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Por lo general los varones no se hacen cargo de los cuidados. Esta tarea recae en las mujeres que dejan incluso su vida laboral

¿Podemos cuidar a nuestros padres?

El cuidado es una tarea para la cual no están preparadas las familias, más cuando la dependencia es total. Foto: Roberto Chávez / El Telégrafo
El cuidado es una tarea para la cual no están preparadas las familias, más cuando la dependencia es total. Foto: Roberto Chávez / El Telégrafo
19 de diciembre de 2015 - 00:00 - Andrés Suárez

Así como nadie nace sabiendo ser padre y solo la vida enseña a las personas a serlo, con sus virtudes y sus defectos, nadie está preparado para saber qué hacer cuando nuestros propios padres comienzan a deteriorarse, física y/o mentalmente, y requieren cuidados especiales porque no son completamente independientes en sus actividades de la vida diaria.

Incluso la situación va más allá si esa dependencia no puede ser cubierta por alguna persona capacitada para el cuidado de adultos mayores en su propio hogar y, por este motivo, debe surgir la determinación en el seno familiar de llevar a alguno de ellos o a ambos a una institución de salud para adultos mayores.

Sentimientos de culpa, peleas entre hermanos y conflictos económicos son algunas de las circunstancias que se viven en esas familias al momento de tomar la decisión. Por este motivo es conveniente estar bien asesorados cuando este tipo de decisiones sean inminentes, para estar seguros de que sea la manera en que nuestros padres continuarán sus días con calidad de vida, bien atendidos y cuidados, con el mismo bienestar como el que nos brindaron a nosotros de niños.

En relación a estas situaciones familiares que generalmente quedan en manos de lo que se denomina -en el área gerontológica-, “son las parejas de entre 45 y 60 años que están aguantando de todos lados: dando lo mejor a los padres (quienes comienzan a quebrarse, de alguna manera, y demandar servicios) y a los hijos (generalmente en la universidad o tratando de colocarse laboralmente).

En relación a los padres, al principio está todo bien, pero después aparecen situaciones que generan turbulencias familiares por la toma de decisiones: qué se hace cuando el anciano comienza a andar mal. No hay bolsillo ni personalidad previa que aguante semejante situación y ni qué hablar si hacen demencias. Mientras tanto, uno tiene que rendir a nivel laboral y de pareja”, menciona Hugo Valderrama, especialista en Geriatría y Gerontología.

“Frente a la no preparación de la familia y la falta de preocupación por parte del Estado en relación a este tema, la gente se encuentra con que un día se despierta y ve que tiene a su papá o mamá con problemas. Esto generalmente comienza a hablarse en la familia. Naturalmente, el primer cuidador siempre es el cónyuge, el anciano. Pero luego los hijos comienzan a verlo como cargado por la situación y no saben hasta cuándo un anciano puede cuidar a otro anciano porque comienza a tener problemas de salud”.

Valderrama considera que luego aparece la necesidad de dar servicios y aparece el segundo modelo de cuidador, generalmente una mujer, una hija, soltera, separada o única hija mujer que se hace cargo. Los varones, en general, son muy hábiles para esquivar la situación, ponen el dinero que se requiera pero no se hacen cargo “con el cuerpo de su familiar”. Pero la situación continúa cambiando y empeorando la relación entre los miembros de la familia si esa dependencia inicial avanza. En este sentido, Valderrama plantea que “mientras la dependencia sea inicial, la familia la acepta. Socialmente muestran a ese abuelo que usa bastón, hasta con orgullo; pero si se levanta y en el pantalón se le ve una mancha de orina, se empieza a sentir vergüenza de él. El anciano se convierte en una carga familiar. Cuando esto ocurre, la gente piensa en la necesidad de turnarse entre varios hermanos para cuidarlo. Generalmente, el que más plata tiene ayuda a pagar a un cuidador de ancianos; en otros casos, si los familiares viven cerca, el anciano vive un mes en la casa de cada hijo. Esto es lo peor que se puede hacer porque se lo moviliza y produce cuadros confusionales”.

En este punto, el profesional advierte que “la gente busca soluciones, pero nadie tiene una solución definitiva sino que va haciendo lo que le parece mejor, con total desconocimiento de la realidad desde el punto de vista gerontológico. Lo hacen hasta que se dan cuenta de que no sirve y se busca ayuda externa: lo que denominan ‘una señora de confianza’. Pero para atender las necesidades de un anciano dependiente no alcanza que sea una señora de confianza sino que tiene que estar capacitada, debe saber las técnicas del cuidado de estas personas. Ahí ya empiezan los primeros prejuicios en la cascada de culpas”.

El profesional en Gerontología insiste en plantear que “a los hijos les cuesta mucho aceptar que están frente al paso del tiempo de sus padres y a una patología que requiere a alguien. no es tu mamá o tu papá de siempre si no es deteriorado, desgastado o enfermo. Las personas de esta edad no aceptan los cuidadores y eso es una señal de que no están muy lúcidas. El deterioro mismo produce demandas y llaman a los hijos por cualquier cosa y cuestionan el rol de la cuidadora. La familia empieza a percibir que la ayuda que le da no le sirve y ven el deterioro progresivo: que su familiar no está limpio como debería, que tiene mal aliento, entre otras cuestiones”.

Como alternativa -continua- encuentran los centros de día a donde van los ancianos por unas horas. Pero es muy difícil porque solo se pueden rehabilitar algunas actividades cotidianas, pero no cambiarlos. Seguramente se logrará un beneficio, pero este no es vivenciado en general, justificable en relación al esfuerzo que significa trasladar al anciano para llevarlo a ese centro de rehabilitación.

