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Ecuador, 28 de Marzo de 2024
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El Telégrafo
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En el siglo XXI nuevamente se ubica en el lugar de lo monstruoso a la tercera edad, como sinónimo de deformación de aquello que no debe ser visto

Los abuelos viven en un mundo fracturado

Las personas adultas mayores, al igual que de otras edades, son sujetos alrededor de los cuales se ha construido identidades y creencias relacionadas, incluso, a las fantasías personales, la memoria colectiva, los aparatos de poder y las revelaciones religiosas.
Las personas adultas mayores, al igual que de otras edades, son sujetos alrededor de los cuales se ha construido identidades y creencias relacionadas, incluso, a las fantasías personales, la memoria colectiva, los aparatos de poder y las revelaciones religiosas.
Foto: Fernando Machado / El Telégrafo
19 de marzo de 2016 - 00:00 - Palabra Mayor / gerontología.org

Según la OMS (Organización Mundial de la Salud), el continente americano es una de las regiones del mundo más envejecidas. En 2006, había 50 millones de adultos mayores, cifra que se estima duplicará para 2025, y volverá a hacerlo para 2050, cuando una de cada 4 personas tendrá más de 60 años (en el mundo, serán 1 de cada 5).

En medio de esta perspectiva hay una crisis del lazo social que se entromete en la cultura, la sociedad y en la vida cotidiana de todos los sectores sociales, generando varias formas de desencanto y padecimiento.

La falta de certezas que impuso el relato neoliberal no implica solo una mirada al futuro, sino al presente y al sentido del pasado. Hoy prevalece la visión del presente como una especie de lugar único en el cual se puede habitar.

En los adultos mayores la fragmentación social construye nuevas formas de complejidad, en la manifestación de problemas sociales que se presentan como representaciones de la cuestión social actual.

“La imagen de un cuerpo que envejece, en un mundo que sobrevalora la juventud y la lozanía, la conciencia de que ese cuerpo ya no responde como antes a los requerimientos o las necesidades de movilidad o fuerza… la pérdida de estatus o ingresos que acompañan al retiro laboral…”, dan cuenta de una serie de cuestiones que desde los escenarios actuales de intervención social construyen más formas de interpelación a las prácticas.

El desencanto, desazón, aislamiento, forman parte de una serie de circunstancias que dan cuenta de impactos objetivos y subjetivos que van de la mano de una sociedad en la que todo lo que envejece debe ser desechado. Estas cuestiones, si bien marcan interrogantes hacia el futuro, también invitan a pensar la necesidad de reflexión tanto del presente como del pasado.

Una vía de entrada a estas cuestiones es posible a partir de la reflexión y el análisis acerca de la serie de sentidos que fueron construyendo la historia de vida de un adulto mayor desde un presente que se construye en un mundo transformado por la zozobra y el estupor signado por la inmediatez y la velocidad.

Dentro de la lógica de mercado, el ‘otro’ en tanto objeto de consumo, cuando envejece irremediablemente comienza a ser desahuciado, abandonado, desechado de diferentes maneras.

Esa forma particular del abandono recorta los intercambios, las reciprocidades, la sociabilidad y especialmente el sentido de pertenencia. De este modo, los lazos sociales comienzan a tener nuevas conformaciones y sentidos signados por el temor a seguir descendiendo hacia los oscuros terrenos habitados por los fantasmas de la ausencia, la percepción de la exclusión social y la sensación de inutilidad.

Desde sí mismo, ese ‘otro’, ahora desvalorizado día a día, puede asumir naturalmente ese mandato societario expresando su propia exclusión a partir de ir recortando su propia historia, construyendo un proceso de desmemoria que va más allá de las especulaciones neurológicas que aparecen como una profecía perversa y autocumplida.

Esas subjetividades también fragmentadas en cada parte de ellas, se van mutilando, recortando, cercenando y resignando; haciendo que se deje de lado, a veces de manera vergonzante, trozos de la propia historia que pareciera que no merecen ser transmitidos.

Tal vez para que no sean detectadas por la mirada implacable de una sociedad que de distintas maneras va construyendo barreras invisibles, recortando circulaciones, perspectivas, afectos y fundamentalmente sentido a todo aquello que no cumpla con la lógica de las leyes del mercado.

