Ecuador / Sábado, 15 Noviembre 2025

El ángel de cuatro patas del Puñay: el perro que acompañó a Lucas en la montaña

Foto: Chunchi Digital
Perdido en el frío del cerro Puñay, con la pierna fracturada y apenas moras y agua de lluvia para sobrevivir, Lucas asegura que no estuvo solo: un perro “como un ángel mandado por Dios” fue su única compañía hasta que los rescatistas lo encontraron.

El cerro Puñay amaneció cubierto de neblina y rezos. Entre pajonales húmedos y quebradas casi invisibles, más de medio centenar de comuneros, bomberos y policías volvieron a subir la montaña con una sola idea en la cabeza: encontrar a Lucas, el niño de 11 años que había desaparecido días atrás durante una caminata familiar.

Eran ya jornadas repetidas de frío, barro y silencio, roto solo por silbidos y gritos de su nombre. Desde el domingo 9 de noviembre, cuando se le perdió el rastro en lo alto del Puñay, la montaña se había convertido en un laberinto de búsqueda. La familia, que había viajado desde Quito para conocer este sitio sagrado de Chimborazo, jamás imaginó que la excursión terminaría en una operación de rescate que conmovería al país.

Según relataron después sus padres, Lucas desapareció “en cuestión de minutos”, mientras el grupo se detenía a orar antes de iniciar el descenso. De pronto, ya no estaba. Lo buscaron primero los familiares, luego los comuneros y, cuando la noche cayó sobre el páramo, se activó el protocolo de emergencia: bomberos de Chunchi, Alausí y Riobamba, Policía Nacional, Fuerzas Armadas, Cruz Roja y la Secretaría de Gestión de Riesgos se sumaron a la tarea.

El Puñay no perdona distracciones. El terreno es empinado, la vegetación densa, la neblina constante. Cada paso exige concentración. En esas condiciones, los equipos avanzaban lento, marcando rutas, revisando quebradas, siguiendo huellas mínimas. El lunes apareció la primera señal fuerte de esperanza: prendas de vestir que podrían ser del niño, entre ellas una mochila y parte de su ropa. Ese hallazgo cambió el ánimo de todos. Si la ropa estaba allí, Lucas también debía de estar cerca.

Las horas siguientes fueron de tensión. Los rescatistas sabían que, en la montaña, las noches son largas y heladas. El Cuerpo de Bomberos de Chunchi llegó a describir la búsqueda y posterior hallazgo como “un milagro”, una expresión que se repetiría una y otra vez en redes sociales y medios locales.

La mañana del miércoles, la intuición de un comunero cambió la historia. Mientras el grupo seguía una ruta ya revisada, él insistió en desviarse por un sendero poco transitado, casi escondido entre plantas altas. “Vamos por este lado”, contó después que dijo, pese a las dudas iniciales del resto. En esa pendiente, cubierta de vegetación, vieron finalmente una silueta pequeña, recostada en una suerte de cueva de tierra improvisada por la propia montaña. Era Lucas.

El niño estaba entumecido, con frío y signos de agotamiento extremo. Tenía la ropa sucia, la pierna derecha lastimada y dificultades para moverse por varias caídas que luego derivarían en una fractura. Los comuneros lo rodearon, lo levantaron con cuidado, le cambiaron la ropa y le hablaron despacio, casi como si intentaran despertarlo de una pesadilla. En los videos difundidos después se escucha una voz que le dice: “Tranquilo, lo importante es que te encontramos”. Él, apenas audible, alcanza a agradecer.

Minutos más tarde, equipos especializados de rescate aseguraron el descenso. Uno de los miembros del grupo de operaciones especiales lo cargó en brazos por la quebrada, mientras el resto abría paso entre barro, ramas y piedras. En la base del operativo lo esperaba una ambulancia. Primero fue llevado a una casa de salud en la zona y, posteriormente, trasladado a Quito, al Hospital Baca Ortiz, donde continúa su recuperación por la fractura en la pierna y las secuelas de los días a la intemperie.

Ya a salvo, Lucas empezó a reconstruir su propia versión de la travesía. Contó que se había separado del grupo mientras bajaba solo por un sendero, intentando subir un poco más cuando resbaló cerca de donde luego se encontraría su maleta. Desde entonces, la montaña fue su único escenario: durmió en una “cuevita de tierra”, comió moras silvestres y bebió agua de los charcos cuando llovía. Era un niño de ciudad enfrentado, de repente, al rigor del páramo.

Pero su historia tiene un personaje inesperado: un perro. En entrevistas, Lucas relató que, durante los primeros días, no estuvo completamente solo. Un perrito se le acercó en la montaña, se quedó a su lado y le hizo compañía en las noches de frío. “Logré sobrevivir gracias a un perro que conocí y se apegó mucho a mí. Creo que era un ángel mandado por Dios”, dijo el menor. Lucas lo bautizó como “Carlitos”, aunque su verdadero nombre es “Jachi”.

En Chunchi, ese perro tiene ya casi un título: “Jachi, el perro héroe del Puñay”. El animal vive en la comunidad de Santa Rosa, al pie del cerro, y su tutora confirmó que estuvo ausente de casa durante los mismos días en que Lucas permaneció perdido.

Mientras él se aferra a la idea de haber tenido “un ángel” de cuatro patas, en Chunchi y en todo el país la historia se cuenta como una suma de pequeños milagros: el de la comunidad que no dejó de buscar, el de los rescatistas que se negaron a rendirse ante la neblina, el del comunero que insistió en tomar un camino distinto y el de un niño que, armado apenas con moras, agua de lluvia y la compañía de un perro, resistió en la montaña hasta volver a los brazos de su familia.

Hoy, desde una cama del Baca Ortiz, Lucas levanta la mano derecha con timidez cuando le preguntan cómo se siente. Dice que tiene dolor en la pierna, que extraña su casa en Quito y que, cuando pueda volver a caminar sin muletas, le gustaría reencontrarse con el Puñay… pero esta vez, solo para verlo de lejos.

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