Según la Real Academia de la Lengua, el término “troll” proviene del noruego, en el que significa ‘monstruo maligno de la mitología escandinava que habita en bosques o grutas’. En el mundo informático se viene utilizando desde la década de los 90 para referirse a los cibernautas que buscan que otros usuarios “piquen el anzuelo” y alude a la acción denominada “trolling”, que es una técnica de la pesca deportiva.
La similitud entre ambos usos del término es precisamente que dichos personajes recurren al “engaño” y lo hacen desde el “escondite”, es decir en el caso del ciberespacio, el “anonimato”. Ya lo dijo Umberto Eco: “Con internet no sabes quién está hablando.” Una mirada más atenta de la conducta de los trolls revelará que expresan las pulsiones agresivas y la exacerbación de lo que los antiguos retóricos llamaban la falacia ad hominem, esto es, atacar al emisor de un mensaje o de un planteamiento para desacreditar cualquier argumento que pudiera esgrimir, y con ello viciar la discusión evitando el intercambio racional de ideas.
Desde estas reflexiones, resulta explicable lo penoso y agresivo del nivel de debate y discusión políticas en el que han caído importantes temas nacionales en las redes sociales, e incluso en los medios de comunicación masivos. La situación de inestabilidad política de varios países de la región, las transformaciones de la estructura económica y productiva y la vulnerabilidad del país frente a los desastres naturales, las cuestiones humanas y ambientales relacionadas con el desarrollo urbano y local, la viabilidad de propuestas para la reconstrucción de las zonas afectadas, las opacidades del escenario pre-electoral y los planes de gobierno que ya están anticipando las distintas fuerzas políticas, entre otros. Todas estas temáticas pasan a segundo plano en aquella “guerra de los trolls”. Y mucha gente se pregunta ¿dónde quedó el imaginario de unidad nacional post-terremoto?, ¿el diálogo y la movilización colectiva por objetivos comunes?
Según Vicente Fenoll (2014) “el troll es un tipo extremo de usuario que busca autoafirmación y cuyos objetivos son la diversión, la provocación, la ofensa de los demás participantes y la interrupción del diálogo racional.” Lo peor que podría pasar es que la sociedad quede atrincherada entre el fuego cruzado de los trolls-center. O que la ciudadanía empiece a naturalizar el supuesto valor periodístico o humorístico de aquellos pasquines virtuales escritos por ciertos “cronistas del odio”.
El presidente de la República, Rafael Correa, mencionó en su último Informe a la Nación que hubiera querido agradecer también a una oposición constructiva, pero que lamentablemente no ha existido una oposición razonable sino enemigos atroces. Discrepo con esta apreciación: también han existido y aún existen otras oposiciones constructivas, que han aportado sustantivamente a generar cambios durante los últimos años en el país.
Lamentablemente las críticas y auto-críticas constructivas han sido minimizadas y hasta invisibilizadas, lo que le ha caído como anillo al dedo a la mediocre y venenosa oposición de la derecha-mediática. Qué mejores muestras de aquello sino el vergonzoso episodio protagonizado por una conocida periodista de televisión, quien en medio de un terremoto y con la población alarmada envió un cínico tuit sobre el incremento del IVA, haciendo objeto de burla al propio desastre que sufrió el país el pasado 16 de abril. O qué decir de las desdichadas aventuras con la palabra en las que se han embarcado aquél cuarteto de “iluminados” a los que no les importa utilizar adjetivos ruines, que rayan en el machismo, la calumnia y una falsa supremacía moral, todo con tal de golpear.
No podemos esperar mejoras radicales en la política si los operadores de medios de comunicación y los “generadores de opinión” en las redes sociales no modifican sustancialmente sus objetivos y estilos expresivos. Mientras sus posturas y gestos sigan sacrificando el tratamiento del fondo por las formas y solo sigan buscando ofender y envilecer a quienes no piensan como ellos, seguirán propiciando solamente un juego donde todos perderemos.
Por suerte, la mayor parte de la población ecuatoriana no ha caído en este juego y puede todavía debatir con distintas posturas sin caer en la falacia ni en la violencia como únicos métodos. Por suerte, existe una población consciente de los enormes desafíos nacionales y la urgencia de afrontarlos de manera colectiva. Un diálogo sin interrupciones, sin anonimatos y, sobre todo, sin agresiones. (O)