Con mucha frecuencia se utiliza la palabra ‘estrategia’ en varios campos sociales, desde el mundo empresarial, el deporte, el marketing o la política. Quizás su excesiva utilización oculta el vaciamiento de sentido o su escasa problematización. Resulta importante mencionar que el concepto proviene del ámbito militar y se remonta a la antigüedad. Etimológicamente procede de dos palabras: stratos (ejército) y agein (conducir o guiar). Como se puede evidenciar, su significado inicial hacía referencia a la conducción de las fuerzas militares orientadas a la guerra.

Ahora bien, ¿cómo se relaciona este concepto con el campo político? En el libro Estrategias políticas (2004), Peter Schröder afirma que en las sociedades modernas la noción de estrategia “fue abarcando sectores cada vez más amplios de la sociedad; naturalmente también llegó al campo político, pues también aquí había que dirigir hacia un objetivo a grandes masas de la sociedad o a miembros de partidos y organizaciones”. El autor sostiene que las estrategias políticas son aquellas que buscan imponer concepciones políticas y que tienen siempre como objetivo la victoria (que es visible), pero lo que después se haga con ella “es el objetivo político que está oculto”.  

Por su parte, Enrique Dussel, en su libro 20 tesis de política, afirma que “la acción política es estratégica, no meramente instrumental (como la acción técnica que transforma la naturaleza), ya que se dirige a otros sujetos humanos que como actores ocupan espacios prácticos, se jerarquizan, ofrecen resistencia o coadyuvan en la acción de unos y otros, en un campo de fuerzas que constituyen lo que hemos denominado poder”. Se evidencia, de esta forma, la dimensión humana y social de la política. Las relaciones de poder se dan, circulan y se ejercen entre seres humanos.

Por otra parte, no hay que confundir estrategia con táctica;  esta última hace referencia a las operaciones parciales que se ejecutan para cumplir con la estrategia. En el campo práctico es frecuente caer en el error de ejecutar tácticas sin tener una clara orientación estratégica. En política, las personas no pueden ser consideradas como ‘fichas’ ni como instrumentos del poder.    

Estos sujetos sociales se relacionan en un escenario de conflictividad y dinamismo, en un campo de fuerzas permanente. Por eso, siguiendo nuevamente a Dussel se puede afirmar que la acción política estratégica  “exige la participación de la razón práctica, que los clásicos denominaban prudencia (frónesis)”. Esto no puede ser confundido con pasividad sino más bien se refiere a la acción inteligente, ofensiva y orientadora.  A esto es lo que se conoce comúnmente como capacidad de ‘conducción política’.   

En la práctica política, lamentablemente, la mayoría de las veces sucede todo lo contrario: no se logra tener un buen equilibrio entre acción y reflexión. Los partidos, los movimientos políticos, los líderes, los gobernantes, tienden a caer en activismo político defensivo. Es común también que sean atrapados por ‘círculos de influencia’ que inciden con agendas e intereses particulares. Entran en juego también las grandes firmas consultoras o los renombrados gurús políticos que venden ideas  marketeras y prediseñadas bajo el rótulo de ‘estrategias’ que la mayoría de las veces no se aplican para las realidades nacionales.

Frente al instrumentalismo resulta fundamental una lectura crítica y compleja de la realidad. Frente a la  tecnificación es necesario el reconocimiento permanente de la “dimensión humana” de la política. Parafraseando a Hannah Arendt, la “misión y fin de la política es asegurar la vida en el sentido más amplio”. Allí radica la verdadera conducción política. (O)