La vejez implica en muchos casos la sensación de estar cada vez más lejos de los otros, desde una forma de exclusión que se suma y trasciende lo económico y social.

En estos escenarios, los viejos que pueden, se disfrazan de jóvenes a través de múltiples procedimientos y desde esa mutación comprada, adquirida, en un mercado preparado especialmente para ello. Se construye una especie de máscara con la intención de no ser detectado, pasar inadvertido desde la imagen y a veces también desde la palabra. Así, esos espacios sociales, en tanto artificiales, son lugares en los que terminan comprando -quienes tienen el poder para hacerlo- lo efímero con la promesa de lo eterno.

En el siglo XXI, la enfermedad recupera las metáforas de los siglos XIX y XX. Junto con ellas se construye una nueva medicalización de la vejez, tanto desde la promesa de la juventud eterna como del ingreso a complejos laberintos farmacológicos que intentan entenderla como una enfermedad crónica.

El siglo XXI también ubica en el lugar de lo monstruoso a la vejez, como sinónimo de deformación de aquello que no debe ser visto u ocultado. “El adulto mayor es un sujeto alrededor del cual social e históricamente se han construido identidades imágenes, ideas, creencias sobre el sentido de su existencia y papeles sociales que éste cumple y el cuidado y tipos de cuidado que esta persona puede obtener. Todas las identidades son construidas y en la construcción de estas identidades se utilizan materiales de la historia, la geografía, las instituciones productivas y reproductivas, la memoria colectiva y las fantasías personales, los aparatos de poder y las revelaciones religiosas”.

El valor de la palabra, la historia, la memoria, se difuminan en regiones cada vez más complejas en las que muchas veces se pierden. Esto sucede porque básicamente no tienen valor de recambio ni peso en un mercado donde lo efímero y lo bello solo está signado por el hedonismo, la posesión de valor negociable en tramas sociales preconcebidas y artificiales en las que no importan las ideas, tal como predomina en los sistemas de valor.

Así, el terrorismo de mercado no permite, impide y bloquea toda posibilidad de expresión de aquello que no sea negociable en términos de la lógica del costo-beneficio.

La vejez ingresa rápidamente en ese laberinto construido desde miradas, obstáculos y expresión de imposibilidades. Se aproxima a lo ‘incomunicable’ ante la pérdida de valor de las palabras y de la historia vivida en escenarios donde lo nuevo trasciende la rapidez de la información de los canales de noticias y se presenta como inexorablemente adelantado e inaccesible.

En la vejez, la mirada, la evocación, la perspectiva y el cuerpo se transforman en nuevas formas de narración. La historia de vida se inscribe en los cuerpos y dialoga con el lazo social.

La vejez se va instalando de manera lenta, paulatina y va dejando una serie de inscripciones que se visibilizan de pronto, sin previo aviso, especialmente desde la mirada de los otros que construyen una serie de marcas imprevistas.

Pero esas señales del paso del tiempo que van tomando forma en los cuerpos, no solo avisan que la muerte se aproxima, sino que dan cuenta de algo tal vez peor, la inquietud que produce la idea de transformarse en una ‘cosa’ viva pero desechable.

La vejez se va construyendo a través de impensadas formas de padecimiento subjetivo constituido a través de certezas no muy claras, junto con los temores y la angustia que produce lo desconocido.

*Colaboración de Revista Margen: Alfredo Juan Manuel Carballeda

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Desde la intervención social

Deconstruir los lugares asignados a los viejos

La intervención social en los escenarios actuales se encuentra con una nueva serie de interrogantes en la búsqueda de la integración de aquello que la crisis fragmentó. En los territorios de la vejez esta tarea se muestra con algunos elementos singulares y se aproxima claramente a la noción de Derecho Social.

La intervención en clave de integración de la sociedad implica la propuesta de otro orden discursivo, nuevas gramáticas y relatos que nominen y construyan más y nuevas formas de encuentro e interrelación.

