Ecuador, 25 de Abril de 2024
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El Telégrafo
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Drogas, consumo y vida placentera

¿Apología del consumo de drogas? ¿Apología sobre la venta clandestina de drogas? Tales son las preguntas que uno se hace cuando ve la película ecuatoriana Ecuatorian sheeta (2018) de Daniel Varela Sánchez. Y es que el filme trata sobre un vendedor de marihuana que se mueve, munido de un maletín de médico, a través de la ciudad visitando “clientes”, siendo su día como cualquier otro, hasta recoger a su hija, sin ningún problema, cuando esta sale del colegio.

Planteado así el argumento, Varela pretende mostrar, al modo de una crónica lo que hace el vendedor de droga. Para el caso, la película tiene la estructura de una comedia en la que el oficio, las ventas y los consumidores son expuestos como si formaran parte del paisaje urbano de forma natural. La primera idea que a uno se le viene, tras ver el filme es que Quito (por no decir Ecuador) está poblado por consumidores natos y que sus vidas transcurren sin detenerse en las consecuencias de tal consumo. El tono de color lo da la habladuría sobre extraterrestres.

Para ello, vía vendedor de marihuana, sabemos que esta es cultivada por ancianos de clase media, es requerida por adolescentes y jóvenes como mecanismo de socialización y de aventura, es consumida por gente de condiciones sociales más altas, como medio de placer y de diversión. La naturaleza de la vida quiteña, en esencia, es el goce que produce el consumo de dicha droga o cualquier otra. El ciego representa a la misma sociedad que no ve o se hace la desentendida sobre el asunto del microtráfico, y los policías que hacen requisas a la final parecieran solo producir ruido en medio de ese silencioso sistema que suma adictos.

Visto así, la película se agota en su propia lógica narrativa y las pocas insinuaciones simbólicas que contiene. El director no toma posición frente a la problemática y, tal como usa la estrategia de la comedia, su filme de pronto se torna ambiguo y hasta cuestionable, lanzándonos a hacernos las preguntas de inicio.

En el fondo, por más que se pretenda hacer “crónica” filmada, en realidad, una ficción sobre un vendedor que moralmente no tiene respuesta ante la inquietud de su hija, Varela prefiere ir por el camino de exhibir la venta y el consumo de drogas como si fueran parte del color local, admitido por todos e incluso por el Estado ecuatoriano que en parte posibilitó la producción de la película vía fondos concursables.

Frente a ello, es evidente también cuestionarse: si el microtráfico y las drogas se han vuelto parte de la vida cotidiana, ¿el cine ecuatoriano hace campaña para que nos acostumbremos a aquellos?

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