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En varios países de Europa se percibe una inevitable paranoia a volar

Sombras sobre vuelo U9525 con destino a Düsseldorf

Cartas de condolencia, velas y flores son colocadas en el aeropuerto de Düsseldorf, en homenaje a las víctimas del vuelo de Germanwings. Foto: AFP
Cartas de condolencia, velas y flores son colocadas en el aeropuerto de Düsseldorf, en homenaje a las víctimas del vuelo de Germanwings. Foto: AFP
31 de marzo de 2015 - 00:00 - Gorka Castillo. Corresponsal en Madrid

¿Qué ocurrió en realidad en el vuelo U9525 de la compañía Germanwings? La respuesta a esta pregunta es una volátil mercancía que recorre Europa al cumplirse una semana de la tragedia. El rastro catastrófico que dejó el Airbus 320 tras colisionar contra una montaña en la localidad francesa de Seynes-les-Alpes y los gritos desgarrados de los familiares de las 150 víctimas ante los avances de la investigación del siniestro, aceleraron una versión dantesca del suceso: El copiloto del avión, un alemán de 27 años llamado Andreas Lubitz, prefirió provocar la masacre para no enfrentarse a una realidad que lo alejaba inexorablemente del sueño de capitanear un avión transoceánico.

Cierto es que las grabaciones sonoras de los últimos 5 minutos del vuelo U9525 registradas por una de las dos cajas negras recuperadas sentencian a Lubitz para la eternidad. Ni un solo diario europeo cuestionaba la enajenación del copiloto alemán tras verificar que hizo oídos sordos a las voces desesperadas de su comandante para que abriera la puerta de la cabina. Las dos últimas pruebas acusatorias contra Lubitz son el descubrimiento de los informes psiquiátricos en la papelera de su apartamento y las declaraciones de su supuesta amante al diario sensacionalista alemán ‘Bild’ acerca de sus delirios de grandeza y sus problemas de visión. El único problema es que nunca se sabrá la versión del culpable sobre esos hechos.

A partir de ahí han comenzado a surgir diversas versiones sobre las sombras sin aclarar del informe oficial, especialmente las que plantean algunos de los profesionales de la aviación cuando analizan lo sucedido al detalle. La primera de ellas se refiere al desconocimiento de lo que pudo ocurrirle a Lubitz para actuar con tanta frialdad destructiva pese a las advertencias de los operadores del Aeropuerto francés de Aix-en-Provence y de los gritos de su comandante.

Un controlador del Aeropuerto de Madrid-Barajas aseguraba en una conversación con EL TELÉGRAFO que el copiloto alemán pudo sufrir un desmayo por un fallo en la despresurización de la cabina en la que se encontraba “o por un motivo endógeno”. Este operador de vuelos también le produce dudas que el descenso del avión desde los 10.000 metros en el que se encontraba cuando tomó el mando Lubitz hasta los 2.000 del accidente fuera progresivo, “como si fuera a aterrizar”, y no se hiciera de manera brusca como el que produjo deliberadamente el piloto de las Aerolíneas de Mozambique en noviembre de 2013 en Namibia. Por último, algunas versiones casi silenciadas por el espectáculo del “perturbado psicópata a los mandos de un avión de pasajeros” se sorprenden de la rapidez con la que se ha reconstruido el accidente. “Incluso con los siniestros más evidentes se tardan meses en concluir el informe pericial. En este caso, lo hicieron en menos de 48 horas y sin tener los datos de la segunda caja negra que es muy importante”, concluye el operador aéreo de Madrid.  

Pero al margen de los problemas psiquiátricos que tenía Andreas Lubitz y de su habilidad para ocultarlos   durante años, lo que ha desatado el accidente en media Europa es una inevitable paranoia a volar. “Un piloto inglés me comentaba ayer que todos los pasajeros del vuelo entre Londres y Madrid querían conocerlo antes del despegue. Desconfiaban”, sostiene Francisco, sobrecargo de una línea low-cost europea. Lo mismo había sucedido horas antes con el piloto de Germanwings, Frank Woiton, que se disponía a cubrir el trayecto Hamburgo-Colonia. “Los llevaré sanos y salvos. Yo también quiero cenar esta noche con mi familia”, dijo a los pasajeros antes de cerrar las puertas.

El papel desempeñado por los medios de comunicación también está suscitando críticas por “subestimar la sensibilidad al espectáculo del drama” y por contribuir a agitar una cierta desconfianza hacia los pilotos. Al Aeropuerto de El Prat en Barcelona, lugar de salida del vuelo siniestrado, siguen llegando los familiares de las 45 víctimas españolas del avión para completar el proceso de identificación de los cuerpos. En los alrededores permanecen decenas de cámaras de televisión con el objetivo de captar imágenes de su dolor, del llanto.

Estas son las historias que hoy alimentan las principales páginas de los diarios para quienes el accidente se ha transformado en una mina informativa. Publican perfiles de víctimas en cuanto conocen sus nombres sin valorar la reacción de las familias que, en algún caso, ya han mostrado su descontento.

Un conocido periodista español comparaba ayer el comportamiento de algunos de sus compañeros de oficio con la historia real de un joven redactor de Los Ángeles Examiner, Wayne Sutton, a quien le ordenaron que consiguiera información de la víctima de un asesinato llamando a su madre. “No le cuentes lo que ha pasado”’, le advirtieron. “Dile que su hija acaba de ganar un concurso de belleza. Luego sácale toda la información que puedas sobre ella”. Sutton hizo lo que le pedían y la madre le confió encantada la historia de su hija.

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