Y agrega: “Desde la Geriatría decimos que este tipo de modelo prestacional (un cuidador o estos modelos de estimulación) es muy positivo en el inicio, entre la dependencia aceptada y la avanzada, donde se logran efectos de sociabilización interesantes (se relacionan con pares, aquí es donde funcionan muy bien los centros de jubilados). Pero estamos hablando de una dependencia manejable, no grave, pero el problema pasa cuando se intenta hacer algo cuando la dependencia es avanzada o severa. La gente equivoca los tiempos, por desconocimiento o analfabetismo gerontológico.

Dependencia avanzada impone nuevas acciones de la familia

La situación de nuestro familiar cambia cuando su dependencia avanza y esto genera gran carga en la familia. En este sentido, Hugo Valderrama asegura que “en este momento, las soluciones anteriores dejan de serlo”.

La dependencia avanzada produce estrés en el cuidador, sobre todo si es un familiar, que termina en su saturación. Comienza a nacer en él la culpa porque todo el esfuerzo que hizo no termina de revertir el proceso. Hay algunas explicaciones psicológicas de por qué se produce la culpa: una dice que cuando uno visualiza a su padre o madre como la imagen de su propia vejez produce rechazo; a nadie le gusta verse viejo. Ese rechazo se enfrenta pero produce la culpa porque se rechaza su propia imagen, extrapolando la situación.

Otra de las cosas que produce culpa -plantea el profesional en Gerontología- es el juicio social: si uno deja de cuidar al familiar y lo lleva al geriátrico se preguntan qué va a decir la gente que lo conoce, qué van a pensar de uno que lo abandona. El detonante es la ambivalencia afectiva: uno quiere a esa persona pero también preferiría que estuviera muerta.

Cuando se siente esto, la culpa es peor. Si no busca ayuda en los equipos adecuados no podrá resolver el tema. Asimismo, advierte que cuando la gente decide llevar a su familiar al geriátrico algo ocurre que empeora la situación y hay un corte. Se plantean: Hasta acá llegué y no soporto más; no me alcanza con los médicos y la ayuda que le doy. La enfermedad ya está en la familia y la mayoría de los colegas no sabe cómo manejar este tema. Por eso, el anciano no debe ser visualizado desde el concepto de la antinomia salud-enfermedad. Se debe manejar el concepto gerontológico de fragilidad o vulnerabilidad.

Valderrama agrega claramente: “El médico tratante debería alertar a la familia sobre la situación que está viviendo el adulto mayor y plantear que -según el caso- desde el punto de vista de lo físico puede estar bien, simplemente envejecido, pero teniendo en cuenta que tiene más de 85 años, que vive solo, que el dinero que tiene no le alcanza para nutrirse, que maneja mal el concepto de sed (no toma agua), está vulnerable y por eso se debe hacer algo”.

“La dependencia avanzada produce estrés en el cuidador -sobre todo si es un familiar-, que termina en su saturación. Comienza, entonces, a nacer en esa persona la culpa porque todo el esfuerzo que hizo no termina de revertir el proceso”. (I)

Cuidados avanzados

La dependencia para la familia es vista como carga

“Cuando la dependencia del adulto mayor recién comienza, es aceptada: el cuidador familiar es muy importante que intervenga o, eventualmente, se debe optar por el cuidador ‘señora de confianza’ para atenderlo, llevarlo a pasear, ayudarlo a moverse, bañarse o cocinar. Este es el momento en donde es importante la estimulación y sería óptimo que se trabaje en un centro de día, como modelo psicosocial”, plantea el gerontólogo Hugo Valderrama.

“Cuando la dependencia avanza, la familia visualiza todo como carga: hay que bañarlo, vino orinado, todo es molestia. En este momento, las soluciones anteriores dejan de serlo. Esta dependencia avanzada produce el estrés del cuidador, sobre todo cuando es un familiar. Si es profesional (externo, capacitado) se puede estresar pero de manera diferente porque no está ligado por un sentimiento. Debe mantener una relación de distancia con el paciente para que éste no intente negociar con él la toma o no de un medicamento, alguna comida que le gusta o no, bañarse o no”, concluye.

“Cuando una persona ingresó a su familiar al geriátrico siente que le vendió el alma a satanás y en realidad no es así”, asegura Hugo Valderrama. Y aclara que “la culpa se lleva permanentemente porque no se termina de entender cuándo ese padre o madre dejó de serlo y se convirtió en un anciano. Creen que con amor se resuelve el problema y quieren cuidarlo en la casa a pesar de que tenga arterioesclerosis, demencia, diabetes, hipertensión, entre otras patologías”.

En este sentido, informa que “cerca del 97% de los ancianos en Argentina está en sus domicilios. Esto significa que todo lo que envejece no tiene que ir a un geriátrico. La incorporación de una persona a estas instituciones debe ser muy pactada y analizada profesionalmente. Si la entidad es buena y cumple con sus expectativas, la persona termina sintiéndose protegida y el anciano estará bien”.

Por último, recuerda que “un geriátrico debe tener personal capacitado para prestar servicios para mejorar la calidad de vida de las personas para vivir dignamente los últimos días de sus vidas. Pero desde el Ministerio de Salud -que tiene a su cargo su habilitación y monitorear su funcionamiento- solo controlan lo estructural de los establecimientos y la plantilla de profesionales, pero no los currículums”.

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