Ocho días les tomó a Roberto Morales, Felipe Guarderas y Nicolás Navarrete abrir una nueva ruta en las paredes del macizo Tsaranoro, en Madagascar (África), convirtiéndose en los primeros ecuatorianos en cumplir tal proeza.

Este objetivo es el séptimo que Morales y Guarderas cumplieron dentro de su proyecto ‘7 continentes, 14 paredes’, que consiste en coronar los muros naturales más representativos del mundo.

El ascenso a los 800 metros de altura del tapial comenzó el 10 de junio pasado y les demandó toda su experiencia en la escalada extrema. No imaginaban que en la parte elegida para el nuevo sendero no existían fisuras, lo que dificultó enormemente la tarea.

“Ocupamos más de lo que esperábamos el taladro a batería que llevamos. Trabajamos bastante en la colocación de los mosquetones. Cuando el muro es agrietado normalmente es más sencillo subir”, rememora Morales.

Los mosquetones se usan más por seguridad; estos sostendrán la cuerda en caso de alguna caída; pero la trepada se hace exclusivamente con brazos y piernas por las salientes o huecos de la roca.  

Roberto detalla que ‘atacar’ la cumbre de una tapia tan alta implica dormir en medio de la elevación o bajar al inicio para después remontar y continuar escalando. En esta oportunidad pernoctaron colgados 3 noches; el resto de días descendieron para volver a subir.

Añade que, con el afán de ambientarse al granito del muro malgache, días antes treparon el Tsaranoro por 3 rutas establecidas (conocidas). Eso les ayudó a familiarizarse con la superficie, pues en otras ascensiones han encontrado tapiales mixtos de piedra y hielo.  

Asimismo, después de inaugurar la senda ecuatoriana, intentaron abrir otra, pero les resultó imposible, ya que el área escogida “era un mar de granito”, prácticamente lisa, sin sitios para meter o apoyar las manos y los pies.

Felipe Guarderas, quien está en Lagoa Santa (Brasil), cree que instaurar una vía diferente siempre será un logro dentro de esta actividad de riesgo. “Determinar la línea de recorrido y saber que sería posible es complicado. Pero lo más difícil fue escalar todos los largos (tramos), sin caer. Hay que elegir bien”.

El Tsaranoro, que se levanta a 1.200 metros sobre el nivel del mar, no es complejo por tener 800 metros de escalada vertical, sino por la dificultad técnica. Por la instalación de seguros, subirla implica redoblar esfuerzos. Felipe recuerda que el taladro que llevaron, así como útil, les dio un par de sustos inolvidables.

El primero se originó cuando casi se les quema el cargador de la batería mientras intentaban hacerlo en una localidad cercana; esto porque en Madagascar usan 220 voltios de potencia y el aparato era de 110 voltios. Y el segundo, al rompérseles una broca, que les obligó a abandonar la misión al no tener un repuesto. Tuvieron que bajar al suelo y buscar la pieza.

Guarderas se refiere, además, al clima, un aspecto que siempre incidirá en los deportes al aire libre. Las temperaturas variaron mucho. A las 04:00, al comenzar las faenas, hacía bastante frío, que se disipaba conforme avanzaban los ascensos. Sin embargo, como el punto es árido y seco, al avanzar el día, el calor los ‘cocinaba’. Es ahí cuando el viento se convertía en un alivio.

El optimismo de los habitantes de los pueblos cercanos se transformó en aliciente, pese a su pobreza se mantenían alegres. La felicidad de abrir una ruta nueva impulsó a que los trepamuros la bautizaran como ‘Cuento de Habas’. “Porque en Madagascar vivimos un cuento de hadas, pero como ecuatorianos quisimos darle un toque de nuestro país”, explica Felipe. (I)