En los diálogos entre lo contextual, lo territorial y lo microsocial que la intervención facilita, se hace posible recuperar gramáticas perdidas, resignificarlas, recuperando la palabra, estableciendo otros órdenes discursivos. En ellos, la presencia de lo colectivo, lo histórico y lo propio en términos de identidades compartidas se presenta como un camino posible y necesario. La intervención se hace viable, especialmente desde una búsqueda que integre presente y futuro y no se transforme en una mirada nostálgica del pasado.

Retomando los aportes de Delia Sánchez Delgado y Robert Castels es posible plantear algunas cuestiones relacionadas con la intervención social. Por un lado, la construcción de identidad tiene un claro correlato con la cultura, los fenómenos económicos sociales, lo contextual con expresiones a nivel microsocial.

Desde esta perspectiva, la identidad se transforma en un eje estratégico de intervención social, desde donde es posible pensar una serie de dispositivos instrumentales que la trabajen en la singularidad de lo territorial, teniendo en cuenta que esas identidades son construidas y deconstruidas en diferentes climas de época y contextos que pueden ser transformados desde la práctica. Por ejemplo, el reciente desarrollo de los trabajos del grupo ‘Cine en Movimiento’.

Desde esas prácticas es posible deconstruir imaginarios, papeles asignados y especialmente el ‘lugar’ de los viejos en nuestra sociedad. De este modo, las identidades, imágenes, idas y creencias que llevan a una situación de búsquedas de un equilibrio biomédico, pueden ser transformadas en un movimiento que conflictivamente construye otro lugar, similar o diferente al asignado, pero especialmente desde la perspectiva de cada uno de ellos, en los que la cultura es un nuevo anclaje que discute con el consultorio médico y la certificación de la imposibilidad. Estas contingencias que se expresan claramente en el espacio de la intervención social dan cuenta de nuevas perspectivas que facilitan reconstruir identidades desde la Otredad, desde una configuración situada en lo territorial. (O)

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Políticas sociales

El adulto mayor es visto solo desde el presente

Desde lo social, aquello se hace singular en el encuentro y articulación de una nueva forma de aproximación a la comprensión y explicación de las necesidades y problemas, la reconfiguración de la sociabilidad y una nueva y compleja relación con sistemas de protección social que transforman al adulto mayor en un nuevo sujeto inesperado.

El encuentro entre lo macrosocial y lo singular se transforma en un espacio de construcción de subjetividades sufrientes en las que sobresale lo contextual como común denominador en la constitución causal de estas. Así, el padecimiento subjetivo ligado a la vejez puede ser leído como un proceso histórico social que dialoga con el contexto y el clima de época. También desde la vejez se van elaborando nuevas demandas institucionales, territoriales y familiares.

La noción de padecimiento subjetivo mirada desde lo social implica el reconocimiento de pérdidas materiales y simbólicas, como así también una serie de dificultades para elaborarlas y proyectar la llegada a nuevas formas de relación con los otros. Modalidades no explicitadas, poco escritas, borradas de las pautas culturales tal vez por el mandato de la lógica neoliberal que obliga a mirar solo el presente, pero también a borrar de forma violenta el pasado y, como consecuencia, la relación entre el sujeto, los otros, lo sagrado, la naturaleza y consigo mismo.

El azoramiento que generan las demandas dentro del territorio de la vejez tal vez pueda comprenderse desde esas ausencias. De ese modo, la sensación de desaparición de la sociedad que atraviesa a la cultura se singulariza en la vejez. Ese todo lejano, a veces añorado en cualquiera de sus formas, es reemplazado por un lazo social ortopédico, violento, que olvida en forma premeditada significaciones culturales y sentidos. Esa ausencia de la otredad se expresa en las dificultades en procesos de construcción de identidad, de ratificación de lo que se es, generando otra manera de incertidumbre. De este modo, el terrorismo de mercado se transforma en otra forma de ordenar lo social, ahora desde los temores que generan las extrañezas y las ausencias.

Las ausencias en la vejez presentan otro punto de inflexión. Como a la mayoría de los temas sociales, el discurso neoliberal impuso una mirada única, también desde lo temporal. La vejez, la niñez, los problemas sociales, son desde este relato, puro presente. Estas circunstancias metodológicas se entrecruzan con las formaciones ideológicas que construyen una nueva forma de explicación de los problemas y temas sociales. (O)

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