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En Ecuador, el MIES tiene una norma técnica que determina los profesionales y modalidades de estos espacios

Los geriátricos: ¿Cuándo, cómo y por qué?

En los asilos o albergues que son financiados por el Estado se da cabida a los adultos mayores en situación de pobreza y abandono familiar; para ellos estas instituciones se convierten en su único hogar. Foto: John Guevara / El Telégrafo
En los asilos o albergues que son financiados por el Estado se da cabida a los adultos mayores en situación de pobreza y abandono familiar; para ellos estas instituciones se convierten en su único hogar. Foto: John Guevara / El Telégrafo
11 de abril de 2015 - 00:00 - Palabra Mayor. Ricardo Iacub / Kléver Paredes

No resulta fácil tener una opinión objetiva respecto de los geriátricos, ya que por un lado se los critica muy fuertemente y por el otro se los usa sin cuestionarlos. Nuestra sociedad no ha podido elaborar seriamente qué queremos de estas instituciones, es decir, determinar con mayor claridad cuál sería su función social, si la tuviese.

Ustedes saben que los geriátricos, hoy mejor llamados residencias para adultos mayores, nacieron como asilos de mendigos, y hacia fines del siglo XIX fueron transformándose en espacios para personas mayores abandonadas.

Esta historia asilar, es decir de depósito y encierro, sigue en vigencia lamentablemente en muchas de estas residencias. A diferencia de las nuevas perspectivas que consideran que estas instituciones deberían responder a criterios de libertad, desarrollo individual, calidad de vida y cuidado de las problemáticas específicas del residente.

¿Son necesarias estas instituciones? La cantidad de personas mayores ha ido incrementándose en el último siglo y, a diferencia de otras generaciones, la cantidad de hijos se redujo; así también la familia tiende a vivir más concentradamente en lo que se llama la familia nuclear (padres e hijos), no como antes, cuando convivían varias generaciones. Los cambios también son parte de una nueva forma de funcionamiento de la familia, como la mayor inclusión de la mujer en lo laboral y otro tipo de modificación en los lazos entre las generaciones. Todas estas variaciones hicieron que el cuidado de los mayores haya sido en buena medida delegado en instituciones específicas, entre ellas el geriátrico.

Entonces, el tema que me planteo es el siguiente: ¿El problema está en el geriátrico o en el modo en que esta institución debería cumplir con una función social más clara y delimitada?

Una serie de preguntas vienen a mi mente: ¿Toda persona mayor la necesita?, ¿cuándo hace falta?, ¿toda internación debería ser para siempre?, y en última instancia ¿cómo debería funcionar entonces una Residencia para Adultos Mayores? Vayamos respondiendo:

a) No toda persona mayor lo necesita, de hecho solo el 2% de los adultos mayores en Argentina vive en este tipo de residencias.

b) En algunos casos resulta útil cuando la situación de vida, ya sea por enfermedad o por carencias de diverso tipo, lleva a que vivir en la propia casa resulte peligroso y no se cuente con ayudas externas.

c) Sí es posible que una persona se aloje en una residencia después de una operación o ante un proceso de enfermedad agudo, y que una vez que no lo requiera más vuelva a su casa. Esto es factible aunque en muchas personas existe el temor de que no tenga vuelta atrás.

¿Qué deberíamos esperar entonces de una residencia para personas adultas mayores?

Vuelvo a retomar los principios antes citados: respeto por la libertad, desarrollo individual y cuidado por las problemáticas específicas.

Sabemos que en principio alojarse en una residencia no supone enfermedad, por lo tanto debemos hablar de residentes y no de pacientes. Cada residente debe tener derecho a disponer de su vida, salir y entrar, recibir visitas, mantener una comunicación abierta por teléfono, carta o correo electrónico, etc. O poder tener la capacidad de reclamar ante autoridades si en la residencia hubiese problemas que molesten al usuario.

Es lógico comprender que algunas cuestiones relativas a las elecciones personales no son posibles, ya que vivir en una institución implica aceptar ciertas decisiones colectivas, a las que habrá que adecuarse; pero no si estas invalidan los derechos elementales de una persona adulta mayor.

Una residencia debe ser un espacio que dé lugar al desarrollo individual, por ello el que haya profesionales, no solo de la salud sino también otros que permitan la recreación y el crecimiento, puede ser altamente beneficioso.

Por último creo que debemos tener en cuenta que una residencia no puede atender o cuidar problemáticas tan distintas, desde aquellos que están alojados por sentirse solos o por requerir ciertas ayudas básicas hasta la problemática de las demencias. Es decir, debemos tratar de que una residencia se adecue a las necesidades de las diversas formas de envejecer para que sean estimulantes y no depresivas.

Creo que esto es posible y tenemos buenos ejemplos en Argentina. Pero considero necesario que la persona mayor pueda decidir y saber elegir, lo cual implica defender sus derechos. Pero también es necesario que nuestras leyes controlen más y mejor lo que allí sucede. Una buena residencia para adultos mayores puede ser útil socialmente en la medida en que sepamos como sociedad lo que queremos y controlemos todos juntos el modo de vivir que allí se da, sin esperar que un incendio, una catástrofe o una denuncia nos hagan mirar lo que allí ocurre.

¿Quién cuida al adulto mayor?

En Ecuador esta interrogante permite entender por qué varias personas mayores llegan a los asilos con o sin referente familiar.

Existen casos de adultos, sobre todo que han enviudado, que a pesar de tener hijos ninguno de ellos asume la tarea de cuidado y optan por el internamiento en un asilo, con el justificativo que carecen de tiempo por sus trabajos.

La diferencia entre paciente y residente no es muy clara en nuestro país. Existen adultos mayores que son asilados porque padecen determinada enfermedad física o mental y la familia se siente impotente de responder adecuadamente.

El Ministerio de Inclusión Económica y Social (MIES) tiene una norma técnica que debe ser cumplida por las instituciones que trabajan con adultos mayores en sus diferentes modalidades (residencia o diurna).

Por cada número de internos se obliga a tener un profesional en trabajo social, psicología, rehabilitación, entre otros. Entonces, se supone, que con este personal el adulto estará mejor cuidado.

Cuando se habla de desarrollo individual y derechos, sobre todo en este último aspecto, se cumple o no al internar a un adulto mayor en un asilo. Si es en contra de su voluntad estamos frente a un caso de privación de su libertad y ausencia de la corresponsabilidad que debe tener la familia con el adulto mayor.

En comparación a Argentina, predomina todavía en Ecuador un enfoque desde la salud del adulto por sobre las diferentes formas de envejecer y vivir la vejez con plenitud  y derechos. (I)

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