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alcanzar una etapa de madurez no implica dejar de tener una vida activa

El nuevo reto de la sociedad es aprender a envejecer

El aumento de la longevidad significa para la humanidad asumir nuevos retos para que los adultos mayores tengan una participación activa, como sujetos de derechos. Foto: Fernando Sandoval | El Telégrafo
El aumento de la longevidad significa para la humanidad asumir nuevos retos para que los adultos mayores tengan una participación activa, como sujetos de derechos. Foto: Fernando Sandoval | El Telégrafo
10 de mayo de 2014 - 00:00 - Marvin Saballos, La Prensa Nicaragua

“Mirá, yo no estoy viejo, me verás pancita y arrugas, pero por dentro me siento como un joven, tengo ánimo, planes, trabajo a mi ritmo, me gusta salir, hago ejercicio. Yo no me voy arrinconar”. Me decía enfáticamente un amigo que estaba cumpliendo sesenta años.

Mi generación está llegando a la década de los sesenta años y encuentro entre la mayoría de mis contemporáneos una férrea resistencia a envejecer y a encontrar sentido en ello. A veces me parece una negación de la realidad o una fijación en el pasado; la mayoría mantiene el culto a la juventud con el que crecimos en la década de 1960, y eso puede explicar en parte la actitud de ‘soy un joven de sesenta años’.

Somos la generación que disfrutó de la Revolución de la Juventud, en la que mundialmente se instauró el culto a lo joven y un cierto menosprecio a los viejos, como cosas pasadas de moda, inservibles y fuera de contexto, que no podrían adaptarse a los grandes cambios sociales y tecnológicos que se estaban realizando y que serían el reino del futuro: de nosotros, los entonces jóvenes.

Resulta que el futuro ya llegó, y también ya nos está dejando, porque por arriba de los sesenta años -biológica, sicológica y socialmente- realmente no somos jóvenes; corremos el riesgo de quedarnos en la añoranza de un retorno imposible de la juventud, y frustrados. A menos que seamos capaces de realizar una nueva revolución: la Revolución de la Vejez.

Tienen toda la razón quienes rechazan la idea de que ser viejo es alejarse de la vida productiva, deprimirse, llevar una vida insípida y amargada, pasar lamentándose de las enfermedades y limitaciones, vivir en el pasado, desconocer los cambios del momento, ser incapaz de dialogar con los jóvenes. Ser viejo en el siglo XXI significa llevar una vida activa, acorde a la actualidad, aportar a la sociedad y a la familia desde nuestras experiencias y posibilidades, reconociendo con sabiduría las limitaciones naturales del envejecimiento y de las enfermedades que lo acompañan, disfrutando de lo que es posible.

Cuantitativamente, la revolución de los viejos ya se está realizando. En Nicaragua, como en todo el mundo, somos cada vez más las personas mayores de sesenta años, tanto en porcentajes como en números absolutos.

En el pasado, muy pocas personas llegaban a viejas y, además, con condiciones de salud que les permitieran ser autónomas y productivas, quienes lo lograban eran aquellos pocos privilegiados que gozaron de suerte y de organismos saludables y resistentes que les permitieron larga longevidad. Hoy, los desarrollos médicos y sociales permiten que millones lleguemos a edades mayores. Y eso es algo para lo que ni los individuos ni las sociedades estamos preparados. En 1950, por las fechas en que nacimos los que hoy estamos en nuestros sesenta años, la esperanza de vida en Nicaragua era de cuarenta y dos años, hoy está por los setenta y dos años, según la Cepal: ¡treinta años de ganancia de vida! Hay países en que ya anda arriba de los ochenta la edad promedio de vida.

Haber llegado tantos a tan viejos es un éxito de la humanidad, desde cualquier ángulo que se vea: económico, social, salud, tecnológico. La Revolución de la Vejez está en curso para los viejos de hoy y para los viejos del futuro cercano, que son los jóvenes actuales. Todos tenemos que enfrentarla.

El nuevo reto revolucionario a la sociedad es aprender a envejecer: cómo mantener la actividad productiva, acorde a las circunstancias de la edad avanzada; cómo lograr una buena autoestima como viejos, cómo realizar el diálogo generacional, cómo aprovechar el potencial de viejos y jóvenes actuando en sinergia, cómo garantizar los derechos propios de los viejos.

Cambiar el mundo, hacer la revolución, inicia por cambiar uno mismo: cómo envejezco en mi persona, aprovechar los potenciales que tengo, desarrollar una actitud vital que me ayude a ser feliz y mantenerme productivo, asumir con sabiduría las progresivas limitaciones y enfermedades.

Jóvenes de la revolucionaria década de 1960: el compromiso que nos corresponde en la actualidad es hacer la Revolución de la Vejez a los sesenta años.

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