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El Telégrafo
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Para las nuevas generaciones de adultos mayores, según una investigación realizada en españa por la fundación pilares para la autonomía, enviudar en las cercanías de la existencia no significa que la vida terminó; por el contrario, se busca seguir siendo

Seguir la vida en la vejez sin los seres queridos

En los hombres viudos es muy importante que retomen los vínculos sociales para enfrentar y aceptar de mejor forma su nueva etapa de vida, sin la pareja. Foto: John Guevara / El Telégrafo
En los hombres viudos es muy importante que retomen los vínculos sociales para enfrentar y aceptar de mejor forma su nueva etapa de vida, sin la pareja. Foto: John Guevara / El Telégrafo
31 de octubre de 2015 - 00:00 - Kléver Paredes B.

A la juventud se la caracteriza por una época de logros, mientras a la vejez de pérdidas, en todos los sentidos: economía, salud, trabajo, participación social, roles protagónicos. Pese a ser parte de todas las edades, una de las pérdidas que más afectan a las personas de mayor edad es la muerte de sus seres cercanos, familiares o amigos.

Perder a un par en la vejez significa dolor, pero también tener presente la proximidad de la finitud de la vida, aspecto que no se siente en edades tempranas. De ahí que en buena parte de las personas adultas mayores es común que al tener en sus manos un periódico les llame la atención mirar primero la sección de partes mortuorios, para saber quién de su época dejó de existir. Un compañero de estudios, del trabajo, del vecindario, incluso los políticos reconocidos de su generación.

La muerte característica del proceso de envejecimiento comprende la elaboración de diferentes duelos. La forma en que cada individuo afronta estas crisis depende del desarrollo de la personalidad previa. También influye su situación vital, social y cultural.

En la vejez el aumento de fallecimientos entre amistades y familiares puede provocar sentimientos de desarraigo: es más difícil establecer lazos sociales y encontrar nuevas amistades. La muerte de personas cercanas y de la misma generación puede despertar la conciencia de la propia muerte y generar ansiedad existencial.

Si la elaboración de los duelos no es la adecuada pueden aparecer trastornos afectivos y de relación con los demás. Tras la muerte de una persona amada, la reacción inmediata de los que sobreviven es, a menudo, de confusión, incredulidad. No se siente la pérdida, se suspende temporalmente la realidad y el sentido de las cosas.

Esta reacción inicial da paso a una gran tristeza cuando la aceptación de la pérdida penetra en ellos; puede ser seguida de un intento de dar significado a la muerte y de la sensación de que la persona fallecida está todavía ahí.

Al cabo de un año de la pérdida, el superviviente puede ser más activo socialmente, al experimentar una sensación de fortaleza al haber sobrevivido, explica Hugo Valderrama, médico argentino, geriatra y gerontólogo. “El superviviente tiene que reconstruir y recuperar su confianza en un mundo donde puede suceder cualquier cosa. Recuperar la confianza en sí mismo y darle un nuevo sentido a la realidad y a la vida. Manejar la interacción social ahora que ha perdido al ser quizá más importante de su vida y aprender a abordar únicamente problemas prácticos”.

Cuando fallece uno de los cónyuges en matrimonios mayores de larga duración existe más dificultad de reajuste porque suelen ser muy dependientes de la pareja.

Se estima que la viudez es experimentada por el 75% de las mujeres, la mitad de ellas se quedan viudas antes de los 56 años. Esta condición afecta a las personas de forma diferente en función de la personalidad, las circunstancias de la vida y la calidad de su relación matrimonial. Conocer las diferentes fases del duelo permite ayudar a las personas si se identifican patrones anormales de reacción.

Las tareas en la adaptación a la pérdida suponen, entre otras: reconocer y aceptar la realidad de la pérdida; emanciparse emocionalmente de las uniones de apego con el difunto; enfrentarse con la desorganización y adaptarse a un entorno sin el difunto; y, reinvertir en una relación tan significativa como la que se ha perdido.

Valderrama puntualiza que la respuesta al duelo en el anciano presenta a menudo menor emoción pero más síntomas físicos, mayor tendencia a idealizar la pérdida, mayor grado de hostilidad, mayor tendencia al aislacionismo social y más tiempo en las tareas del duelo.

“La mayoría se recupera del duelo sin asistencia de un profesional. El especialista que participa debe ser empático al dolor, entender y apoyar el llanto, enojo, silencio. Sin embargo, de ser necesario, el profesional, debe aprender a manejarse con la agresividad, mostrar control y no retirarse en situaciones difíciles”, manifiesta el geriatra-gerontólogo argentino. Es importante comprender que en todas las edades, los seres humanos sentimos emociones.

La emoción es un término que se refiere a la reacción subjetiva de una persona hacia el ambiente. El individuo la experimenta como agradable o desagradable. Las emociones y sentimientos en la tercera edad (alegría, amor, deseos de vivir, ira, tristeza) se reestructuran y, en general, ocurre que algunos rasgos afectivos se atenúan, otros se acentúan y aparecen nuevos matices. Es importante aclarar que esto depende de cada persona.

“Lo que sucede es que el adulto mayor siente de otro modo, ya no están las tormentas emocionales de la adolescencia y las preocupaciones de la vida laboral. La experiencia de la vida y la cercanía de la muerte posibilitan que la persona mayor en su vejez pueda tomar su vida con más calma y conectarse con sentimientos superiores”, dice Hugo Valderrama.

