A partir de los orígenes de la resiliencia aparecen varias tendencias en la forma de concebirla y de promoverla. Estas van desde aquellas que consideran la existencia de factores personales resilientes compuestos de atributos individuales, características familiares y condiciones sociales y ambientales.
Otras consideran a aquellas tendencias para las cuales la resiliencia es comunitaria y puede obtenerse como un producto de la solidaridad social que se hace evidente en los esfuerzos colectivos de algunos pueblos a la hora de enfrentar situaciones de emergencia.
Este enfoque que se enraíza en la epidemiología social entiende el proceso salud-enfermedad como una situación colectiva causada por la estructura de la sociedad y por los atributos del proceso social.
Así, la resiliencia comunitaria desplaza la base epistemológica del concepto inicial, modificando el objeto de estudio, la postura del observador y la validación del fenómeno.
Desde esta perspectiva, se considera que las comunidades resilientes han contado con una especie de escudo protector, surgido de las propias condiciones y valores, lo que les permite metabolizar el evento negativo y construir sobre él los pilares fundamentales de éste.
Ángela M. Quintero, magíster en educación en Colombia, plantea que la resiliencia en el trabajo comunitario ofrece alternativas a todos los profesionales, pero todavía no es un concepto homogéneo.
La resiliencia es un cambio de paradigma: privilegia el enfoque en las fortalezas, no en el déficit o problema. Involucra a los individuos, familias, grupos comunidades e instituciones a que sean parte de la solución con el conjunto de recursos internos y externos que permitan enfrentar situaciones críticas de todo tipo.
De esta manera, se supera la noción de resiliencia individual y se conceptualiza, en especial, en América Latina sobre la resiliencia familiar o relacional, comunitaria, andina y empresarial, como un mecanismo para superar las adversidades.