaforizando lo que antes fue Yugoslavia, el país amado de Kusturica.

Así, el polo de la muerte es la representación de la guerra en la región donde alguna vez existió aquel país. La guerra aniquila a un pueblo que lucha caseramente; los que imponen la guerra son señores que atentan contra la dignidad humana. Kusturica los presenta sombríos, como máquinas de matar, sujetos incorpóreos sin ningún rastro de humanidad. Frente a aquel está el otro polo, lúdico, vivencial, festivo, de rostros humanos, de mujeres voluptuosas, de alegría, pese a la amenaza de la muerte. Estos se ríen de la muerte.

Allí, el encuentro entre el lechero (el propio Kusturica) y una italiana (Mónica Bellucci) simboliza la posibilidad de refundarlo todo. Es con ellos donde el director serbio hace el giro simbólico, porque no es una pareja de enamorados que eluden las balas, sino la imagen promisoria de una tierra patria, en la vía láctea, de ensueño, una utopía pastoril donde el ser humano se vuelve a reencontrar con la naturaleza y su espíritu juguetón. El problema es que la muerte penetra, contamina y se apodera de todo. El lechero, ante la imposibilidad de instituir esa utopía, funde su rostro con la desolación: Kusturica parece decirnos que ha perdido la fe en la humanidad; para él el ser humano es letal.

Como respuesta ética, su personaje se recluye como un ermitaño y cubre el suelo de toda la vía con rocas como figuración de que, en ese suelo, en esa vía láctea, antes fértil, no debe nunca más volver el hombre destructor de la vida. En la Vía Láctea vendría a ser, entonces, un ensayo reflexivo sobre la condición humana. (I)

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