No hay estudios en Ecuador sobre el duelo por la muerte de la pareja, en personas mayores. Experiencias de este tipo en otros países manifiestan que existe una variabilidad muy importante en la forma de vivir el duelo entre las distintas personas viudas.

No hay tampoco un modelo uniforme. Algunos adultos mayores manejan las situaciones estresantes muy adecuadamente, experimentando crecimiento personal y aprendiendo nuevas habilidades y también otras personas que se sintieron muy abrumadas por su pérdida y tuvieron grandes dificultades en gestionar sus vidas durante años.

La variabilidad -además- aparece dentro del propio proceso de duelo de cada anciano. Algunos experimentan una gama muy amplia de sentimientos y de conductas. Por ejemplo, sienten rabia, culpa y soledad y experimentan, al mismo tiempo, la experiencia de crecimiento personal y la satisfacción en cómo lo estaban manejando.

También aparecen los déficits en habilidades para abordar de forma efectiva los problemas de la vida diaria. Para los varones, problemas en cocinar, limpiar la casa, ir al mercado, arregalr su vestuario… Para las mujeres, problemas en reparar cosas de la vivienda, manejar asuntos legales y financieros, etc. Se estima que entre el 70 y 75% de adultos mayores estas deficiencias hacen que su afrontamiento de duelo sea más difícil.

Sin embargo, con las nuevas generaciones de adultos mayores, la muerte tiene otro significado (punto de vista), que marca una nueva perspetiva de la vida.

Hace poco la Fundación Pilares para la Autonomía Personal publicó una investigación llamada “Envejecer sin ser viejos”, que tuvo como objeto de estudio las personas entre 59 años y cerca de los 70.

Frente al final de la vida, las nuevas generaciones de adultos mayores manifiestan que “ya no proyectan sobre el futuro la contrucción de su ser porque les resulta incierto, en cuanto a que la salud ya no ofrece las garantías del pasado y, de forma principal, porque ya no necesitan seguir buscándose en él. Viven más en el presente continuo: sus proyectos ya no se ven revestidos de una pragmática que los dote de un sentido trascendente, ahora el camino importa más que el destino”.

Para estas nuevas generaciones la vejez no es una etapa de retiro, así como tampoco la viudez representa dejar de seguir viviendo y siendo parte de este mundo. (I)

Datos

• El duelo es una respuesta emocional a la pérdida de un ser querido, que tiene una profunda significación en la experiencia vital de las personas, en general y, particularmente, en los mayores.

• Existen estrategias para poder aliviar y acompañar esa experiencia de sufrimiento.

• Las personas mayores suelen tener capacidad para sobrellevarlo, pero en determinadas ocasiones, sobre todo cuando se complica, necesitarán ayuda profesionalizada.

• Una adecuada resolución del proceso de duelo pasa por la aceptación emocional de la realidad de la pérdida, por la capacidad y posibilidad de expresar las emociones que acompañan, por la adaptación práctica y relacional a un mundo en el que el otro ya no está.

Perpetuar la existencia

Entre los cementerios y las cenizas

Los ritos que acompañan al duelo (funerales) tienen un claro valor antropológico. Ayudan al doliente a aceptar la realidad de la pérdida y a que los miembros de la comunidad puedan expresar tanto su sentir como su apoyo.

Actualmente cada vez es más habitual que no haya propiamente entierro, sino incineración y la posterior expansión de las cenizas en algún lugar. Todas las culturas suelen tener un tiempo y un lugar para los muertos.

En la cultura occidental, de tradición judeocristiana, contamos con el Día de los Difuntos (2 de noviembre) y con la presencia de cementerios. Estas costumbres ayudan, por un lado, a restringir los ámbitos de expresión -personal y social- del dolor a medio plazo, reservando los otros tiempos y lugares para espacios de vida y no de muerte; por otro lado, permiten a las personas en duelo saber que no hay olvido, convirtiéndose en facilitadores de recuerdo.

Parece prudente que se tenga en cuenta el deseo del doliente -en el caso de que haya incineración del fallecido- para decidir qué hacer con las cenizas, estando recomendado que no se mantengan en el domicilio del mismo. Los hogares han de tender a ser espacios de vida, que no de muerte. La conversión de los hogares en “casas santuario” puede dificultar el proceso de duelo. No obstante, como siempre, habrá que hacer una consideración individualizada de cada caso.

La persona que quiera acompañar estos procesos debería haberse preguntado a fondo por su propia muerte. Al menos, para no poner en los demás aquello que forma parte de nuestras angustias y nuestros propios duelos ante la experiencia personal de pérdidas.

La muerte del otro suele ser la expresión máxima de la experiencia de pérdidas por las que atraviesa todo ser humano. Puede ser útil repasar qué estrategias se han utilizado durante la historia biográfica de cada persona para superar las distintas pérdidas que nos presenta la vida.

En esa misma línea, la reflexión puede estar guiada por la dimensión temporal. Hay pérdidas que tienen que ver con lo pasado (lo que tuve y dejo de tener), con el presente (lo que tengo y voy a perder) y con el futuro (lo que deseé tener y tengo que renunciar a conseguir).

El término “despedida”, despedirse de alguien fallecido, puede ser muy amenazante para la persona en duelo. No se trata realmente de “decir adiós” a una persona a la que se ha amado, sino de despedirse de un tipo de relación, de vínculo que ya no se puede sostener. (O)

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